La Web de ALFONSO ESTUDILLO
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ARTÍCULOS DE OPINIÓN
Año 2000
LAS DE CAÍN
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Decía el moralista francés Nicholas Chamfort: «No hay día más perdido que aquel en el que no nos hemos reído». O sea, que tenemos que reírnos a pesar de las amarguras que nos da la vida y de tanto hijo de puta que
nos las crean.
Pues, al toro, hablemos de anécdotas. Y puesto a contarles algunas, y aunque la anécdota no es privativa de los escritores, como quiera que en este sufrido y denostado gremio de la pluma suelen verificarse en
cantidad y calidad, considero óptimo acercarme a ellos para situar la acción de la cosa esta de una frase con todas «las de Caín» o la sutil ironía de una aguda y oportuna respuesta. Helas aquí.
Don Alfonso XIII solía reunir en palacio a una tertulia de escritores y artistas con los que departía amistosamente, al tiempo que compartía las viandas y buenos caldos de las bien repletas bodegas del Palacio Real.
Aquella noche ofrecían en la tertulia un homenaje al escritor y filósofo don Miguel de Unamuno. Celebrado éste, y ya a los postres, el genial ensayista, levantándose, tomó la palabra y dijo que se sentía muy
agradecido por aquel «merecido homenaje» que le tributaban. El Rey no pudo por menos que tomar nota y, en un aparte, referirle que cómo decía «merecido homenaje» cuando todos los demás solían decir «inmerecido
homenaje». Don Miguel, tan pletórico de agudeza como de soberbia, le contestó: «Y llevan razón, señor».
De D. Camilo, el del premio, también se cuentan infinidad de anécdotas interesantes. Por ejemplo, aquella de cuando, siendo diputado por designación real, se quedó dormido en una de las sesiones de las Cortes.
Advertido el presidente de la cámara de lo que ocurría, tocó la campanilla hasta hacer que el orondo gallego regresara de los brazos de Morfeo. A continuación, señalándolo con el dedo le dijo: «¿Su señoría estaba
dormido?» Su respuesta no se hizo esperar: «No, señor... estaba durmiendo.» «¿Y qué; acaso no es igual estar dormido que estar durmiendo?» «Pues, no señor, no es lo mismo -replicó-. Como no es lo mismo estar jodido
que estar jodiendo...»
Las carcajadas duraron hasta el amanecer.
Y otra vez, en una cena de postín, sentado junto a una encopetada y pamplinosa dama de alta alcurnia, harto ya de soportar su insulsa conversación, no se le ocurrió otra cosa que tirarse un vibrante y sonoro pedo que
escuchó toda la sala. A continuación, poniendo su mano sobre el brazo de la sorprendida y avergonzada señora, tras mirar al resto de los comensales, y mientras le guiñaba un ojo, dijo de forma que todos lo oyeran:
«No se preocupe señora, diré que he sido yo». Y se quedó tan pancho. Por «María Pedos» conocen a la dama desde entonces...
¡Ah!, eso... que otro día seguimos.
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