La Web de ALFONSO ESTUDILLO
  • ARTÍCULOS DE OPINIÓN
    Año 2002

    Crónica de una tragedia anunciada

  • La mar -que la mar es hembra brava para quienes la montan todos los días- no nos asombra cuando torna las miríficas blondas y encajes con que adorna las plácidas orillas por esas becquerianas olas gigantes que rompen bramando contra costas y arrecifes. La mar es hembra mudable y tornadiza y baila siempre al son que le tocan los vientos y tempestades que le acarician -o maltratan- su sensible, inquieta y nunca satisfecha piel de hembra fiera.

    Lo que sí asombra -o más que asombro te causa pasmo, estupefacción, desconcierto- es la inmediata e incontrovertible reacción de un señor mandamás, marino de secano, experto en la mar océana gracias a las lecturas de El Corsario Audaz y perito en barcos e ingenios marinos por su fiel seguimiento de los grandes inventos del TBO, que, allá tras la mesa de su despacho, inmersa su egregia y fecunda mente en numerísticos juegos malabares de cara a las próximas -o calzándose a la torda de turno que por allí andaba, no sabemos-, cuando suena el línea directa y le dicen que ahí afuera hay un bicho con 300.000 toneladas de crudo dando bandazos por las costas de Finisterre y que el temporal lo tiene cogido por los cojones y amenaza joderlo y despanzurrarlo, no se le ocurre otra cosa sino la más lógica y propia de una mente lúcida y privilegiada: "Me cago en to, joé..., pues que se lo lleven de ahí, que lo echen pa fuera como sea, que lo alejen y vaya a reventar y a echar sus mierdas allá a mitad del océano. ¡Piratas de mierda...!" Y se quedó tan pancho el hombre, vuelta a la rutina con el sosiego y la tranquilidad del deber cumplido. "Anda, Maripili, vuélvete de popa, que vamos a limpiar fondos, tesoro..."

    Aún siendo un lego en cuanto a Derecho Marítimo y un perfecto desconocedor de la legislación que, imagino, regula el tráfico de barcos por cualquier ruta marítima y las medidas que deben existir de acuerdo a la peligrosidad de sus cargas, miro y remiro, aplico la más elemental de las lógicas -sentido común-, y lo único que saco en claro es que, aquí, aparte de que nadie se ha preocupado -ni responsabilizado- de que haya la lógica vigilancia y que se cumplan unas mínimas medidas de seguridad en los buques y sus cargas con respecto a la proximidad a las costas españolas, en lo de extrañar al buque "Prestige" y ordenar su distanciamiento de la costa (eufemismo por "que lo echen a los leones, que se joda"), falla el más elemental de los juicios.

    He aquí la película: Un barco antiguo, de casco simple y con unas condiciones de navegavilidad y seguridad rechazables por obsoletas, grande y cargado hasta los topes de una materia que, de derramarse, ocasionaría la muerte y destrucción inexorable de cientos de kilómetros de costas españolas. En el puente, el capitán Maguras que oye crujir las cuadernas y, sabedor de lo que puede pasar, que busca el refugio de la costa. Sabe que le va a caer la de Dios es Cristo en cuanto tenga la quilla pegada a un cantil o en la bocana de una ría y fuera de los zarpazos de las olas, pero también sabe que si se le parte el barco allí enmedio se van al carajo las costas de España y media Europa.

    Y cuando espera que por la radio le digan lo de que ponga proa al puerto que queda al fondo a la izquierda, y que ya mismo tiene allí dos remolcadores para ayudarlo a salir del infierno que le golpea las bandas, lo que oye es una voz estentórea que le grita ¡Fuera, fuera, pon rumbo al carajo a toda pastilla, hijo de puta, que como tardes más de diez segundos te meto un misil por medio de la barriga y te despanzurro ahí mismo, cacho cabrón, pirata...! Y el hombre, turulato, boquiabierto, de una pieza, rascándose el colodrillo con ambas manos, que trata de alejar las ideas sobre ciertos ibéricos personajes y lo de que, sabiendo donde venía, ya debería haberse apuntado a los cursillos de hombres bombas del mosén Arafat...

    ¿Había que echarlo afuera? ¿Sentenciarlo y mandarlo a una destrucción segura?

    Podríamos afirmar casi con total certeza que si al barco se le ofrece algún abrigo, la mínima ayuda y protección, remolcado a un puerto, ría, ensenada, fondeadero o como quiera que se llame un lugar que ofrezca refugio y las olas pierden su fuerza destructiva de mar adentro, el barco no se hubiera partido ni hundido, el fuel se hubiera aprovechado en su totalidad, el barco -o su desguace- hubiera servido para cubrir las posibles responsabilidades de armador y capitán, las costas atlánticas y cántabras estarían ahora vivas, limpias y tan bonitas como siempre lo fueron, los gallegos no tendrían los sueños perdidos y andarían ahora haciendo cuentas de las pesetiñas que se sacarían este mes rascándole los ácueos senos a su mar de siempre, las nécoras y percebes estarían estas fiestas en las mesas de todos -todo el que pueda comprarlos, claro- y yo, en vez de estar aquí escribiendo de este petardo que nos han colocado nuestros egregios mandamases, estaría deseándoles una felices fiestas.

    Y ya por último, permítanme decirle que aunque este barco no era de doble casco, la historia sí. Y mucho me temo que, si el que todo lo puede no lo remedia, ese otro "casco" seguirá ahí, como un peligro cierto, empercochándonos las costas y dejándonos sumidos en la terrible incertidumbre de cuál será la próxima...

    Y ahora sí, de todo corazón, ¡Felices Fiestas!







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