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POESÍA
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Después de amarte tanto
Ahora soy silencio...
pero antes fui aquel dios que te llenó de hombre,
más allá de tus sueños,
más allá del placer y de las lágrimas.
Yo fui león rampante sobre tu cuerpo ardiente,
pasión inagotable
sobre las líneas infinitas de tu piel toda,
fiera enfebrecida
que devoró tus ansias y tus besos de la media tarde.
Y te abracé, hermosísima, entre mis ramas
de árbol siempre erguido,
y me bebí el suspiro gimiente de tus labios,
y en mis venas henchidas,
llenas de rojez y primaveras,
bebiste de la fuerza que el roble guarda dentro.
Mi cuerpo fue el abrigo de tus pechos desnudos,
suave blanco de luna con diadema de mieles,
lujuriosos,
álbeos como la luz en los amaneceres,
cálidos senos derramados sobre mis manos
como las aguas tempranas de una fuente.
Los amé...
los amé con toda la ternura de mis labios,
y bebí sus latidos, el pálpito escondido, prisionero
en la miel de su aureola.
Mis manos fueron alas prendidas a tu cuerpo,
y te elevé con ellas a un mundo de deleites,
de gozos y de sueños.
Y cabalgué tus ansias en galopar sin freno,
y fui, montado en grupa
de seda y terciopelo,
jinete y potro a un tiempo.
Y me adentré potente
en tu interior de rosa,
abierto como pétalos jadeantes
en la blancura redonda de tus muslos.
Y te llené de hombre más allá de tus sueños,
y te rendí mil veces a la caricia enorme
con que subí a tu cuerpo.
Y fue mi pecho cuna, regazo y almohada,
en donde tus mejillas buscaron el reposo
después de gozar tanto.
Tus ojos en silencio, las ansias ya cubiertas,
húmedas las entrañas,
chorreantes,
de orgasmos infinitos.
Y fui paz y sosiego,
oídos y ternura,
quietud de tu reposo.
Ahora soy silencio...
después de amarte tanto.