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Se llamaba Juan Español y había ascendido de categoría en su
departamento de la Administración. Fue una gran alegría para él,
ya que, al cabo de muchos años de haber sido ignorado su buen
hacer, al fin se le habían reconocido sus méritos, haciéndole
salir de la oficina general donde trabajaba en una mesa,
apretujado su espacio vital y laboral, al lado de otros muchos
compañeros.
Su ascenso, pues, le daba derecho a tener un despacho de Jefe de
Negociado. Sólo para él. Le satisfizo, pues aquello le daba una
autonomía y una intimidad para poder trabajar más a gusto. Y,
como todo empleado que asciende y se precie, y tiene despacho
propio, se propuso hacer los cambios normales, siguiendo la
tónica general. Es sintomático que, si el anterior inquilino
tiene la mesa enfrente de la puerta, al nuevo le cuadra mejor
ponerla esquinada. Y si el tresillo para las visitas es rojo, se
cambia por otro color. En el caso de nuestro hombre, le iba más
el azul...
Y así, hasta que todo estuvo dispuesto. Y ahora, las paredes.
Su antecesor tenía -como es preceptivo-, colgado detrás de la
mesa y encima del sillón, un cuadro con la foto de S.M. el Rey.
Pero, como era «demócrata de toda la vida», quería demostrarlo
visiblemente y así, en el testero enfrente de su sillón, justo
encima del sofá del tresillo, había colocado una gran foto,
tomada con «gran angular», en la que aparecía el Presidente del
Gobierno de turno, todo el gabinete ministerial y, en un alarde
de exaltación política, una vista general que abarcaba -en
magnífica composición fotográfica- a los componentes del
Congreso y del Senado. Una obra de arte. Y es que las
apariencias... son las apariencias.
Nuestro hombre, más escueto en esto de las fotografías y
cuadros, pensó que aquella foto era, a su juicio, «haberse
pasado un tanto de «rosca». Y creyó que (todavía) había alguien
con más derecho que aquello incipientes «padres de la patria»,
para tenerlo como permanente recuerdo de sus tiempos mozos
cuando, todo ilusión, esfuerzo (hambre incluida), y un solo
nombre en la mente: España, cantaba por los caminos las estrofas
de «la mirada clara y lejos, y la frente levantada...»
Aunque ahora son pocos los políticos que mantienen la mirada
clara, no miran más allá de sus narices, o de sus carteras, y
mucho menos pueden llevar la frente levantada. (Léase
tránsfugas, quienes, traicionando a sus electores y a las siglas
de listas cerradas por las que fueron elegidos, cambian de idea
-desconocen los «ideales»-, pero siguen cobrando...). «Tal
proceder tiene un nombre...» (P. Muñoz Seca).
Por ello, ni corto ni perezoso, se fue a su casa. Y sacando de
detrás del cristal una gran foto del Generalísimo Franco se la
llevó a su nuevo despacho y la midió a ver si venía bien en
aquel cuadro. Perfecto. Sólo hubo que hacer algunos retoques
para acoplarlo debidamente. Para su capote pensó: Justo. Lo que
había que haber hecho con «el cambio sin traumas» en España.
«Retocar lo que no cuadrara». Poco o mucho. No «dinamitar la
labor de este hombre». Y siguió su tarea.
Como no tenía un carpintero a mano, en su afán de ver colocada
la foto en aquel marco, tomó unos trozos de fixoplast y la
colocó encima del cristal, tapando la imagen del presidente, los
ministros, los diputados y senadores. Pero, justo cuando iba a
colgarlo de nuevo, entró el Jefe. El «mandamás», vamos. Y... ya
pueden ustedes figurarse la cara que puso. Congestionado, tenso,
sobre la marcha le espetó a voz en grito:
-Pero... ¿qué hace usted, Juan Español? ¿A qué viene ese cambio?
Es usted, por lo que se ve, un «nostálgico». Y no se puede vivir
de nostalgias. Franco pasó. Más aún, hay que olvidarlo. Está
muerto, ¿se entera? ¡¡¡MUERTO!!! Y nosotros tenemos que mirar
hacia adelante y tener a la vista a los vivos. ¿Me comprende
usted? ¡A los VIVOS...!
Juan se le quedó mirando fijamente. En silencio. Y, haciendo
gala de una rapidez de reflejos propia de la socarronería del
«Séneca» de Pemán, le dijo con la misma agudeza de ingenio que a
aquél caracterizaba: Tiene usted razón... quitaré ahora mismo a
Franco y dejaré A LOS «vivos».
Y, volviendo a despegar la foto la enrolló, le puso una gomuja
elástica y la metió en un cajón de la mesa.
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