Página anterior. Volver Portada gral. Staff Números anteriores Índice total 1999 ¿Qué es Arena y Cal? Suscripción Enlaces

Se llamaba Juan Español y había ascendido de categoría en su departamento de la Administración. Fue una gran alegría para él, ya que, al cabo de muchos años de haber sido ignorado su buen hacer, al fin se le habían reconocido sus méritos, haciéndole salir de la oficina general donde trabajaba en una mesa, apretujado su espacio vital y laboral, al lado de otros muchos compañeros.

Su ascenso, pues, le daba derecho a tener un despacho de Jefe de Negociado. Sólo para él. Le satisfizo, pues aquello le daba una autonomía y una intimidad para poder trabajar más a gusto. Y, como todo empleado que asciende y se precie, y tiene despacho propio, se propuso hacer los cambios normales, siguiendo la tónica general. Es sintomático que, si el anterior inquilino tiene la mesa enfrente de la puerta, al nuevo le cuadra mejor ponerla esquinada. Y si el tresillo para las visitas es rojo, se cambia por otro color. En el caso de nuestro hombre, le iba más el azul...

Y así, hasta que todo estuvo dispuesto. Y ahora, las paredes.

Su antecesor tenía -como es preceptivo-, colgado detrás de la mesa y encima del sillón, un cuadro con la foto de S.M. el Rey. Pero, como era «demócrata de toda la vida», quería demostrarlo visiblemente y así, en el testero enfrente de su sillón, justo encima del sofá del tresillo, había colocado una gran foto, tomada con «gran angular», en la que aparecía el Presidente del Gobierno de turno, todo el gabinete ministerial y, en un alarde de exaltación política, una vista general que abarcaba -en magnífica composición fotográfica- a los componentes del Congreso y del Senado. Una obra de arte. Y es que las apariencias... son las apariencias.

Nuestro hombre, más escueto en esto de las fotografías y cuadros, pensó que aquella foto era, a su juicio, «haberse pasado un tanto de «rosca». Y creyó que (todavía) había alguien con más derecho que aquello incipientes «padres de la patria», para tenerlo como permanente recuerdo de sus tiempos mozos cuando, todo ilusión, esfuerzo (hambre incluida), y un solo nombre en la mente: España, cantaba por los caminos las estrofas de «la mirada clara y lejos, y la frente levantada...»

Aunque ahora son pocos los políticos que mantienen la mirada clara, no miran más allá de sus narices, o de sus carteras, y mucho menos pueden llevar la frente levantada. (Léase tránsfugas, quienes, traicionando a sus electores y a las siglas de listas cerradas por las que fueron elegidos, cambian de idea -desconocen los «ideales»-, pero siguen cobrando...). «Tal proceder tiene un nombre...» (P. Muñoz Seca).

Por ello, ni corto ni perezoso, se fue a su casa. Y sacando de detrás del cristal una gran foto del Generalísimo Franco se la llevó a su nuevo despacho y la midió a ver si venía bien en aquel cuadro. Perfecto. Sólo hubo que hacer algunos retoques para acoplarlo debidamente. Para su capote pensó: Justo. Lo que había que haber hecho con «el cambio sin traumas» en España. «Retocar lo que no cuadrara». Poco o mucho. No «dinamitar la labor de este hombre». Y siguió su tarea.

Como no tenía un carpintero a mano, en su afán de ver colocada la foto en aquel marco, tomó unos trozos de fixoplast y la colocó encima del cristal, tapando la imagen del presidente, los ministros, los diputados y senadores. Pero, justo cuando iba a colgarlo de nuevo, entró el Jefe. El «mandamás», vamos. Y... ya pueden ustedes figurarse la cara que puso. Congestionado, tenso, sobre la marcha le espetó a voz en grito:

-Pero... ¿qué hace usted, Juan Español? ¿A qué viene ese cambio? Es usted, por lo que se ve, un «nostálgico». Y no se puede vivir de nostalgias. Franco pasó. Más aún, hay que olvidarlo. Está muerto, ¿se entera? ¡¡¡MUERTO!!! Y nosotros tenemos que mirar hacia adelante y tener a la vista a los vivos. ¿Me comprende usted? ¡A los VIVOS...!

Juan se le quedó mirando fijamente. En silencio. Y, haciendo gala de una rapidez de reflejos propia de la socarronería del «Séneca» de Pemán, le dijo con la misma agudeza de ingenio que a aquél caracterizaba: Tiene usted razón... quitaré ahora mismo a Franco y dejaré A LOS «vivos». 

Y, volviendo a despegar la foto la enrolló, le puso una gomuja elástica y la metió en un cajón de la mesa.




 

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