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LA VOZ DE UN INGENIOSO
COMEDIÓGRAFO

Dejóme el Sumo Poder,
por gracia particular,
lo que había menester:
dos ojos para llorar...
y uno sólo para ver.

M. Bretón de los Herreros


En plena época romántica, un ingenioso comediógrafo representa una tendencia nacional del costumbrismo observador y satírico. El mundo de Bretón tiene parentesco con los artículos de Larra y con los análisis costumbristas de Mesonero Romanos y Estébanez Calderón. 

Bretón pertenece, cronológicamente, al Romanticismo (Aparecerá retratado en el famoso cuadro del pintor Esquivel, que, como es sabido, constituye una magnífica galería de los escritores más representativos de la época.). Y muchos de sus estrenos coinciden con los años de más intenso romanticismo. Sin embargo, dado su espíritu ecléctico y equilibrado, enemigo de extremismos, maestro en el logro de efectos cómicos, en los juegos caricaturescos o de burla, se hallaba lejos de los apasionamientos románticos. Bretón de los Herreros fue, sin duda, el autor más aplaudido en el período que media entre el teatro de Moratín y la alta comedia. Y, constante, aparece en la construcción y en la estructura de sus comedias, en el acierto para lograr los mejores efectos teatrales, ese sexto sentido indefinible, propio y característico del autor dramático «de raza». 

Manuel Bretón de los Herreros nace en Quel, pueblo riojano, el 19 de diciembre de 1796. En Madrid estudia humanidades en el Real Colegio de Padres Escolapios de San Antonio Abad, estudios que interrumpe en 1811 a consecuencia de la muerte de su padre. Durante la guerra de la Independencia se alista como soldado voluntario y combate contra los franceses cuando aún era niño. En 1822 ingresa en la carrera administrativa en la que ocupará sucesivamente diversos cargos. El 14 de octubre de 1824 tiene lugar su primer estreno: la comedia A la vejez, viruelas. Frecuenta la tertulia «El Parnasillo». Es nombrado director de la Biblioteca Nacional y secretario perpetuo de la Real Academia Española. Sus letrillas y anacreónticas recuerdan a Meléndez Valdés. Y cosecha un gran éxito con su poema La desvergüenza. Escribe en numerosos periódicos y estrena más de un centenar de obras teatrales. Manuel Bretón de los Herreros muere en Madrid el 8 de noviembre de 1873. 

Comienza a escribir comedias antes del triunfo de la escuela romántica. El mismo traduce María Estuardo de Schille, y varias obras de Racine y Scribe. Pero su teatro original venía a cumplir una misión fundamental: llenar el vacío del costumbrismo y de la comicidad, huyendo del «tono mayor» predominante en los románticos, que tendían al pasado histórico o al idealismo fuera de los contornos de lo concreto. Por eso, su ingeniosa descripción de costumbres, su gracia poética de las exageraciones del teatro coetáneo, explican su éxito. 

La galería cómica de Bretón comprende una rica variedad de tipos de la época, en franca simpatía o en caricatura optimista y riente. Ni acre ni mordaz, Bretón es un escritor de poderosa fuerza, de picante sal cómica, que ha heredado algo del genio vital y sin hiel de nuestro Tirso. 

Su drama Elena es su contribución al verdadero teatro romántico. Pero su vena honda estaba al lado festivo y satírico. Versificador fácil, en la parte lírica acierta en las letrillas humorísticas, ligeras y alegres, dignas de ponerse al lado del espíritu de sus comedias. 

En la parte dramática empieza por seguir la tradición de Leandro Fernández de Moratín. Moratinianas son sus comedias Los dos sobrinos y A Madrid me vuelvo. De su extensa producción, destacan entre otras, las obras siguientes: A la vejez, viruelas, Los sentidos corporales, Muérete ¡y verás!, Todo es farsa en este mundo, Marcela o ¿a cuál de las tres?, El pelo de la dehesa, Don Frutos de Belchite, Una de tantas, Un novio para la niña, Ella es él, La escuela de matrimonio, El rival de sí mismo, El ingenuo, Achaques a los vicios, La sorpresa y La falsa ilustración. 

Muy joven todavía, en 1818, hallándose de permiso en Jerez de la Frontera, recibió en un duelo una cuchillada que le causó la pérdida del ojo izquierdo. Esa mengua física, le inspiró el epigrama: «Dejóme el Sumo Poder». 

Bretón toma como base para su obra dramática la sociedad de su tiempo y la reproduce en sus comedias, las cuales se convierten así, en parte, en documento costumbrista. Los ambientes y las modas, las ideas y las preocupaciones, la anécdota con sabor de época, pequeños problemas, caracteres, tipos humanos o representativos de diversas profesiones o clases, son retratados con mano maestra por Bretón. Por ello se puede afirmar que en sus comedias está la España de medio siglo. 

El pintor satírico de la Corte, es la nota más destacada del ingenio bretoniano. Madrid se describe en son de crítica -con amore- en sus «conciertos, tertulias, suntuosos, bailes, espectáculos, banquetes», y en línea clara de casticismo nos dice: «Si voy al baile, me atrapa / algún ratero la capa; / llego helado a mi portal; / llamo; no me oye Pascual...,/ y me quedo a la inclemencia. / ¡Paciencia!»






 

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