Carmen, navego en la tristeza,
en las tristes ideas que me llenan las horas,
en el cirio apagado de mi nombre
socavador de dudas encerradas.
Navego en ti, en el pequeño mar
de tu presencia muda,
en tus labios de sangre congelada
por el céfiro tierno de los años.
Navego en el vacío,
en el sueño imposible de verme naufragando
en el vaivén del ser que me sostiene...
Melancólicamente, yo voy desvaneciendo
esa densa neblina que me enturbia los ojos,
que aprisiona mis miembros y hiere mis palabras...
Yo voy desvaneciendo el peso de tu nombre
letra a letra, trazo a trazo,
como si fuera algo erigido en la tierra
Y es aire, Carmen, es aire el cuerpo de tu nombre;
es algo etéreo que me deja la huella
marcada en el camino de las estrellas fáciles;
es aire que mis manos retienen con ternura
entre esa eternidad que apenas se nos queda...
¡Qué navegar tan largo, torpemente,
por los mares abiertos de tu cerebro joven!
Mi vela al pairo, Carmen, mi quilla al norte
y mi timón a un horizonte fijo.
A ese horizonte grabado con tu nombre
que revienta en mis labios
como un clavel abierto...