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Quizás usted conoce bien ese ruido ronco y gorgoteante al que
llaman ronquido y que, por desgracia y muy a su pesar, le amarga
la vida y los sueños, toda vez que quien lo produce es la
persona que se acuesta a su lado cada noche.
Y quizás ya ha pensado en cambiarse de habitación o,
definitivamente, en la separación como único recurso posible
para terminar con esa horrible y continua pesadilla que no le
deja pegar ojo noche tras noche.
Pues, no crea, no es usted el único: muchos matrimonios se
rompen en el mundo por esa causa. Según las estadísticas, cerca
del 3 por ciento de las causas de divorcio son debidas a los
ronquidos de alguno de los cónyuges. Para quien no lo sufra, tal
decisión puede parecerle una medida drástica o exagerada, sin
embargo, no lo es, pues, en casos extremos, los conciertos
nocturnos pueden alcanzar cotas de hasta 85 decibelios, un
potencial de ruido que, al lado de la oreja y según la tabla de
Lehmann, equivale al provocado por un compresor o al del tráfico
en una gran avenida. Suficiente para hacer temblar las paredes y
destrozar matrimonios.
Por lo general, roncan más los hombres que las mujeres, y más
las personas gruesas que las delgadas. Según estadísticas, el
nueve por ciento de la humanidad padece esta disfunción
respiratoria.
¿Y por qué roncamos? La culpa la tiene el músculo velopendular,
un pequeño apéndice que cuelga del velo palatino, más conocido
por úvula o campanilla. Va desde el paladar a la base de la
lengua y sirve de elemento clave para la masticación, la
deglución y el habla. Sin el velo palatino no podríamos tragar
ni hablar bien y nuestros sonidos serían nasales. Pero, cuando
este músculo se relaja y pierde fuerza, todo el velo pendular
del paladar cede. El aire que respiramos con la boca abierta lo
hace vibrar y provoca ese sonido característico que llamamos
ronquido.
Mientras estamos despiertos mantenemos esa zona en tensión, con
los conductos nasales perfectamente separados de los bucales.
Pero, durante el sueño, el músculo velopendular se relaja y
destensa. Las corrientes de aire generadas producen el mismo
efecto que el viento marino soplando sobre las velas de un
barco. Sus oscilaciones sonoras, tan diferentes de unas personas
a otras, son los ronquidos. Los médicos todavía no se explican
la escasa tensión de la musculatura de la garganta en los
estados de sueño.
Aún resulta más intrigante averiguar por qué unas personas
roncan mientras otras duermen en absoluto silencio. Casi siempre
se debe a un velo palatino demasiado largo. La causa puede
residir igualmente en desviaciones del tabique nasal,
inflamaciones de laringe, pólipos o simples catarros de
garganta. También en algunas dolencias pulmonares y bronquiales;
pero el ronquido dura lo que éstas y desaparece con la
enfermedad.
La medicina no presta importancia a estos casos. Lo que le
preocupa es el roncador crónico. Que trastorna el sueño ajeno
está muy claro, pero el caso es que también se perjudica a sí
mismo: el roncador sufre de una menor captación de oxígeno, lo
que origina un aumento de la tensión en la arteria pulmonar. A
su vez, todo incremento en este circuito provoca una subida
general de la tensión y repercute en el corazón. En opinión de
muchos cardiólogos, los roncadores crónicos terminan siendo
enfermos del corazón, porque cada noche lo fuerzan al máximo. En
cualquier caso, la mayoría de los médicos está de acuerdo en que
los resoplidos nocturnos son a la larga nocivos para la salud.
En contra de lo que comúnmente se piensa, la postura en la que
se duerme no influye demasiado en los ronquidos. Se ronca en
cualquier posición. Al menos eso demostró un test efectuado
entre ochocientos pacientes roncadores en la policlínica
otorrinolaringológica de la universidad alemana de Múnich.
Parece ser, no obstante, que la postura de espaldas es la menos
recomendable para los aquejados de esta disfunción. Al estar
boca arriba, los maxilares y la base de la lengua tienden a caer
hacia atrás por la fuerza de la gravedad. Los conductos de aire
al lado del velo palatino se bloquean más que cuando el
durmiente se coloca de lado, con lo que la respiración queda
dificultada. El temible ronquido se produce precisamente por el
esfuerzo que hay que hacer al tener que respirar lo bastante
hondo con la musculatura de la garganta relajada.
No se conoce ninguna receta que sea resolutiva para acabar con
el padecimiento en su forma convencional. En otras patogenias
-pólipos obstructivos en las fosa nasales, vegetaciones, etc.-
se puede eliminar la causa con una mínima intervención
quirúrgica. En las personas obesas el ronquido puede
disminuirse, e incluso desaparecer, con el seguimiento de una
dieta de adelgazamiento que le haga perder buena parte de los
kilos sobrantes. En cambio, las personas que roncan a pesar de
estar delgadas, tienen mayores problemas a la hora de combatir
su disfunción.
El método más simple y más utilizado por los que han de soportar
los ronquidos ajenos por las noches es el de dar golpecitos en
las costillas del compañero de cama o hacerle ruidos con la
boca. Esto, en realidad, además de remedio efímero, suele ser
contraproducente y de efectos aún más negativos: cuanto más
tiempo tarde el roncador en alcanzar la fase del sueño profundo,
más se prolongará la fase superficial y resoplar como nunca.
Para ambos, para el durmiente roncador, pero, sobre todo, para
el compañero desvelado, esos momentos serán una auténtica
tortura.
Un truco que funciona de vez en cuando consiste en dormir sin
almohada, totalmente tumbado sobre el vientre. Así, la barbilla
y el maxilar inferior permanecen en una posición más natural.
A lo largo de los tiempos se han inventado multitud de aparatos
que sirvieran para anular el temido ronquido: desde camas
especiales hasta collarines hinchables o aros metálicos que
mantenían la boca cerrada. Naturalmente, ninguno de estos
artilugios logró imponerse. Tampoco lo hizo el sistema «Silenzia»
del ginecólogo vienés Hermann Knaus, coautor del famoso sistema
anticonceptivo Ogino-Knaus. Su invento consistía en un bozal
articulado que mantenía la boca del roncador completamente
cerrada. Así de expeditivo.
Sin soluciones, pues. Pero los investigadores siguen mirando
hacia esta parcelita de los males que aquejan al ser humano de
vez en cuando. Al menos nos dicen cómo roncamos. Un estudio
curioso es el del psicólogo británico Ernest Lombay. Según él
los roncadores quedarían clasificados en cuatro grandes grupos:
1. Los que roncan tan fuerte que hacen temblar las paredes. Son
personas que tienen poco que decir durante el día. Temerosas e
inseguras, descargan su agresividad reprimida por las noches.
2. El ronquido felino. Corresponde a quienes se encuentran
satisfechos consigo mismos. En definitiva, personas felices.
3. Los que emiten sonidos parecidos a gruñidos de animal.
Individuos inseguros con tendencias paranoicas.
4. Las personas que alternan sus ronquidos con pitidos
melodiosos. Suelen ser creativas y según Lombay «expresan su
creatividad en las cadencias, las pausas elegantes y las sutiles
variaciones en las melodías de su silbido».
En cualquier caso, a quien no tenga paciencia para pasarse las
noches en blanco, analizando las sutilezas de carácter de su
compañero de cama, sólo le quedará una alternativa: cambiarse de
habitación. O cambiar de pareja.
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