Como un tapiz de recuerdos, Inmaculada Moreno, ganadora del
Premio de Poesía «Ciudad de San Fernando» 1998, ha tejido con
Son los ríos, como una memoria de recuerdos donde las
impresiones diversas reconstruyen en el poema instantes
inolvidables de su vida.
Si, como decía Antonio Machado, se canta lo que se pierde, la
autora ha tenido muchos alicientes para entretejer esta trama,
entre sentimental y reflexiva. La riqueza de sus sentimientos
urge un repaso de lo vivido. Y es esto no le ha de extrañar al
lector, ya que la poesía lírica se nutre de sí misma, no como
una metapoética, sino, tal vez necesariamente, como una
autoconfesión, en el sentido que tiene esta idea en la
literatura contemporánea, sobre todo a partir del concepto de
catarsis.
Ahora bien, la destreza del (o de la) poeta hace que esos
contenidos, románticamente vulgares, quizás, sean expresivamente
aceptables en mayor o menor grado. Sabemos que el lenguaje tiene
hoy día un papel decisivo en el quehacer de la creación poética.
El poeta actual, sea joven o maduro, sabe que se juega sus
intenciones literarias cuando las lleva al papel. El uso del
lenguaje en la creación literaria, sobre todo en la poesía -a la
que se considera abanderada, desde el surrealismo, en
innovaciones estilísticas-, determina la estima de una obra por
parte de los lectores cualificados.
Pero en el caso de Inmaculada Moreno, no solamente quedamos
tranquilos por esa dificultad, sino que en muchos de sus poemas
el lenguaje se autodisciplina para no caer en tópicos. La poeta
ha tenido muy en cuenta ese peligro y lo esquiva a la hora de
comunicar elementos biográficos que toman vida en la responsable
arquitectura de la palabra: «Hemos nacido ayer / y ya nos
encontramos / el mundo traducido; / la versión original no está
a la venta».
Estos versos podrían servir de autopresentación. De hecho, la
autora nos los presenta como una advertencia, que va seguida de
tres partes con títulos de invocaciones manriqueñas y acaba con
un post scriptum; todo el libro, además, en verso blanco:
endecasílabos, heptasílabos, alejandrinos... Y dos sonetos
entremetidos como una nostalgia clásica, que en una profesora de
Literatura era de esperar semejante delicadeza, aunada al verso
de urgencia de las experiencias cotidianas. ¿Poesía de la
experiencia? Sí, pero filtrada por el neoformalismo de los
ochenta y una preocupación personal por hacer de la lengua una
potencialidad sorprendente.
Estamos frente a un libro que desgrana con dignidad ante los
ojos del lector su poemario con un fresco lirismo entreverado de
frecuentes análisis de sentimientos y evocaciones. «Cercado por
la noche y el silencio, / un hombre -o una mujer- / escribe un
poema: / Son los días de todos / son palabras de todos / y es de
todos / el intimo dolor que lo ocasiona». Con un lenguaje no
exento en ocasiones de un atenuado surrealismo, y una
introspección colorista y detallista, Inmaculada Moreno, poeta
portuense, consigue que este Premio de Poesía «Ciudad de San
Fernando» 1998, titulado Son los ríos -los ríos y sus afluentes
que vienen de la memoria- tenga una feliz y rica desembocadura
en la atención de los lectores de poesía.