![]() |
Portada gral. | Staff | Números anteriores | Índice total 1999 | ¿Qué es Arena y Cal? | Suscripción | Enlaces |
1814-1820 había marcado, con rasgos muy pronunciados, la
restauración absolutista radical de Fernando VII en España.
Todos los principios liberales asumidos por las Cortes gaditanas
del «doce», prácticamente anulados... España, que había
irrumpido en lo historia contemporánea del pensamiento liberal
regresaba bárbaramente a 1808, incluso a fechas anteriores, y el
liberalismo, para no morir, se refugiaba en la clandestinidad de
las sociedades secretas y los pronunciamientos, que llegarán a
ser, para romper las cadenas del absolutismo, la única opción
posible que la tiranía les dejaba. Una vez más, España se
sumergía en la caverna de la reacción absolutista más estricta y
furibunda que en cualquier otro lugar de la Europa Inmediata.
Romper esas cadenas que atenazaban al alma de la Nación, será la
única esperanza de un retorno al breve período
constitucional-liberal que fueron los años comprendidos entre el
«doce» y el «catorce».
Una vez más, Cádiz, que sufre en sus propias carnes el látigo de
la intolerancia, va a asumir la lucha por la vuelta de las
libertades a las anchas tierras de España, perdidas desde el
regreso del que fue llamado el «Deseado» y ahora traidor y falaz
por quienes juraron la Constitución de aquel memorable y nunca
olvidado año de 1812. No se trata de «coger las armas», de
luchar como soldados, que la fuerza de la victoria sobre el
conculcador de la Libertad no reside exclusivamente en el fusil
o el cañón, sino en la idea, la estrategia y la proclama. Un
grupo de liberales gaditanos, abanderados por Don Juan Álvarez
Mendizábal, Francisco Javier de Isturiz y el hijo de aquel gran
marino que circunnavegó la Tierra con Malaspina y ofrendó su
vida por la patria en el triste combate de Trafalgar; Don
Antonio Alcalá Galiano, presidente del «Taller Sublime», la
logia donde pronunció su ya famosa arenga liberal, finalizada
con el no menos famoso juramento -sobre una espada desnuda- de
acabar con la Tiranía.
Con ellos, un apretado racimo de militares, comerciantes,
médicos y letrados liberales, animados a ofrecer dinero, ideas y
coraje, para sacar a la Nación del oprobio del Absolutismo.
Es un arma intelectual lo que Cádiz propone y ofrece para la
reconquista/ de la Libertad.
Desde Las Cabezas de San Juan, el Teniente Coronel Rafael de
Riego y el Batallón de Asturias, inspirados por el relevante
liberalismo gaditano, van a protagonizar el Pronunciamiento
decisivo para la restauración de la Constitución liberal de
España; el 2º Batallón de Sevilla, acantonado en la ondulada y
fértil campiña de la gaditana Villamartín, secundará, muy
pronto, al apasionado militar asturiano, obstinado luchador en
1808 en la guerra contra el invasor. De la milicia serán las
armas; de Cádiz, el espíritu que las animen a una causa justa.
En Noviembre del 19, quebrantando la cuarentena impuesta por la
epidemia de fiebre amarilla que asola a la provincia, Alcalá
Galiano sale de Cádiz hacia la zona de acampada de los
batallones, para llevar, sin reservas, su ánimo revolucionario a
quienes deben pronunciarse por las ideas revolucionarias
liberales; en Alcalá de los Gazules busca el arriesgado
encuentro con el Coronel Quiroga, preso desde la frustrada
intentona del 8 de Julio del Palmar del Puerto de Santa María;
en Villamartín, toma contacto con quienes ostentan la
representación de las logias militares que vienen en apoyo de la
sublevación.
El alzamiento, que se fija para el 1º de enero del «20», se
cumplirá para sorpresa de serviles y regocijo de liberales.
Riego proclama la Constitución ante sus tropas con banderas;
Quiroga, al frente del Batallón de España, en Alcalá, toma las
armas. El Ejército Expedicionario de Ultramar, concentrado para
sofocar la sublevación de las colonias hispanas en América,
será, por ironías del destino, el libertador de España de su
misma Monarquía...
«Antes que alejarse de vuestra patria... para llevaros a hacer
una guerra injusta al Nuevo Mundo... y abandonar a vuestros
padres y hermanos dejándolos sumidos en la injusticia y la
opresión -arengaba Riego a las tropas- es necesario el
sacrificar vuestras vidas para romperles las cadenas que los
tienen oprimidos desde el año 14».
La Proclama de Riego será la chispa que «encienda» a la España
sojuzgada por Fernando VII. El pueblo -como diría Carlos Marx-
estaba en sazón para exigir el regreso a la Libertad que la
Constitución gaditana había otorgado a las Españas de una y otra
orilla. España estaba madura para hacer su revolución contra una
reacción (Iglesia, Nobleza y Ejercito) que veía peligrar sus
arcaicos y ancestrales privilegios...
Quiroga, avanzando hacia el sur, hacia Cádiz, llega a la Isla de
León, hace suyos el puente de Zuazo, el Arsenal y la misma
ciudad. («Al llegar a la Isla -dice el personaje galdosiano Don
Antonio de Ugarte, consejero de Fernando VII- se respira
revolución, como al acercarse a un incendio se respira humo»).
En La Coruña, El Ferrol y Vigo, se suceden los pronunciamientos
liberales; Zaragoza rechaza abiertamente al absolutismo,
mientras en Madrid, grupos de Liberales recorren plazas y
calles, encendidos por una victoria que es imparable...
La situación en el país adquiere tal estado de desestabilización
política, que el rey absolutista se vería forzado a jurar la
Constitución el 9 de Marzo de 1820, dejando para la posteridad y
la Historia de las Imposturas, la tristemente célebre frase:
«Marchemos francamente y yo el primero por la senda
constitucional». Ese día se iniciaba en España un nuevo periodo
constitucional; ese día se prolongaba, también, en el fondo del
corazón del Rey y de muchos absolutistas, la
contrarrevolución...
El 10 de Marzo, lluvioso y gris como un mal presagio, el pueblo
de Cádiz se aprestaba, rebosante de júbilo, a publicar en sus
plazas de San Juan de Dios y San Antonio, la Constitución
«aceptada y jurada» por el Monarca. Los constitucionalistas
gaditanos, llenos de un comprensible afán revolucionario,
esperan impacientes el momento señalado para que se haga patente
su triunfo liberal y ser partícipes activos de los festejos
programados por el Cabildo de la ciudad para honrar a la siempre
añorada Constitución gaditana, unos festejos que hacen presumir
que el día 10 de Marzo será un día inolvidable para quienes
desean vivir en paz y libertad. Las colgaduras engalanarán los
balcones de la ciudad, como las luminarias sus calles, plazas y
plazuelas; piquetes y bandas, pondrán colorido y música, a una
ocasión sin igual, esperada paciente e ilusionadamente, hace ya
años...
Las campanas de iglesias y conventos, repicarán a la hora
prefijada de las doce de la mañana. El general Freire, Capitán
General de Andalucía, encargado de reducir a las tropas de
Riego, que ha llegado a Cádiz el nueve, asume, a instancias del
pueblo, ser quien proclame la Constitución de 1812 con todos los
honores. El once, previsto está que el Ayuntamiento
constitucional de 1814, tome solemne posesión.
Mas, nada sería, para asombro y terror de los gaditanos, como
estaba programado: las tropas acuarteladas en la ciudad,
dirigidas por mandos absolutistas, se niegan a jurar la
Constitución lanzándose a las calles, a tiros y bayoneta, para
impedirlo. Las plazas, donde se han reunido constitucionalistas
y curiosos, serán escenario principal del horror, del espanto,
que las fuerzas anticonstitucionales imponen a la multitud
congregada para festejar el feliz regreso de la «Ley de leyes».
Freire, vacilante, presionado por sus tropas, grita vivas al
Rey, ordenando a los asistentes el acatamiento del absolutismo.
61 hombres y 10 mujeres sucumbirán víctimas inocentes de la
brutal actitud militar. La ciudad se conmueve, desaloja las
calles, se encierra en sus casas; la pesadumbre la acompaña. El
«Diario Mercantil», en un texto que no llegaría a publicarse,
hacía este balance de la reacción absolutista del 10 de Marzo:
«Hacen fuego las tropas matando, hiriendo y robando a cuantas
personas encuentran, sin distinción de sexos, ni edad, haciendo
fuego a las casas y saqueando todas las que se hallaban
abiertas...». Una auténtica tragedia que jamás gestó el pueblo
gaditano, quien tendrá que esperar al 19 de Marzo, calmados los
ánimos tras la evacuación de la tropa agresora para ver jurar a
los militares la Constitución. El 22, en el solemne funeral por
los caídos del 10 de Marzo, el predicador recordaba a los
patricios que redactaron en el «doce» la Constitución, afirmando
que «... el Gran Dios de las misericordias que vela sobre los
hombres, y más admirablemente sobre los españoles, suscitó
tantos hombres sabios, hombres prudentes, hombres amantes de su
Religión, de su Rey, de la Patria, que unidos formaron este
precioso libro de la Constitución gaditana de la Monarquía
española...»
Si la Iglesia, principal factor contrarrevolucionario, aceptaba
la Constitución, la Constitución -para que dudarlo- había
triunfado... Los «enemigos del orden público», los «revoltosos»,
los «lobos rapaces con piel de oveja» (Pastoral del Obispo del
12 de Enero) quedaban «exonerados», al menos durante algún
tiempo, de tan lamentables calificativos.
La tarde del 2 de Abril de 1820, Rafael de Riego llegaba a un
Cádiz serenado, dispuesto a ofrecerle un recibimiento apoteósico
y tumultuario. Frente a la iglesia de San José en extramuros, un
enfervorizado gentío lo espera como «benemérito Patriota»... «de
tantas glorias cubierto», soldado que «tantas fatigas militares
ha sufrido y tantos peligros ha arrostrado por liberar a su
Patria de la esclavitud» (Diario Mercantil, 5 de Abril de 1820).
Una carretela adornada está preparada para llevarlo hasta la
ciudad en olor de multitud; mas no serán caballos andaluces los
que «tiren» del militar constitucional, salvador de España de la
esclavitud absolutista del nieto de aquel gran Rey ilustrado,
Carlos III: son los hombres del pueblo, quienes animados de un
arrebato de pasión patriótica, lo conduzcan a la ciudad, donde
lo esperan, si cabe, más enfervorizados gaditanos que admiran en
él a quien ha hecho posible el retorno de lo que consideran su
obra más preciada, por la que han ofrecido riesgos vidas y
trabajos en el «12» y el «14»: la Constitución.
Desde las Puertas de Tierra, una banda militar arrebata y
alegra, con marciales canciones, a los que se congregan para
aclamar al ídolo. Vítores y aplausos resuenan sin cesar en honor
del Jefe de la Primera División del Ejército nacional,
vindicador de la constitución «pisoteada» por el Rey desde su
regreso del exilio de Valençay. Desde los balcones y rejas
-constataba el «Diario Mercantil» de Cádiz del 5 de Abril-,
engalanados con vistosas colgaduras, las bellas gaditanas
arrojaban flores y colmaban de aclamaciones al héroe libertador
de la Patria». Las campanas, tañidas por manos laicas, llenaban
los aires de un júbilo desbordado, largamente esperado entre las
brumas del absolutismo.
«Derramaré hasta la última gota de mi sangre por defender a tan
heroico Pueblo y a toda la Nación», exclama el libertador desde
la balconada de la Casa Capitular ante una multitud que ya se
siente más ciudadana que súbdita. En la calle Ancha, en el
balcón del general Ferraz, Riego grita ante un nutrido grupo de
«fieles» que le siguen por las calles de la ciudad: «¡Viva el
heroico pueblo de Cádiz! ¡Viva la Constitución de la Monarquía
española! ¡Viva Fernando VII constitucional!». En el teatro será
homenajeado entre ondear de pañuelos y canciones a la Patria: es
el «Cádiz liberal», que ha conocido la derrota y el exilio...
La libertad de imprenta vuelve a abrir las redacciones cerradas
en el 14. Por las calles de Cádiz se vocean «El Celador de la
Constitución». «La Miscelánea del Comercio...», «El diario
gaditano de la libertad e independencia nacional», «El grito de
Riego»...
Al dejar Cádiz, dirá emocionado: «Ligados por tantos vínculos
(él y Cádiz) no podemos por menos de tener un mismo anhelo: la
libertad de la Patria. Trabajemos todos sin cesar hasta
consolidarla; y no cesemos de repetir viva la Nación, viva el
rey constitucional, y a estos gritos que explican nuestra dicha,
séame permitido añadir el viva Cádiz libre. (Cádiz, 3 de Abril
de 1820. El Comandante General de la primera división del
Ejercito Nacional. Rafael de Riego)
.
El «trienio «liberal» iniciaba su fatal camino para desembocar
en una década de ominoso absolutismo. Mientras tanto, los
vencidos de 1814 volvían a ser «dueños» de su Destino...
Pulse la tecla F11 para ver a pantalla completa