Y su aliento se desmoronaba con esa lentitud de hoja
cuando del árbol cae, ya desprendida,
para ser hojarasca y amortecerse entonces
junto a las otras hojas,
a la espera de un viento o de un origen.
«¡Mirad, mirad y contempladlo!
Ved con los ojos y oíd, si es que pronuncia,
y emitid juicio de aquello oído y visto.»
Y más que preguntarse, entre ellos se afirmaban
-sin duda ni confusión alguna-
la total falta de lo determinante
que hiciera al hombre distinto de otros hombres.
«¡Mirad, mirad y vedle!
¿Qué atributos o símbolos ostenta?
¿Dónde aparecen señales manifiestas
que lo signifiquen o denoten?
y ausentes estas,
¿qué virtudes le hacen mereciente?