Hace ya más de tres años que formo parte del grupo «Río
Arillo». Mi afición a las letras me llevó a él. Era septiembre,
lo recuerdo perfectamente. Una, me imagino, suele entrar en
estas cosas al principio con recelo, con paso inseguro, al menos
eso me ocurrió a mí. Pero ya han pasado más de tres años. Muchos
compañeros de aquellos mis inicios no están, otros se han ido
agregando, quizás con el mismo espíritu ilusionado con el que yo
empecé. Pero a todos nos sigue uniendo el mismo fin: crear, en
un espacio definido, un mundo mágico en el que recrear cuanto
llevamos dentro gracias a la literatura.
Desde siempre quise escribir. Sacar a la luz, como si de un
parto maravilloso se tratara, las inquietudes que en mi interior
latían gracias a la palabra, es una sensación difícil de
describir. Gozosa es la llamada salvaje del corazón para que se
le abran las puertas de par en par. Y la mano, como una fiel
servidora, acude a esta llamada como una madre amorosa que calma
la sed del hijo. Porque mi corazón siempre tuvo sed de darse, de
la manera que fuera, y hacerlo sobre un papel es una bella
posibilidad. En mi grupo, en el grupo «Río Arillo», he visto
igualmente a otros dispuestos a ofrecer de la misma manera
cuanto en la sangre les nacía. Y ello es tan reconfortante, tan
placentero y vivificador, que no puedo menos que darles las
gracias a todos, por ser como son, y por permitirme a mí misma
ser como soy.
Formamos, a qué negarlo, una gran familia a la que un rinconcito
de nuestra calle «Real» da cobijo una vez a la semana, y así ser
felices. No necesitamos mucho para ser felices. Quien hace caso
al corazón no precisa de grandes cosas. Alfonso, Soledad,
Miguel, Enrique, Jesús, Inma, Adelaida, Gelines, Armando,
Manuela: gracias por todo.
Pero, sobre todo, gracias a ti, Alfonso, por conseguir con
tenacidad y empeño, que este invento no se disolviera pronto,
por mantener firme la llama de lo que ya hace cuatro años se
inició.
Hoy mi palabra es homenaje, no a los grandes autores que
sinceramente admiro, no a esos geniales movimientos literarios
que nacieron del alma humana, no a las obras que constantes se
mantienen en estantes y bibliotecas. Hoy mi voz se rinde ante lo
que es la verdadera grandeza de la literatura: ser espejo de
vida para los que de la manera más digna posible hacemos uso de
ella. Y porque sé, estoy segura, que escribir es, para nosotros,
los del «Río Arillo», lo más gratificante, porque nos mueve más
el corazón que el reconocimiento, hoy, desde esta página, brindo
por nuestra felicidad.