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Hubo una vez un señor francés que se llamaba Henri Bergson y
que en el año 1900 escribió un breve ensayo sobre el fenómeno de
la risa. Este señor llegó a alcanzar la admiración y el renombre
universal (al menos entre unos pocos intelectuales a quienes nos
suena su nombre) y, desde entonces hasta ahora, las editoriales
publican este ensayo suyo y lo venden a precios módicos en las
librerías. Pero resulta que son pocos los que leen algo y además
éstos siempre leen las mismas cosas, o sea, que al final lo
atractivo del título y el escaso volumen de palabras no bastan
para que el «producto» tenga suficiente mercado, dejando de ser
«rentable». Así es como esta obrita se convirtió, con el tiempo,
en el típico libro a veinte duros que podemos encontrar en
cualquier feria del libro. Yo lo adquirí en la que ponen en la
Alameda.
La risa me sorprendió. Es suave, sin tropezones conceptuales
indigestos. Define lo cómico como la suma de tres ingredientes:
la distracción en la acción, la insociabilidad del personaje y
la insensibilidad del público. Me explico, o mejor dicho, les
explico:
1.- «No hay nada esencialmente risible sino lo que se ejecuta
automáticamente... Toda distracción es cómica.» Bergson pone
como ejemplo pone a Don Quijote, al cual define como «lo más
cómico que se puede imaginar», pero también a los viandantes que
tropiezan y caen.
2.- «Un carácter bueno o malo, con tal que sea insociable, podrá
llegar a ser cómico», pues parece cierto que «la risa tiene una
significación y un alcance sociales, que lo cómico expresa ante
todo una cierta inadaptación particular del individuo a la
sociedad, que nada hay cómico sino el hombre». Sólo así se
explica, en efecto, la posibilidad de encontrar en la literatura
humorística lo mismo a héroes virtuosos que a personajes de
espíritu retorcido.
3.- «Toda situación podrá hacernos reír, sea grave o leve,
siempre que el autor sepa presentarla de modo que no nos
conmueva», pues «lo cómico se dirige a la inteligencia pura: la
risa es incompatible con la emoción». Argumenta que todo
defecto, por leve que sea, puede ser presentado de modo tal que
provoque simpatía, temor, piedad o cualquier otro sentimiento y
que esto desarmaría todo intento de hacerlo humorístico.
Paralelamente, la «risa» del malvado no tiene nada que ver con
la risa de la que estamos hablando, ni tampoco la del bebé: en
estos casos se trata del correlato somático de la alegría o la
satisfacción sentidas, los cuales no deben confundirse con el
«sentido del humor» o la «comicidad». De estas consideraciones
concluye el autor que «no hay mayor enemigo de la risa que la
emoción». El «humor negro», que bien podría definirse como la
capacidad de esbozar una sonrisa ante la tragedia, no podría
explicarse de otro modo si no es suponiendo que lo cómico supone
siempre una cierta capacidad de desconexión anímica. Así, por
ejemplo, alguien (que no es mala persona) me contó el siguiente
chiste: «¿Cómo caben cien judíos en un seiscientos? En el
cenicero.» Este chiste es, en verdad, terrible e inhumano, pero
puede llegar a ser cómico para quien logre pensar en los más
graves sucesos sin emocionarse.
Para completar el análisis de la risa, Bergson pasa a una nueva
cuestión que es de vital importancia: averiguar la función de la
risa, su porqué. Y la respuesta está ya latente en lo que se
dijo a propósito de la «insociabilidad», a saber, que la risa
sirve para uniformar comportamientos. Como dice Bergson: «la
risa es, ante todo, una corrección. Hecha para humillar, ha de
producir una impresión penosa en la persona sobre quien actúa.
La sociedad se venga por su medio de las libertades que con ella
se ha tomado. No llenaría sus fines la risa si llevase el sello
de la simpatía y de la bondad.» ¿Será verdad esto? ¿La esencia
de la risa es la crueldad del hombre para con el hombre, el
esfuerzo de la sociedad por eliminar disidentes? Desde luego,
esta hipótesis explicaría por qué el sabor de la risa es amargo
para quien la padece.
Pero veámoslo de nuevo, pensemos. ¿Para qué sirve la falta de
emoción si el resultado de la risa es un agravio de naturaleza
claramente emotiva? Nuestros parientes y amigos utilizan la risa
para ridiculizar esos pequeños aspectos de nuestra personalidad
que, a su juicio, son mejorables: nos quieren criticar y
reformar. Y lo hacen sin dejar de querernos, sin animosidad, sin
poner en peligro la necesaria seguridad afectiva que todos
necesitamos para vivir. Pero su risa nos duele, todos lo sabemos
de sobra. Entonces, repito, si nos quieren, ¿por qué nos hacen
daño con su risa? Quien es objeto de la risa sabe que tras este
acto no hay odio... pero intuimos que nos condenan o nos
desprecian. Quizás sea una especie de anestesia que nos impide
sentir en toda su contundencia la desaprobación del prójimo, una
herramienta que lima asperezas haciendo algún daño, pero siempre
el mínimo. Así, quien se ríe no suele pretender que suframos,
igual que quien cuenta el chiste de los judíos no pretende
congratularse con la desgracia de este pueblo.
Algunas conclusiones que he sacado tras leer a Bergson y pensar
un poco por mi cuenta son las siguientes:
a) Que no se es más feliz por reír más.
b) Que la esencia de la risa es la humillación o, en el mejor de
los casos, llamar la atención sobre un comportamiento o
circunstancia que se sale de la tónica normal de nuestro grupo
social (por eso los extranjeros y sus costumbres son risibles).
c) Que reírse de uno mismo es bueno, pues mantiene la autoestima
a la vez que incentiva la autocrítica necesaria para impulsar el
desarrollo personal.
d) Que reírse de las desgracias es bueno, pues aleja de nosotros
su capacidad para hacernos sufrir e insufla en el alma un cierto
tono estoico que nos mantiene afectivamente a salvo.
e) Que no me parece sensato que usted y yo dejemos de sentir la
vida como una tragedia.
¿No será mejor que dejemos de reírnos tanto? Morirse no es un
chiste, ni tropezar y caerse en el duro suelo. Por otra parte la
actitud estoica es cobarde y la uniformación social una tiranía.
El amor, las vivencias, el compromiso... nada de eso es cómico.
Descargarse de tensión emocional es bueno, pero vaciarse de
sentimientos es inhumano. El hombre es el único animal que se
ríe, pero con ello ¿somos más o menos humanos?
Para vivir el hombre necesita recurrir de vez en cuando al limbo
de la risa, pero, ¿deberá construir aquí su morada?, ¿olvidará
acaso que su destino es sufrir la tragedia de la vida?
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