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Una vez más, la Humanidad se ha decidido por representar la
obra que mejor sabe poner en escena. Otra vez no ha podido, no
hemos podido, abstraernos al embrujo de recurrir a los clásicos
para llenar el escenario y abarrotar las butacas del Gran
Teatro.
Como siempre, el guión se actualiza con una naturalidad
dramáticamente innatural. Sin embargo, los actores son
inconscientes a estos matices sublimes, capaces de transmutar la
rutina en clamoroso estreno, foco de todas las atenciones.
Así se ha vuelto a estrenar la Gran Obra de LA GUERRA -en los
Balcanes-. El despliegue de medios no deja lugar a dudas que
realmente todo el Mundo está incluido en ella. Los actores
principales saben sacar de esta oportunidad su mejor
interpretación para lanzarse al estrellato, sin importarle lo
más mínimo el precio de la «gloria», aunque ésta tenga su código
de caducidad grabada, sin poner el más mínimo reparo en cuantos
actores secundarios en este estreno tendrán el principio y el
fin de su carrera «artística».
También esta ocasión tiene el suficiente encanto como para
atraer a esos segundones de eternos repartos, que se interpretan
a sí mismos de forma suicida para hacer la actuación de su
«vida» -a costas de otras vidas-, con el fin de conseguir, de
forma definitiva, la sin razón de un pasado oscuro, deseoso de
estrellarse frontalmente en el presente.
Y como no podía ser de otra manera, el relleno de esta gran
compañía teatral la forman miles y miles de actores reclutados a
la carrera, en las esquinas de una ignorancia que llega a todos
los lugares, entre las raíces de una Historia que se alimenta
del aire (ideas) más que de la Tierra (realidades).
Estos actores improvisados a punta de pistola no han podido
elegir mejor ocasión para salir al escenario. Saltan, se mueven
de forma convulsiva, corren y sufren en medio de un fuego
cruzado entre los primeros y segundos actores que no tienen
limite en su afán de gloria y triunfo. No pueden pensar, no
pueden hablar, no pueden poder, sólo existen para cubrir el cien
por cien del sufrimiento y dramatismo que exige el guión.
Pero esta obra tan occidental, tan cercana, tiene un aliciente
cosmopolita. Incorpora las más refinadas y sutiles sombras
chinescas, una pincelada oriental, que aumente si cabe lo
atractivo de la representación. En medio de esas sombras, se
mueven con una soltura sin igual personajes aparentemente
conocidos, con perfiles que se identifican con actores famosos,
consagrados en otras obras de primerísimo «cartel» -Medellín,
Moscú, Washington, etc.
A la obra no le falta el más mínimo detalle, todo, absolutamente
todo, está medido, controlado. Tanto es así que hasta el público
forma parte de la misma. Cada espectador se convierte en otro
personaje, aportando ese factor de realidad necesario para
plasmar de manera evidente la universalidad del montaje.
Está claro que la guerra no sabe de fronteras, por ser ésta su
alimento preferido, no conoce los visados, por que no los
necesita. La Guerra está en todas partes, está entre las
butacas, y se representa entre las tablas, delante de nuestras
narices y pagamos gustosamente por verla.
Se estrena a sí misma y el éxito se lo damos todos nosotros. Es
por eso que ahora los actores, tramoyistas, «iluminados» y
espectadores, se lanzan frenéticamente en busca de ese Director
Magistral para mostrarles la felicitación más entusiasta.
También, como loco, está ese Director buscando al guionista de
la obra, que antes de su representación se consideraba maldita,
fuera de contexto.
En medio de este frenesí apocalíptico, todos se encuentran y
todos se miran en un segundo de silencio, que puede engendrar a
la Humanidad, en sus entrañas atemporales, infinitas.
Ese silencio, ese espacio en blanco, ese parar absolutamente
todo, pudiera ser el único camino que tendremos para bajar el
telón y reconocer desde la conciencia interior que este
espectáculo formó parte de nuestro camino, pero que ya no
caminamos por él, que sabemos que no es el verdadero camino.
Un solo hombre no puede hacer el trabajo de bajar a los mundos
infiernos y salir con un ejército de soldados incondicionales.
Aunque no sabemos como ha sucedido, nosotros somos parte de ese
ejército. Ha llegado la hora de desbaratar, desmontar,
comprender que hasta aquí ha llegado la Historia de la Guerra y
que en el libro de la VIDA, de nuestras VIDAS, no existe ni una
hoja más para seguir escribiendo sus atrocidades.
Ha llegado la hora de SER HUMANO, nos ha llegado nuestra hora.
Tú decides, yo ya he decidido.
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