Página anterior. Volver Portada gral. Staff Números anteriores Índice total 1999 ¿Qué es Arena y Cal? Suscripción Enlaces

Por qué han de pasar cien años / para poder enjuiciar / la labor de algún poeta? / Cuando vive, desengaños /, las envidias, maltratar / y hasta hacerle la puñeta /. Pues yo me voy a atrever / (con tu permiso, Fernando) / a escribir algo diverso / y, del fondo de mi ser, / todo mi afecto te mando / en prosa a ritmo de verso.

Desde el encabezamiento / escrito en un pareado, / hasta un final con soneto / te diré lo que yo siento / ahora que nos has dejado, / joven de espíritu inquieto.

Nacido en el Sur del Sur / hasta Borges te tildó / de ser un gran escritor. / Tus libros -cincuenta y seis-, / en estudios literarios / o narrativa y poemas/, llevan implícitos sol, / pino, salina y estero, / gracejo del habla en «Cai», / Caleta, Santa María, / bienmesabes, Carnaval, / la Catedral, las espumas / de las olas, al besar, / las playas de tus paseos. / Tu barba -a veces rapada-, / tu gorra de marinero, / fueron testigos de noches / y amistades compartidas / alrededor de una mesa, / saboreando una copa / de tu vino chiclanero, / mientras que cualquier detalle / vislumbrado fugazmente, / te insinuaba el comienzo / de alguno de tus escritos / para que pronto, muy pronto / nos dejaras el testigo / para seguir en la brecha / a los -como tú-, tan locos / que vemos, o pretendemos, / mirar muy sobre las tejas, / tratando de sacar jugo / hasta el tuétano de todo... / De la pena y la alegría, / del gozar y del sufrir, / de la vida, de la muerte, / del amor, del sonreír...

Esas «Mil noches de Hortensia / Romero» y «Viento del Sur», / o «La Canción del Pirata», / «Crónicas» y muchas más, / han salido de tu pluma / que -a veces- reconocida, / avalaron tu quehacer / con indiscutible premio / siempre más que merecido /. Y, de pronto, la noticia / de tu muerte ya anunciada. / Aun no estabas en la fosa / cuando lo supe, y me vine / a escribir de ti, Fernando, / esto que sigue. Mis ojos / poco a poco destilaron / alguna salobre gota, / manchándose un tanto el folio / como si el llanto quisiera / ser la firma de mis letras.

Me pilló de improviso. / Como llegan las cosas / que no son esperadas. / Tenía el Canal Diez puesto / (la Tele de La Isla). / De repente, el «spea ker», / que narraba los sucesos / puso la cara seria / y entrecortó su charla / como el que lleva dentro / una pena muy honda.

Yo no podía creerme / lo que estaba escuchando: / ¡Nuestro Quiñones muerto! / Pero... ¡no era posible! / ¿Muerto nuestro Fernando? / Si hace unos días tan solo / estaba en candelero / y todo el mundo hablaba / de un premio o agasajo, / y de aquel homenaje, / y de haberlo nombrado / en su amada Chiclana / como Hijo Predilecto...!

¿Por qué esto así, Dios mío? / ¿Tan solo Tú te encuentras / que quieres rodearte / de aquellos que propagan / con su pluma y su verbo, / sembrando sus deseos, / el que el mundo sea libre / y hacernos más felices?

Me metí en mi despacho. / Ese magro reducto / donde doy rienda suelta / a las locas neuronas / que bullen en la mente. / Y me fui sin dudarlo / en busca de aquel libro / que estaba en un estante, / dedicado a mi nombre / y que el maestro firmara / con rasgo vigoroso.

«Legionaria» era el libro. / Y a pesar de ya haberlo / releído más veces, / esta vez fui pasando / una página y otra / saboreando las frases / de sus cinco relatos. / De aquella «legionaria» / que contaba sus ligues» / con aquel marinero, / o el jovenzuelo púber, / cuando le dio vergüenza / desnudarse ante él virgen...! Luego, «La Seguiriya», / hablando de toreros, / y trajes azul pavo / y botellas de vino / que pagaba Luis Valmy.

Más allá va «El testigo», / donde «El Pantalón» canta / una vez formidable / y cuarenta fatales. / Más tarde «El Noroeste», / que hablaba de ventiscas / y pescaíto frito / en bares caleteros / y amores imposibles / entre el viejo y el joven / con adiós incluido.

Y, por fin, nos detalla / «El Final, donde escribe / de la telefonista / que va huyendo sin tino / y se tropieza un gato / que maulla quejumbroso, / mientras se huele a guerra, / y por José del Toro / una marea iracunda / lo va arrasando todo, / rodando veladores / y cuerpos ya sin vida, / y un coche de caballos / volcado en Columela / es testigo impotente / de aquella mar que avanza / reclamando lo suyo...

Como algún personaje / salido de su pluma, / también se lo dejaron / «tranquilo, a la sombrita»... / Y, «cuando iban a irse», / bien entrada la noche, / fue allí «cuando se dieron / cuenta» de que el maestro / nos dejaba, en silencio, / volando hacia la gloria / que se hubo bien ganada / rellenando cuartillas, / novela tras novela, / un verso tras de otro...

Si de tu pluma sin par / echaste el último anclaje / quedándote al Sur sujeto, / yo, para finalizar, / te envío con fiel homenaje / un abrazo y un soneto.

Te tomaste el vivir como una broma.
Tan solo en escribir tuviste prisa...
Y no huyó de tu cara la sonrisa,
cuando tu alma cambió en fugaz paloma.

Te empapaste del mar y de su aroma;
supiste del dolor y de la risa;
tuviste la amistad como divisa
y el gracejo del Sur lo hiciste idioma.

Ya no serán iguales los vaivenes
de las olas, llorando las espumas,
pues, soñando, no pisas ya sus playas.

Mas, la brisa, rozándote las sienes
te dirá que, mezclado con las brumas,
va nuestro amor... donde quiera que vayas.





 

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