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LA VOZ DESCONOCIDA DEL 98

En 1898, España había fracasado
 como Estado guerrero, y yo le echaba
 doble llave al sepulcro del Cid para
 que no volviese a cabalgar.»
Joaquín Costa

Joaquín Costa

El estado moral del país en 1898 impulsa toda una literatura, denominada «regeneracionista», que crítica el conformismo, la retórica hueca, la ignorancia y la corrupción de los partidos. Propone en cambio que España se sacuda de la abulia y la pasividad y ponga su fe en la educación, en el espiritualismo laico, en el progreso y en el futuro, es decir, se acerque a los ideales de una Europa abierta y libre. Entre todos estos hombres se distingue Joaquín Costa, que buscó la renovación por vías de una política avanzada, incluso revolucionaria. Atacó el caciquismo, replanteó la reforma agraria y acometió a cuantos hablaban y escribían con retórica fácil sobre la libertad «porque no vieron que la libertad sin garbanzos no es libertad... y por tanto que el que tiene el estómago dependiente de ajenas despensas, no puede hacer lo que quiere, no puede pensar lo que quiere, no puede el día de las elecciones votar a quien quiere».

«Escuela y despensa», pide Joaquín Costa, la personalidad más robusta de la generación del 98. Cronológicamente pertenece a la anterior; su primer trabajo jurídico data de 1876, pero políticamente hay que incluirle en la del 98; es el dolor de la guerra con los Estados Unidos el que le arranca de sus admirables estudios sobre el derecho, la poesía, la mitología y la organización política y social de la España ibérica primitiva y le lanza a un apostolado de regeneración. Costa fue maestro de toda la generación del 98.

Joaquín Costa nació en Monzón, pueblo de la provincia de Huesca, el 14 de septiembre de 1846. Hijo de una familia de humildes labradores, su infancia y juventud transcurrieron agobiadas por la más extrema pobreza, teniendo que pagarse sus estudios con su corto salario de albañil. Dos acontecimientos juveniles dejaron en él profunda huella. Su visita a la Exposición Universal de París en 1867, a la que asistió como trabajador de España, y su paso por la Universidad de Madrid. Allí se vinculó al grupo krausista, mientras preparaba los doctorados en Filosofía y Letras y en Derecho. Fue letrado del Ministerio de Hacienda, bibliotecario, profesor de la Institución Libre de Enseñanza, miembro del cuerpo de notarios, fundador de la Sociedad de Geografía Comercial, profesor de la Academia de Legislación y Jurisprudencia y miembro de la de Ciencias Morales y Políticas. Costa es eminente jurista e historiador del Derecho, experto en agricultura, investigador de la Sociología de la política, reformador social y severo crítico de la política de su tiempo. Joaquín Costa murió en Graus (Huesca), el 8 de febrero de 1911.

La crisis económica de 1890 le llevó a organizar a los labradores de su tierra natural en la Cámara Agrícola del Alto Aragón. En el año 1899 se formó la Liga Nacional de Productores que se unió, un año más tarde, con la Asamblea de las Cámaras de Comercio, creándose la Unión Nacional. Los grupos reunidos en la Unión Nacional dieron su base al llamado Regeneracionismo. Sin embargo, el hecho de haber evitado convertirse en partido político esterilizó sus esfuerzos renovadores.

Desengañado por este fracaso, Costa todavía incorporó a sus seguidores de las Cámaras Agrícolas del Alto Aragón al intento de la Unión Republicana forjada en 1903. Aunque llegó a ser diputado, desalentado y pesimista, no llegó a pisar las Cortes, retirándose solo y amargado al Alto Aragón, de donde únicamente salió para atacar la ley contra el terrorismo que pretendía proclamar el gobierno Maura.

La palabra de Costa, oral o escrita, cuando flagela tiene acentos de profeta bíblico. Su prosa política es de antología. Sus fórmulas son sencillas, pero clarividentes. En una de ellas, Reconstitución y europeización de España, título de unos de sus libros (1900), resume su más ambicioso programa político. Por europeización entiende, predominantemente, transformación del espacio físico económico de España: repoblación forestal, canales y pantanos, regadíos; en suma, revolución de la agricultura y de toda la producción. Quiere que España sea rica para todos antes de pensar en repartir la miseria común.

En otra obra suya, Oligarquía y caciquismo como la forma actual de gobierno en España, una Memoria presentada y discutida en el Ateneo de Madrid por los demás notables pensadores y políticos de la época, entre ellos, Unamuno, Cajal, Pardo Bazán, Azcárate, Builla y Pi y Margall, Costa escribía: «La primera sorpresa que nos aguarda, en este respecto, la historia política de España es la absoluta ineficacia de la revolución de 1868, que hayan resultado defraudadas las esperanzas que hizo concebir; que haya sobrevivido el Estado anterior a ella». Esta obra contribuyó de manera fundamental a modificar los términos en que se planteaba el llamado problema de España.

El problema de las élites o minorías selectas, que luego encontraremos en Ortega y Gasset, está ya en Costa. «España es el gobierno y dirección de los mejores por los peores; violación torpe de la ley natural». Es una selección darwiniana al revés y de origen remoto. Refiriéndose a la revolución francesa, dice que en «España esa revolución está todavía por hacer...; mientras quede en pie esa forma de gobierno por los peores... no seremos, ni con monarquía ni con república, una nación libre, digna de llamarse europea».

El remedio no está en hacer leyes sobre el papel; hacen falta actos. Costa pide una política quirúrgica «que pueble de levitas, uniformes y togas los presidios de África». Esa política requiere un «cirujano de hierro», especie de héroe carlyliano «que ha de sacar a la nación del cautiverio en que gime y desencantar la libertad... Porque eso que toma por libertad es cabalmente el suelo donde se rehace y cobra fuerzas el Anteo de la oligarquía».

Lo mejor de Costa es el problema vivo de España y lo mejor de España está representado en la obra de Costa. Hay que «fundar improvisadamente en la península una España nueva, es decir, una España rica y que coma, una España culta y que piense, una España fuerte y que venza, una España, en fin, contemporánea de la humanidad, que al trasponer la frontera no se sienta forastera como si hubiera penetrado en otro planeta o en otro siglo».





 

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