Gala, Antonio Gala, todo almíbar, anuncia sus obras completas
en televisión. Gala, enervado de lírica comercial, exacerba el
histrión de su rostro, el caudal de mermelada -exceso de
sacarosa- de su voz. Gala vende libros e imagen. Vende versos,
novelas, artículos y ensayos. Gala vende cassettes y obras de
teatro. Gala es el actor del escritor. Nadie sabe ya quién, qué,
es Gala.
Gala truena en El Mundo y llora en la poesía. Es un todo terreno
que triunfa en la Feria del Libro -ranking de ventas- y suma y
sigue. Gala recita sus versos con deleite mercader. Ya nadie
duda que Gala es el fingidor que nombrara Pessoa, con una doble
personalidad o un doble fondo. Haciendo Literatura, sintiendo,
en el frontispicio de su persona. Vendiendo libros, negociando,
en la trastienda de sus libros.
La Literatura, Gala, ha quedado reducida a un sin fin de
contradicciones, a un maremagnum de despropósitos. Es y no es.
El dilema está servido. Gala siente demasiado al igual que vende
demasiado. El problema es saber si sentía antes de vender o si
lo que siente es para continuar firmando ejemplares en las
casetas de la Feria, esas barracas tomadas por la masa que sólo
lee por temporada o por moda.
Ser escritor es anterior a ser un profesional de la escritura o
viceversa. Gala, antes de ser vende-libros, era un ser ciego de
literatura, borracho de afán literario, ahíto de escribir so
pena de morirse en el intento.
No lo sabemos. Nunca lo sabremos. El sistema ha convertido a
Gala en un creador de libros mediáticos. Vende tal cual escribe.
Y a buen precio. Quizá deba ser de esa forma, una mezcla de fría
ambigüedad y escurridiza ternura. Al fin y al cabo, se sigue
confundiendo el negocio con el placer, a veces de una forma
vomitiva.