Atravesar los patios. Dialogar
con el silencio antiguo de la casa.
Oigo cómo se mueren
las estatuas de olvido entre la hiedra,
cómo la herrumbre
les mancilla la boca y les imprime
un desdén de verdín con mucha escarcha.
La luna está de yeso.
Duele la soledad al horizonte,
cansado ya de tanto amamantar los lirios.
Abro con tu recuerdo los desvanes,
aquellos que te amaron,
y vuelve el tiempo, vuelve,
con el sol en los ojos,
a traer a estos patios cárdenos de lluvia,
un abrazo con frutos de carmín,
como cuando era todo amarse en la arboleda
y un septiembre travieso
nos besaba de uvas
y nos multiplicaba entre los olmos.
Quizás vengan palomas al patio y se adormezcan
al último estertor de las estatuas,
al catártico acento de la fuente
que incrusta a los rincones tanto frío.
Ya nada será ayer. Duele el agua en los ojos;
en todos los andenes de mi vida
oscura y sideral. Ya está la noche
trayéndome un rumor de astros que vuelven
con pájaros de invierno entre las alas.
Soledad se me adentra
igual que una ceniza, envejeciendo
tu sombra más y más contra los muros.