Había pasado ya mucho tiempo sin que me acordara de un viejo
amigo, compañero de situaciones especiales, viajero incansable
que en todo momento supo saber SER y ESTAR en completo SILENCIO.
Cuánto ha pasado sin que mi CONCIENCIA recuperara de las garras
del olvido a este consejero imparcial, capaz de no llenar de
palabras la mente, precisamente, en esos momentos en los que
realmente lo que se necesita es SILENCIO.
Cuánta ingratitud acumulada ante el dique de la «Cultura», que
no permite ni un segundo de aliento, incapaz de reconocer que,
sinceramente, su más grande aliado es y será el SILENCIO. Pero,
haciendo un esfuerzo para superar todas las barreras de las
palabras y cerrando las puertas a la Mente, cargada de ruido y
más palabras, se puede felizmente abrazar al SILENCIO.
Y es ahora que, sin prisas de ninguna clase, hemos podido
intercambiar experiencias.
Por cada SILENCIO han ido pasando VIVENCIAS que ya estaban a
punto de ser pasto de las llamas del olvido, y se han recuperado
esas otras que se daban por poco importantes, precisamente por
que no hacían ruido en el desván de la cabeza.
Sin tiempo y sin límites, han hecho acto de presencia Amigos
entrañables escondidos entre muros de palabras, personas
queridas presas de ladrones de palabras, inquietudes acomodadas
y domesticadas por encantadores de las palabras. Y yo también
estaba preso por un ejército de palabras que en todo momento
intentan no perder a un rehén que les proporciona su sustento y
los mantiene a sueldo.
Y una vez descubierta toda esa LUZ guardada en medio de la
obscuridad de las Palabras, cómo poder pagar esta visión
clarificadora, capaz de devolverme un poco de esa Libertad que
se va perdiendo en cada palabra, como reconocer la gratitud de
mi Alma a este viejo Amigo.
Y, precisamente, en este momento de pausa, escucho la respuesta,
el único camino para transmitirle mi agradecimiento, que una vez
descubierto debo guardar un infinito y respetuoso SILENCIO.