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EN EL AÑO DE VELÁZQUEZ |
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La vida de Velázquez, genio universal y el más genial de
nuestros pintores del Siglo de Oro, estuvo marcada por dos
procesos que el artista vivió en paralelo: el humano, de
constante promoción social, y el profesional, como pintor y
arquitecto decorador al servicio del Rey Felipe IV.
De modesto origen sevillano, Velázquez fue superando las
serviles barreras del oficio de pintor, aprendido junto con la
preparación intelectual más sólida que podía obtenerse en
Sevilla a comienzos del siglo XVII. Su maestro, Francisco
Pacheco, no fue pintor, pero sí un discreto teórico cuyos
intereses humanistas transmitió a sus discípulos.
Diego Rodríguez de Silva y Velázquez, fue bautizado el 6 de
junio de 1599 en la parroquia de San Pedro de Sevilla, ciudad en
la que había nacido pocos días antes. Con unos once años Diego
Velázquez fue puesto a aprender el oficio de pintor, primero con
Francisco Herrera y luego, en diciembre de 1610, en el taller de
Francisco Pacheco. El 23 de abril de 1618 contrajo matrimonio
con Juana de Miranda de Pacheco, hija mayor de su maestro.
Sorprende en la obra de los primeros años la total divergencia
formal y conceptual respecto al estilo de Pacheco, como si el
joven pintor buscara su clientela a través de la originalidad.
Desde fecha temprana se aprecia en Velázquez cierta
indeterminación entre temas religiosos y bodegones, en lo que se
ha dado en llamar bodegones a lo divino, de que son ejemplo
Cristo en casa de Marta y María y La mulata o Cena de Emaús. En
obras coetáneas, Velázquez recurre al naturalismo tenebrista,
acaso ocultando algún significado alegórico relativo a los
sentidos. Son entre otras Los tres músicos, Dos jóvenes comiendo
y El aguador de Sevilla o Vieja friendo huevos. Más
convencionales en los temas y en sus soluciones ejecutó
Velázquez algunas pinturas religiosas de gran belleza,
especialmente la pareja de lienzos de la Inmaculada Concepción y
San Juan Bautista en Patmos, y la obra principal del género
religioso del momento la Adoración de los Reyes.
Velázquez emprende viaje a Madrid, en 1622, para retratar a Luis
de Góngora. Antes del 30 de agosto había retratado al joven
Felipe IV y el 6 de octubre obtuvo el nombramiento de Pintor del
Rey. De esta etapa son una serie de retratos de Felipe IV con
traje negro, del Infante D. Carlos, del Conde-Duque, así como de
miembros de la administración. Las obras de composición que
Velázquez realizó en esta época sólo pueden ser enjuiciadas a
través de Los borrachos o Triunfo de Baco.
El pintor sevillano parte hacia Italia en 1629, poco después de
que Rubens abandonara Madrid. En Roma, principal etapa del
viaje, Velázquez contó con el apoyo del cardenal Francesco
Barberini, por cuyas gestiones fue alojado en el mismo Vaticano.
Apolo en la fragua de Vulcano y La túnica de José son las dos
grandes pinturas fruto del primer viaje a Italia. A su regreso a
Madrid el pintor inicia la serie de retratos infantiles con el
retrato del Príncipe Baltasar Carlos que culmina con Las
Meninas. En los primeros años de la década de 1630, pintó
Velázquez cinco grandiosos retratos ecuestres de Felipe IV, su
mujer Isabel de Borbón, sus padres Felipe III y Margarita de
Austria, y del Príncipe Baltasar Carlos, combinando sabiamente
las influencias de Rubens y Tiziano. De esta época data Las
lanzas o La rendición de Breda, probablemente la pintura de más
calidad de todo el conjunto.
En su obra Velázquez va dando cada vez más importancia a la
pincelada impresionista frente a la que describe dibujando. El
misticismo más intimista surge en Cristo contemplado por el alma
cristiana y el llamado Cristo de San Plácido. De este período
son San Antonio abad y San Pablo ermitaño, y también algunos
retratos aislados, de excepcional calidad, como el llamado
Silver Philip, o el del escultor Juan Martínez Montañés, o el de
la enigmática Dama del abanico, o las expresiones perdidas e
inquietantes de Francisco Lezcano (El niño de Vallecas), El
bufón Juan Calabazas o Don Sebastián de Morra, Pablos de
Valladolid y Don Cristóbal de Castañeda.
En su regreso a Italia, en 1648, Velázquez viajaba como Ayuda de
Cámara del Rey y triunfó en la patria del arte al retratar a su
esclavo Juan de Pareja, antes de efigiar al Papa Inocencio X. En
lo personal y lo pictórico Italia fue para Velázquez sinónimo de
libertad, lejos de las obligaciones oficiales de la corte de
Madrid. Allí cumplía estrictamente con las obligaciones de
retratista y agente artístico, deleitándose con la pintura de
algún tema mitológico, como La Venus del Espejo. Velázquez
rejuvenece con una tardía aventura amorosa de la que fue fruto
su hijo Antonio.
A su vuelta a Madrid, Velázquez recurre al esquema
representativo de la ambigüedad manierista en Las Hilanderas, o
Fábula de Aracne, y en un curioso retrato de La familia de
Felipe IV, conocido por todos como Las Meninas, y reconocido
como su obra maestra. Sus últimos retratos son el de la reina
Mariana de Austria, el de Felipe IV con armadura y un león a los
pies, los dos retratos de Felipe IV con cadena de oro y sin ella
-testimonios de la decadencia física del monarca-, el de la
Infanta María Teresa en edad casadera, el del Príncipe Felipe
Próspero y los varios realizados a la Infanta Margarita.
El 12 de junio de 1658 el rey firmó en el Buen Retiro la cédula
de concesión del hábito de la Orden de Caballería de Santiago a
Diego de Silva Velázquez, el más alto honor alcanzado por un
pintor del siglo XVII en España. El 31 de julio de 1660 caía
Velázquez enfermo de gravedad. Una semana después, el 6 de
agosto, a las tres de la tarde, falleció en Madrid, siguiéndole
pocos días después su viuda.
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