He perdido un amigo que yo amaba
(largos años su sombra fue mi sombra).
Aún parece en el eco que me nombra
con la misma ilusión con que rezaba.
Era un hombre tenaz como poeta.
Soñador de misterios y esperanzas,
que entregaba a las musas sus romanzas
convertidas de amor. Como un profeta.
Albergaba en su alma tanto fuego
que quemaba la piel de su poesía.
Siempre hablaba de aquello que quería
para hallar en su rima su sosiego.
En su rostro novel se contemplaban
unos rasgos visibles del destino,
como un hombre que tiene en su camino
unos sueños que empiezan y no acaban.
Se asomaba a la luz lleno de vida,
encontrando en su brillo el sentimiento
que la pluma estampaba con su aliento,
como un beso vital para su herida.
Y en las noches serenas, cuando el viento
rezongaba feliz en su ventana,
esperaba que el sol de la mañana
lo durmiera de aquel agotamiento.
Tal vez tanto soñar su primavera,
con la luz, como el fuego en la llanura,
haya dado a su alma tanta altura
que ha encontrado en su Dios otra frontera.
Si es que quiso soñar con los luceros
que inspiraran su amor cuando escribía,
ha encontrado el lugar, en su agonía,
para hacer madrigales más certeros.
Sólo sé que se fue cuando empezaba
a vivir la riqueza de este mundo
y ha seguido un camino, tan profundo,
que su gran corazón nunca soñaba.