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A 67 kilómetros de Cádiz está situada la villa marinera de
Chipiona. En tiempos antiguos su puerto era muy visitado por
barcos que venían de América cargados de oro y mercancías. Posee
un magnífico santuario de estilo gótico donde se venera la
Patrona del lugar, Nuestra Señora de Regla, cuya festividad se
celebra el día 8 de septiembre.
Es
un antiguo edificio reconstruido por los Duques de Montpensier y
está situado sobre la ciudadela cedida por Ponce de León, dueño
y señor de la población y del término, señor de los castillos de
Chipiona y Rota y Duque de Arcos. Se alza en el centro de la
pequeña ensenada que forma el mar en esta parte de la costa, al
sur de la punta de Chipiona, sobre uno de los bajos y arenosos
promontorios que a lo largo del seno gaditano se descubren,
conocido ya en tiempos de los fenicios y romanos, y paralelo con
el faro que al NO se levanta airoso e imponente. Fundados en el
hecho de descubrirse con frecuencia bajo las arenas de este
promontorio restos de construcción fenicia y romana, se supone
que en él estuvo asentado un templo dedicado a Venus.
La imagen tiene un origen muy antiguo, según todos los autores
que han escrito acerca de ella. En lo que no coinciden es en la
procedencia de la misma. Algunos la remontan a tiempos
apostólicos, imaginándola obra de San Lucas y perteneciente a
San Pablo, quien la entregó a su discípulo San Timoteo, de cuyas
manos, con el transcurso de los años, vino a poder de San
Agustín. Otros creen que éste mandó construir la imagen en su
pueblo natal, Tagaste, para colocarla en su oratorio privado de
Hipona cuando el anciano obispo Valerio le asoció al gobierno de
la iglesia de esta población. A la muerte de Valerio le sucedió
Agustín, proclamado por el clero y el pueblo.
Habiendo nacido en el año 354, San Agustín murió en la citada
Hipona en el año 430. Otros autores no encuentran fundamento a
la teoría del origen agustiniano de esta imagen. Estudios
iconográficos modernos señalan que la imagen data del siglo
XIII, adelantándola algunos hasta el 1200, mientras para otros
se aproxima más bien al 1300. Parece que en este año, o quizá
antes, comenzó a venerarse en Chipiona. En cuanto al origen de
los milagros, aparece el primero en el Puerto de Santa María en
el año 1338. El segundo se narra dos años después. Las mismas
investigaciones iconográficas admiten la posibilidad de que la
imagen fuese tallada fuera de la región. Sin embargo, la versión
que está más difundida es la de que la imagen fue construida por
encargo de San Agustín.
San Agustín, ante el sitio puesto por los vándalos a Hipona,
pedía a Dios por su rebaño en aquellas circunstancias dolorosas.
Ante la imagen que había mandado construir, oraba pidiendo
fuerzas en la lucha que sostuvo contra los donatistas y
maniqueos. Al tercer mes del sitio cayó enfermo de muerte, hecho
que acaeció en el año 430. Su discípulo el diácono Cipriano, por
indicación que le había hecho el santo durante su enfermedad,
tomó la imagen y en una pequeña barquilla se hizo a la mar en
compañía de otros monjes, huyendo de la vandálica persecución.
Esto ocurría en el año 433.
El viento y los mares empujaron la embarcación hacia las costas
de Chipiona, quedando embarrancada frente al promontorio donde
hoy se halla el santuario y donde entonces habitaban unos pobres
ermitaños que observaban las reglas de San Agustín. La imagen
fue colocada en la pobre y humilde iglesia de sus ermitas, bajo
los títulos de Virgen del Sagrario, Virgen Líbica o Bella
Africana. También fue denominada Estrella de los Mares, pues
había asistido y guiado en su navegación a los que la traían,
salvándoles, primero, de la persecución vandálica y, después,
del furor de las olas, ya que vinieron desde África sin más
piloto y guía que la imagen que iba a bordo. Doscientos sesenta
y ocho años permanecieron los ermitaños dando culto a la Virgen,
pero, al iniciarse el siglo VIII, llegaron a ellos rumores de
una invasión que se avecinaba. Corría el año 711. Tarit-ben
Zeyat penetró, por orden de Muza, en las costas andaluzas con un
formidable ejército, sedientos de sangre cristiana.
Los ermitaños se vieron obligados a abandonar las ermitas y
ocultaron la imagen en el seno de la tierra para librarla de la
profanación sacrílega a que se veía expuesta por la invasión
sarracena, que, pasando el Estrecho, se extendía por España
sembrando la desolación y la muerte. El prior, llamado Simeón,
propuso a los demás religiosos el medio de salvarla. Al pie de
una de tantas higueras como por allí había, encontraron una
cisterna que acondicionaron en forma de bóveda subterránea. En
su interior erigieron un pequeño altar y, sobre él, encerrada en
una caja de incorruptible cedro, fue colocada la imagen
juntamente con un cáliz, patena, vinajeras y ornamentos
necesarios para la misa. Al lado de la caja suspendieron una
pobre lámpara encendida, que era la misma que en la iglesia
ardía ante la Virgen. Cubrieron luego la entrada del subterráneo
con una gran roca, dejando así el recinto oculto a los infieles.
Todo ello queda a unos treinta pasos del santuario de hoy.
Posteriormente, es de suponer que los ermitaños se dispersarían,
las ermitas quedarían destruidas por la piqueta del invasor, o
por ambas cosas, perdiéndose poco a poco el recuerdo de la
imagen y su paradero.
Por la Reconquista, España fue recobrando los antiguos reinos y
ciudades. Uno de los primeros fue el de León. Hacia el siglo
XIII, Fernando III recuperó casi toda Andalucía, apoderándose de
Sevilla y de las poblaciones situadas sobre la margen del
Guadalquivir entre ellas, Chipiona. León, al recobrar su
libertad cristiana, consagró su catedral a Santa María de Regla.
Vivía en este reino por el año 1330, un canónigo agustino de la
comunidad de esta misma advocación mariana. Una noche, mientras
oraba tuvo una visión: se le apareció una señora de rostro negro
y con un niño en los brazos en la misma forma en que siglos
antes había sido reverenciada, que le dijo: «Levántate y ve
hacia el mediodía, hasta llegar al mar gaditano. Hace siglos que
en sus playas se halla escondida una imagen mía tal cual ahora
ves y quiero que sea restablecida en su capilla. Cuando llegues
allá te será mostrado el sitio por una luz celestial.»
El canónigo, con el permiso de sus superiores, se puso en camino
y, después de largo y penoso viaje, llegó a orillas del
Guadalete, próximo al Puerto de Santa María, y de allí,
torciendo a la derecha, caminó playa adelante, hasta que,
cansado y fatigado, y sintiendo el presentimiento de que se
aproximaba al deseado lugar, llegó a un paraje en que abundaban
los álamos, olmos, sauces, higueras y otros frondosos árboles.
Parecióle el sitio apropiado para descansar, dejando para el día
siguiente la continuación del viaje. Recostóse al pie de una
corpulenta higuera y, cuando estaba profundamente dormido, oyó
una voz que decía: «Este es el sitio donde me hallo.» Despertó
agitado y dirigió a uno y otro lado la vista, temeroso de ser
víctima de una ilusión. Pero, salvo el rumor del oleaje, no oyó
nada ni vio a nadie. Por segunda vez oyó las mismas palabras. No
quedándole duda de que aquél era el término de su viaje, se
postró en tierra, pidiendo a la Virgen le mostrase con más
claridad el sitio donde se hallaba. Absorto estaba en su oración
cuando vio descender de lo alto un globo de fuego que, fijándose
en la higuera bajo la que había dormido, la iluminaba sin
quemarla.
Convencido el canónigo de que bajo la higuera estaba la imagen,
llamó a unos labradores y pescadores que por aquellos contornos
residían en pobres chozas y, refiriéndoles la celestial visión,
les pidió cavaran la tierra para buscarla. Bastante incrédulos a
la revelación de aquel extraño, se convencieron al fin, movidos
por la fuerza de la misteriosa luz que veían sobre la higuera.
Trajeron varios instrumentos y con ellos rompieron parte de la
higuera, y cavando la tierra descubrieron la gruesa piedra de
blanco mármol con varias inscripciones, puestas por los
ermitaños hacía más de seis siglos. Quitada la piedra, quedó
descubierta la estancia y hallaron la lámpara encendida, el
pequeño altar y, sobre el mismo, una caja de madera. El
canónigo, puesto de rodillas ante la incorruptible caja, vio que
repentinamente se abrió por sí sola, hallando dentro de ella los
sagrados ornamentos, el cáliz y la patena, unas vinajeras de
plomo, la cruz y, por último, la imagen de la Virgen con el niño
en brazos, comprobando que era idéntica a la que se le había
manifestado en León.
Comprendió el canónigo que era voluntad de la Virgen que en el
lugar de su aparición se le edificara un templo, para ser
venerada por los fieles y derramar sobre ellos sus gracias y
favores. Del hallazgo dio cuenta en seguida al señor del lugar,
don Pedro Ponce de León, cuarto de este nombre y segundo señor
de Marchena, quien se apresuró a ir al mismo sitio de la
aparición para ver con sus propios ojos tan raro suceso.
Postrado don Pedro a los pies de la imagen, comprendió en su
oración que la Virgen debía ser colocada en aquel lugar.
A unos 30 pasos al sur del lugar de la aparición existía un
castillo que le pertenecía y que habían levantado los musulmanes
durante su dominación, sobre las ruinas de las antiguas ermitas.
Juzgó don Pedro que este castillo no debía ser suyo por más
tiempo y, en su consecuencia, hizo en el acto verbal donación al
canónigo, quedando así convertido en monasterio de canónigos
reglares y templo de la Virgen lo que hasta entonces había sido
fortaleza.
De este castillo quedaron basta 1895 las ruinas de un bastión
que avanzaba hacia el mar y una parte de la muralla que iba a
unirse con la de la huerta. El 10 de marzo de aquel año quedó
derribada por un fuerte temporal la muralla de contención del
edificio. Al ser levantada de nuevo modificóse bastante la forma
antigua del promontorio de Regla.
El año de la aparición, que fue el de 1330, quedó el canónigo
encargado de la custodia y culto a la Virgen, uniéndosele otros
canónigos reglares de León y viviendo juntos en el Monasterio.
Una versión dice que la llamaron de Regla por ser éste el nombre
de la imagen venerada en la catedral de León, de donde ellos
procedían.
Otra versión afirma que la Virgen inspiró a San Agustín su
famosa regla, que ha servido para tantas órdenes religiosas y
regido por muchos siglos casi todos los cabildos de las
catedrales. Una tercera asegura que el significado de Virgen de
Regla es, sencillamente, Virgen del lugar denominado Regla; algo
así como si hoy dijésemos Virgen de Chipiona. Según esta última
versión, no son válidos los argumentos de que Regla alude a la
Regla monástica de San Agustín, o a que antiguamente tuviera la
Virgen una regla en sus manos, como la representas conocidos
cuadros renacentistas.
(Continúa el próximo número)
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