Página anterior. Volver Portada gral. Staff Números anteriores Índice total 1999 ¿Qué es Arena y Cal? Suscripción Enlaces

A 67 kilómetros de Cádiz está situada la villa marinera de Chipiona. En tiempos antiguos su puerto era muy visitado por barcos que venían de América cargados de oro y mercancías. Posee un magnífico santuario de estilo gótico donde se venera la Patrona del lugar, Nuestra Señora de Regla, cuya festividad se celebra el día 8 de septiembre. 

Regla1Es un antiguo edificio reconstruido por los Duques de Montpensier y está situado sobre la ciudadela cedida por Ponce de León, dueño y señor de la población y del término, señor de los castillos de Chipiona y Rota y Duque de Arcos. Se alza en el centro de la pequeña ensenada que forma el mar en esta parte de la costa, al sur de la punta de Chipiona, sobre uno de los bajos y arenosos promontorios que a lo largo del seno gaditano se descubren, conocido ya en tiempos de los fenicios y romanos, y paralelo con el faro que al NO se levanta airoso e imponente. Fundados en el hecho de descubrirse con frecuencia bajo las arenas de este promontorio restos de construcción fenicia y romana, se supone que en él estuvo asentado un templo dedicado a Venus.

La imagen tiene un origen muy antiguo, según todos los autores que han escrito acerca de ella. En lo que no coinciden es en la procedencia de la misma. Algunos la remontan a tiempos apostólicos, imaginándola obra de San Lucas y perteneciente a San Pablo, quien la entregó a su discípulo San Timoteo, de cuyas manos, con el transcurso de los años, vino a poder de San Agustín. Otros creen que éste mandó construir la imagen en su pueblo natal, Tagaste, para colocarla en su oratorio privado de Hipona cuando el anciano obispo Valerio le asoció al gobierno de la iglesia de esta población. A la muerte de Valerio le sucedió Agustín, proclamado por el clero y el pueblo. 

Habiendo nacido en el año 354, San Agustín murió en la citada Hipona en el año 430. Otros autores no encuentran fundamento a la teoría del origen agustiniano de esta imagen. Estudios iconográficos modernos señalan que la imagen data del siglo XIII, adelantándola algunos hasta el 1200, mientras para otros se aproxima más bien al 1300. Parece que en este año, o quizá antes, comenzó a venerarse en Chipiona. En cuanto al origen de los milagros, aparece el primero en el Puerto de Santa María en el año 1338. El segundo se narra dos años después. Las mismas investigaciones iconográficas admiten la posibilidad de que la imagen fuese tallada fuera de la región. Sin embargo, la versión que está más difundida es la de que la imagen fue construida por encargo de San Agustín.

San Agustín, ante el sitio puesto por los vándalos a Hipona, pedía a Dios por su rebaño en aquellas circunstancias dolorosas. Ante la imagen que había mandado construir, oraba pidiendo fuerzas en la lucha que sostuvo contra los donatistas y maniqueos. Al tercer mes del sitio cayó enfermo de muerte, hecho que acaeció en el año 430. Su discípulo el diácono Cipriano, por indicación que le había hecho el santo durante su enfermedad, tomó la imagen y en una pequeña barquilla se hizo a la mar en compañía de otros monjes, huyendo de la vandálica persecución. Esto ocurría en el año 433. 

Regla2El viento y los mares empujaron la embarcación hacia las costas de Chipiona, quedando embarrancada frente al promontorio donde hoy se halla el santuario y donde entonces habitaban unos pobres ermitaños que observaban las reglas de San Agustín. La imagen fue colocada en la pobre y humilde iglesia de sus ermitas, bajo los títulos de Virgen del Sagrario, Virgen Líbica o Bella Africana. También fue denominada Estrella de los Mares, pues había asistido y guiado en su navegación a los que la traían, salvándoles, primero, de la persecución vandálica y, después, del furor de las olas, ya que vinieron desde África sin más piloto y guía que la imagen que iba a bordo. Doscientos sesenta y ocho años permanecieron los ermitaños dando culto a la Virgen, pero, al iniciarse el siglo VIII, llegaron a ellos rumores de una invasión que se avecinaba. Corría el año 711. Tarit-ben Zeyat penetró, por orden de Muza, en las costas andaluzas con un formidable ejército, sedientos de sangre cristiana.

Los ermitaños se vieron obligados a abandonar las ermitas y ocultaron la imagen en el seno de la tierra para librarla de la profanación sacrílega a que se veía expuesta por la invasión sarracena, que, pasando el Estrecho, se extendía por España sembrando la desolación y la muerte. El prior, llamado Simeón, propuso a los demás religiosos el medio de salvarla. Al pie de una de tantas higueras como por allí había, encontraron una cisterna que acondicionaron en forma de bóveda subterránea. En su interior erigieron un pequeño altar y, sobre él, encerrada en una caja de incorruptible cedro, fue colocada la imagen juntamente con un cáliz, patena, vinajeras y ornamentos necesarios para la misa. Al lado de la caja suspendieron una pobre lámpara encendida, que era la misma que en la iglesia ardía ante la Virgen. Cubrieron luego la entrada del subterráneo con una gran roca, dejando así el recinto oculto a los infieles. Todo ello queda a unos treinta pasos del santuario de hoy. Posteriormente, es de suponer que los ermitaños se dispersarían, las ermitas quedarían destruidas por la piqueta del invasor, o por ambas cosas, perdiéndose poco a poco el recuerdo de la imagen y su paradero.

Por la Reconquista, España fue recobrando los antiguos reinos y ciudades. Uno de los primeros fue el de León. Hacia el siglo XIII, Fernando III recuperó casi toda Andalucía, apoderándose de Sevilla y de las poblaciones situadas sobre la margen del Guadalquivir entre ellas, Chipiona. León, al recobrar su libertad cristiana, consagró su catedral a Santa María de Regla. Vivía en este reino por el año 1330, un canónigo agustino de la comunidad de esta misma advocación mariana. Una noche, mientras oraba tuvo una visión: se le apareció una señora de rostro negro y con un niño en los brazos en la misma forma en que siglos antes había sido reverenciada, que le dijo: «Levántate y ve hacia el mediodía, hasta llegar al mar gaditano. Hace siglos que en sus playas se halla escondida una imagen mía tal cual ahora ves y quiero que sea restablecida en su capilla. Cuando llegues allá te será mostrado el sitio por una luz celestial.»

El canónigo, con el permiso de sus superiores, se puso en camino y, después de largo y penoso viaje, llegó a orillas del Guadalete, próximo al Puerto de Santa María, y de allí, torciendo a la derecha, caminó playa adelante, hasta que, cansado y fatigado, y sintiendo el presentimiento de que se aproximaba al deseado lugar, llegó a un paraje en que abundaban los álamos, olmos, sauces, higueras y otros frondosos árboles.

Parecióle el sitio apropiado para descansar, dejando para el día siguiente la continuación del viaje. Recostóse al pie de una corpulenta higuera y, cuando estaba profundamente dormido, oyó una voz que decía: «Este es el sitio donde me hallo.» Despertó agitado y dirigió a uno y otro lado la vista, temeroso de ser víctima de una ilusión. Pero, salvo el rumor del oleaje, no oyó nada ni vio a nadie. Por segunda vez oyó las mismas palabras. No quedándole duda de que aquél era el término de su viaje, se postró en tierra, pidiendo a la Virgen le mostrase con más claridad el sitio donde se hallaba. Absorto estaba en su oración cuando vio descender de lo alto un globo de fuego que, fijándose en la higuera bajo la que había dormido, la iluminaba sin quemarla.

Convencido el canónigo de que bajo la higuera estaba la imagen, llamó a unos labradores y pescadores que por aquellos contornos residían en pobres chozas y, refiriéndoles la celestial visión, les pidió cavaran la tierra para buscarla. Bastante incrédulos a la revelación de aquel extraño, se convencieron al fin, movidos por la fuerza de la misteriosa luz que veían sobre la higuera. Trajeron varios instrumentos y con ellos rompieron parte de la higuera, y cavando la tierra descubrieron la gruesa piedra de blanco mármol con varias inscripciones, puestas por los ermitaños hacía más de seis siglos. Quitada la piedra, quedó descubierta la estancia y hallaron la lámpara encendida, el pequeño altar y, sobre el mismo, una caja de madera. El canónigo, puesto de rodillas ante la incorruptible caja, vio que repentinamente se abrió por sí sola, hallando dentro de ella los sagrados ornamentos, el cáliz y la patena, unas vinajeras de plomo, la cruz y, por último, la imagen de la Virgen con el niño en brazos, comprobando que era idéntica a la que se le había manifestado en León.

Comprendió el canónigo que era voluntad de la Virgen que en el lugar de su aparición se le edificara un templo, para ser venerada por los fieles y derramar sobre ellos sus gracias y favores. Del hallazgo dio cuenta en seguida al señor del lugar, don Pedro Ponce de León, cuarto de este nombre y segundo señor de Marchena, quien se apresuró a ir al mismo sitio de la aparición para ver con sus propios ojos tan raro suceso. Postrado don Pedro a los pies de la imagen, comprendió en su oración que la Virgen debía ser colocada en aquel lugar.

A unos 30 pasos al sur del lugar de la aparición existía un castillo que le pertenecía y que habían levantado los musulmanes durante su dominación, sobre las ruinas de las antiguas ermitas. Juzgó don Pedro que este castillo no debía ser suyo por más tiempo y, en su consecuencia, hizo en el acto verbal donación al canónigo, quedando así convertido en monasterio de canónigos reglares y templo de la Virgen lo que hasta entonces había sido fortaleza.

De este castillo quedaron basta 1895 las ruinas de un bastión que avanzaba hacia el mar y una parte de la muralla que iba a unirse con la de la huerta. El 10 de marzo de aquel año quedó derribada por un fuerte temporal la muralla de contención del edificio. Al ser levantada de nuevo modificóse bastante la forma antigua del promontorio de Regla.

El año de la aparición, que fue el de 1330, quedó el canónigo encargado de la custodia y culto a la Virgen, uniéndosele otros canónigos reglares de León y viviendo juntos en el Monasterio. Una versión dice que la llamaron de Regla por ser éste el nombre de la imagen venerada en la catedral de León, de donde ellos procedían.

Otra versión afirma que la Virgen inspiró a San Agustín su famosa regla, que ha servido para tantas órdenes religiosas y regido por muchos siglos casi todos los cabildos de las catedrales. Una tercera asegura que el significado de Virgen de Regla es, sencillamente, Virgen del lugar denominado Regla; algo así como si hoy dijésemos Virgen de Chipiona. Según esta última versión, no son válidos los argumentos de que Regla alude a la Regla monástica de San Agustín, o a que antiguamente tuviera la Virgen una regla en sus manos, como la representas conocidos cuadros renacentistas.

 (Continúa el próximo número)








 

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