El
movimiento destinado a proporcionar el ingreso del aire en los
pulmones se denomina inspiración y el que lo expulsa espiración.
La primera se consigue gracias a la contracción de diversos
músculos, especialmente los intercostales (situados en los
espacios entre las costillas) y el diafragma, que expanden la
cavidad torácica en todo su diámetro.
Dicha expansión ejerce sobre los pulmones una especie de succión
de efecto análogo al de una ventosa, y éstos, al ensancharse,
aspiran aire hacia su interior, de un modo parecido a como
ocurre con un acordeón. Después de la inspiración se produce la
espiración. Esta se logra gracias a que el pulmón es un órgano
elástico que, una vez distendido, vuelve de nuevo a la posición
de reposo.
Los movimientos respiratorios no son automáticos como los del
corazón, puesto que los músculos encargados de ello dependen de
una serie de nervios a su vez gobernados por un centro nervioso,
llamado respiratorio, el cual está subordinado a la composición
de la sangre. El anhídrido carbónico contenido en la sangre
venosa debe ser descargado y sustituido por oxígeno. Pues bien,
si la masa sanguínea contiene excesiva cantidad de anhídrido
carbónico indica que la aireación no es suficiente. En este caso
es necesaria una respiración más profunda y rápida. Esta
aceleración se logra gracias a que el propio anhídrido carbónico
en exceso estimula el centro respiratorio.
Es muy conveniente que el aire atmosférico penetre en el
organismo por la nariz y no por la boca, ya que las fosas
nasales, en primer lugar, lo calientan hasta alcanzar una
temperatura de unos 34º al llegar a la faringe. Una vez en ella,
adquiere bastante humedad, hecho que asimismo tiene mucha
importancia, porque el epitelio que la recubre posee unas
pestañas o cilios vibrátiles que al moverse limpian el aire de
impurezas, tales como el polvo y hacen progresar el moco
segregado hacia el exterior y, en presencia de una exagerada
sequedad, los movimientos de las pestañas se paralizan para
mantener húmeda la faringe.
La cantidad de aire que penetra, durante una inspiración
tranquila, en los pulmones de un hombre adulto es de unos 500
cc. En cambio, si la inspiración es lo más profunda posible,
aquella cantidad se amplía hasta 2 litros. En total, pues, se
movilizan durante una inspiración y espiración, ambas forzadas
al máximo, unos 4 litros de aire, cantidad que varía mucho con
el sexo, la edad, la talla y el peso del individuo. En el pulmón
permanece siempre 1 litro o 1,50 litros de aire residual,
incluso tras una espiración forzada. En condiciones de reposo,
la frecuencia respiratoria oscila entre 16 y 20 por minuto, pero
en los niños es más rápida.
Los cambios gaseosos entre el aire y la sangre se efectúan en
los alvéolos pulmonares y como la sangre debe ponerse en
contacto con todos ellos, necesita distribuirse por los
capilares, cuyo número supera los 1.000 millones. La cantidad de
oxígeno que contiene la sangre venosa es sólo de 14 volúmenes
por ciento, porcentaje que se eleva después al convertirse en
arterial, hasta un 20%. En cambio, el anhídrido carbónico
contenido en la sangre venosa de un 3,5% desciende durante la
arterialización a un 2,5%. El aire procedente de la atmósfera, o
sea el inspirado, posee 21 % de oxígeno y 0,03 de carbónico. Al
que sale del pulmón, por el contrario, sólo le queda un 15 a 17%
de oxígeno, mientras que se ha cargado de carbónico hasta el
3-4%.