Quieta como la noche,
sin posible salida,
la lluvia en el umbral va empapando los sueños
Todo se desvanece en un tiempo redondo.
Las sombras amontonan
cada vez más crepúsculos,
relojes sin tic-tac que te pierden la prisa
detrás de los paisajes.
Apenas una piedra es la distancia,
la palabra colgando de la herida.
Todavía, qué desplome
de dioses fracasados,
en este devenir que te desciende.
Y entretanto la lluvia,
la lluvia chorreando de desgana,
sinrazón que te borra lo mismo que una sangre
gota a gota la luz de entre los ojos.
EL MAR ERA UN DESNUDO
No sabes cuándo abriste los postigos.
El mar era un desnudo más ardiente
que todos los veranos.
Todo estaba en el aire sin respuesta.
Escuchaste señales de las mareas fingiendo
conocer tu sonido,
el secreto verdor que te retiene.
Sabían, como tú, que era muy tarde,
que estabas empapada de todas las tristezas,
que aquel imperceptible
sollozo de tu carne se perdía
sin pretender miradas ni veleros
ni tierna superficie sobre el agua.
Tú le habías dicho: Amor espérame en el borde
de cualquier mar, que iré
lo mismo que un perfume hasta dar con tu boca.
Ahora, entre dos postigos,
su sombra te persigue -sólo sombra-
aunque el mar se desate
en bacanal de espuma ante tu puerta.