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Corría el año 1882, y en el seno de una familia sevillana de
clase media, formada por D. Joaquín Turina Areal y Doña
Concepción Pérez, él de ascendencia italiana y ella natural de
Cantillana (Sevilla) nace un niño al que se le pone por nombre
Joaquín, como su padre. Con el devenir del tiempo va a ser uno
de los más famosos músicos sevillanos.
En
su diario se deja leer en su primera pagina lo siguiente: «1º)
Nací en Sevilla, el 9 de diciembre de 1882, en la casa nº 8 de
la calle Ballestilla (hoy Buiza y Mensaque). Dicha calle tiene
la forma de un embudo; ensanchada hacia la del Lagar, va
estrechándose poco a poco hasta convenirse en estrecho callejón,
terminando con un recodo al desembocar en la de Goyenetas. 2º)
Itinerario escolar. La calle de Lineros, llena de tiendas,
parece un salón; desemboca en la plaza del Pan, de forma
triangular. Sigue la vieja Alcaicería y la plaza de la Alfalfa.
El Callejón del Candilejo evoca la leyenda del rey Don Pedro. La
Plazuela de San Nicolás conduce a la calle...»
El padre, pintor de profesión, era uno de los exponentes
destacados de la «Escuela Sevillana». Obtuvo varios premios
nacionales y extranjeros, entre los que podemos destacar la
Medalla de Oro de la Exposición Provincial de Cádiz, en el año
1879. También ocupó lugar de honor de la Exposición Nacional del
1871.
Turina va a cumplir los cuatro años y una antigua criada de su
casa (Juana) le regala un acordeón; tal es el dominio que en
poco tiempo hace de él que en todos los ambientes es calificado
como «niño prodigio».
Empieza sus primeros estudios en el Colegio del Santo Ángel y
allí simultánea los estudios de solfeo con los de bachillerato,
y pronto es elegido para acompañar al coro dc niños del Colegio
con su acordeón. Al cumplir los seis años, nuestro niño músico
pasa al Colegió de San Román, situado en la calle Bustos Tavera
y regido entonces por D. Ramón González Sicilia.
En este ambiente de calor familiar y de ritos musicales crecía
nuestro joven pianista y futuro compositor, haciendo juegos de
artificio por las solfas y los sones que ocupaban las cinco
líneas del pentagrama.
Pasado un tiempo, y encontrándose a las puertas de cumplir doce
años, va a empezar una etapa más seria en sus estudios de
armonía y contrapunto de la mano de D. Evaristo García Torres, y
que, volviendo a su diario, comenta de su maestro: «Tenía un
talento superior al de Eslava.» En otro lugar escribió:
«Permitidme un recuerdo a la, para mí, queridísima memoria de D.
Evaristo, mi primer maestro, cuyas obras, algo italianas, pero
de ingenuidad y pureza admirable, conservo copiadas por mi mano
como apreciable tesoro del más venerable de los sacerdotes y de
los músicos.»
Turina, ya con ciertos conocimientos de piano y en compañía de
algunos amigos, crea un primer conjunto instrumental, al que le
va a llamar La «Orquestina», con la cual hace sus primeros
pinitos como compositor.
La familia Piazza (fabricante de pianos en Sevilla), estaba muy
ligada a la de Turina, hasta el punto de que él mismo tocaría
con las hijas en los salones de su casa. Entre sus obras
predilectas estaban las sonatas de Beethoven, Schumann y otras.
El 14 de marzo de 1897, y en la Sala Piazza, interpreta una
Fantasía sobre el «MOISÉS DE ROSSINI», compuesta por SEGISMUNDO
TRALBER. Con la ejecución de esta obra los críticos locales
fueron pródigos en elogios, y una de las firmas más destacadas
en el mundo musical de la época, D. Francisco Perdiguero, decía:
Turina, casi un niño, pero con el talento y acometividad de
hombre, ha ganado sin lucha, sin imposiciones, una sólida
reputación y ha obtenido en justísimo fallo las credenciales de
artista. El dintel del arte, inaccesible para muchos, se ha
franqueado de par en par para Turina. Este éxito fue un gran
estimulo para lanzarse al mundo de la composición sin abandonar
sus estudios de piano.
Compone algunas piezas que interpretaba la orquestina y algunas
melodías y romanzas para ilustrar las comedias, que por entonces
eran tan típicas en Sevilla a finales del siglo pasado. Pero en
la vida de nuestro biografiado, y como en la de todo humano, no
sólo hay éxitos y aplausos; Turina, va a recibir una de las
noticias más desagradables de su vida: la muerte de su padre, y,
unos meses después, la de su tío Manuel que fue para él su
segundo padre. Esto le produce unos meses de abandono y que
reanuda en la primavera del siguiente año. Con sus trabajos de
composición escribe «Trío en fa» para piano, violín, y
violonchelo que estrena en la Sala Piazza de Sevilla.
Ya tenía en el bolsillo a todo el público sevillano, pero no
sería esta su meta. Su maestro D. Evaristo García Torres le
aconseja que se marche a Madrid para ampliar sus conocimientos,
pero, antes de emprender viaje, volvería a dar nuevas
satisfacciones, componiendo unas coplas para la Hermandad de
Nuestro Padre Jesús de Pasión, con letra de Rodríguez Marín.
Su afán de superación crecía cada día queriendo crear obras de
más categoría y es cuando escribe su primera ópera titulada «La
Sulamita». Con gran ilusión de poderla estrenar en Madrid,
Turina marcha y tiene algunos contactos con personas influyentes
en el mundo musical, amigos de su difunto padre, pero a pesar de
su empeño e ilusión, nunca llegaría a estrenar la ópera.
CONOCE A FALLA. VIAJE A PARIS.
En sus muchas visitas al Teatro Real de Madrid va a encontrarse
por primera vez con Manuel de Falla, que estaba por entonces
escribiendo una Zarzuela para Lorenzo Prado y Chicote, y que
también tenía ya en proyecto «La Vida Breve».
La coincidencia del encuentro les hace despertar una gran
amistad aunque sus caracteres eran muy distintos; Turina, hombre
alegre, amable y sonriente; Falla, persona retraída, taciturna y
algo seria.
En un ambiente de armonía y amistad transcurre la vida de ambos
músicos, respetándose mutuamente y valorándose los conocimientos
musicales del amigo. Tan es así, que hacen conjuntamente su
presentación oficial ante el público madrileño con motivo del
homenaje que les da el Ateneo.
Pasado un tiempo, Turina desea viajar a París, cargado de
ilusiones por la capital y el ambiente musical que sabe se
respira allí. Igual que le pasara cuando llegó a Madrid, en poco
tiempo se crea un buen número de amigos, entre los que destacaba
a Joaquín Nin, que, aunque nacido en La Habana, era un gran
admirador de la música española.
Nin, gran conocedor de la vida musical parisina, le recomienda
que reciba clases de MOSZKOWSKY. Poco duran las clases, de las
que Turina esperaba más enseñanza. Él mismo le escribiría a su
novia diciéndole... «aparte de avanzar algo en la técnica de la
digitación de las escalas, poco más aprendí.»
En vista de la situación, es de nuevo su amigo Nin quien le
aconseja que se matricule en la Schola Cantorum parisina, de la
que él es alumno y como Director estaba D’Idy.
Efectivamente, el quince de enero 1906 entra como alumno de
primero de composición con el maestro, Serieyx, que a lo largo
de sus clases, le aclaró muchas dudas de las que no había podido
salir hasta entonces.
En una carta que le escribe a su novia, Obdulia, el nueve de
abril del 1906, se refleja su gran andalucismo y amor a las
costumbres de su tierra. Leyendo su apasionado diario nos
encontrados donde dice... «Hoy, a pesar de ser Lunes Santo, me
pasaré el día en la Schola. Ayer me acordé infinidad de veces de
Sevilla y acompañé a las cofradías (en mente) desde la estación
hasta la iglesia.
Transcurrido el curso escolar, Turina viene de vacaciones a
Sevilla, donde permanece hasta septiembre, para luego regresar
de nuevo a París.
En este año está trabajando en lo que resultaría su «Poema de
las Estaciones» (opus 21 de su primera catalogación).
Entre las fechas más importantes a destacar en la vida del
maestro figura la del 31 de enero de 1907, en que inicia la
creación de su Opus nº 1, Quinteto para cuerda y piano. Su línea
ascendente en el perfeccionamiento de la composición se le va
observando día a día, y es a partir de este momento cuando
decide presentarse ante el público parisino con obras de BRAHMS,
FRACH, ALBÉNIZ, SCHUMANN y como autor e interprete de su propio
Quinteto.
A partir de estos momentos, el nombre de Turina empieza a sonar
en París.
También España se hace eco del gran éxito del maestro y
encontramos una carta de felicitación que le escribe Manuel de
Falla desde Madrid, a la que Turina contestó dándole detalles
del concierto.
Son muchos los contactos que los dos andaluces tuvieron por
carta; en las de Turina se observan las continuas invitaciones a
Falla para que fuera a París. Y así fue, en el transcurso del
verano de 1907 y cuando Turina precisamente está en Sevilla,
Falla se traslada a París para ampliar conocimientos musicales.
PRIMER ENCUENTRO CON ALBÉNIZ
De regreso a París, una vez terminado su verano sevillano, va a
recibir la mayor transformación de su carrera musical, cuando,
en el Salón de Otoño, actúa con su flamante Quinteto, teniendo
la gran sorpresa de asistir a ello dos grandes figuras
musicales. Este acontecimiento es contado por él mismo, cuando
lo hizo para la prensa española. «Colocados ya en escena, y con
el arco en ristre el violinista Parent, vimos entrar a toda
prisa y algo sofocado por la carrera a un señor gordo, de gran
barba negra y con un inmenso sombrero de ancha ala. Un minuto
después, y en mayor silencio, empezaba la audición. Al poco
rato, el señor gordo se volvió hacia su vecino, un joven
delgadito, y le preguntó: ¿Es inglés el autor? No, señor, es
sevillano, le contesto el vecino completamente estupefacto.
Siguió la obra, y tras la fuga vino el allegro y tras el andante
el final... Pero, terminar esto y hacer irrupción en el foyer el
señor gordo, acompañado del vecino, el joven delgadito, fue todo
uno. Avanzó hacia mí y con la mayor cortesía pronunció su
nombre: Isaac Albéniz.
Media hora más tarde caminábamos por los Campos Elíseos y
tomábamos en una cervecería de la calle Real champán y pasteles.
Aquella escena no la olvidaré jamás, ni creo que la olvide
tampoco el joven delgadito, que no era otro que el ilustre
Manuel de Falla.»
En el transcurso de aquella tarde, Turina recibiría los consejos
de Albéniz, para que toda la música que hiciera fuese andaluza y
que nunca lo pudieran confundir con un inglés, como pasó en este
concierto. Turina tomo conciencia del consejo y le prometió a
Albéniz que así lo haría. Más tarde, el mismo Albéniz le ayudó
muy fuertemente con la edición de su Quinteto.
EL CASAMIENTO
La vida de nuestro músico sevillano está transcurriendo con la
idea de escribir una sonata para violín, mientras transcurre el
acercamiento a la Semana Santa y se traslada a Sevilla, como lo
venía haciendo todos los años. Es de esperar que sus paisanos le
invitaran a que hiciera música; en esta ocasión la Sociedad de
Conciertos organiza una velada musical en la que interviene
Turina con las obras de Albéniz tituladas «Triana y Albaicin», y
de Debussy «Arabesca» Esto fue en la Sala Piazza.
Influenciado por los consejos de Albéniz y con una base de
conocimientos de la escuela parisina escolástica, en algunas
obras como son la «Sonata Española para Violín y Piano»,
mezclará las dos tendencias, la de hacer música española y la
que expresa, por su influencia parisina.
Volviendo a su diario, como frente de información directa,
transcribimos opiniones sobre su Opus nº 2, titulado
«Sevilla»... «Fue mi primera obra andaluza, aunque debe confesar
que está aún algo influenciada por la escuela Franchista, si
bien esta influencia es más de forma que de fondo. Cuando hace
unos días me preguntaba el culto literato D. Augusto Barrado,
qué era lo que yo había querido representar en «Sevilla» y en su
primera parte, «Bajo los Naranjos», le contesté diciéndole que
en este fragmento sólo había aromas, ya de soleares, ya de una
canción de amor, y es que las soleares son la más pura expresión
del cante nuestro.»
Nos encontramos en el día 10 de diciembre de 1908. Fecha
solemnísima. Turina va a contraer matrimonio con la que fuera su
novia, Obdulia Garzón. Como dato anecdótico diremos que la novia
vivía en el nº 10 de la Plaza del Salvador, muy cerca de la
Iglesia, por lo cual, no utilizará vehículo alguno en su caminar
nupcial.
Los dos acudieron andando a la parroquia. No se hicieron ninguna
fotografia de la ceremonia ni antes ni después, y la celebración
familiar se realizó en casa de la novia, más tarde los novios
partieron para Málaga, luego a Granada y Madrid, pasando por San
Sebastián y Lourdes, para finalizar en París donde se instalan
en un piso confortable y residir durante el resto de su estancia
en la capital francesa.
(Continúa el próximo número.)
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