Página anterior. Volver Portada gral. Staff Números anteriores Índice total 1999 ¿Qué es Arena y Cal? Suscripción Enlaces

Crecía el arbolillo, enérgico y enhiesto, tierna vara con ansias de altitud, entre los árboles gigantes, corpulentos, de imperante follaje, que se temía que, más que rodearle, pretendían asfixiarle y cerrarle el camino hacia el sol y las estrellas que apenas columbraba.

Crecía el arbolillo con tal afán y tanto decidido empeño, que fue ganando, con rapidez extrema, grosor de cuerpo, fortaleza y altura.

Y llegó un día, que se le había hecho eterno en su espera intemporal, pero era, sólo, quehacer de la Natura, en que logró ser tan poderoso, tan alto y dominador, que sobrepasó a todos los otros árboles y vio cómo su aguda copa descollaba sobre todas los de los demás.

Y entonces se sintió triunfador y pudo despreciar, con su victoria, a tanto y tanto árbol que inútilmente pretendía cercarlo con su imposible asedio.

Pero no fue feliz. Muy al contrario. Aumentó su desazón y la certeza de su fracaso. Se sentía engañado, vencido y le sabía así más amargo su estéril triunfo.

Ahora, ahora que dominaba por altura a todos, cuando podía contemplar sin ningún obstáculo el tránsito fulgente del ardiente sol y mirar, soñador, a la luna redonda de cara maltratada por hondas cicatrices o los diamantes rútilos de múltiples estrellas; ahora, precisamente ahora, es cuando más angustiado y más infeliz se veía y consideraba.

En el confín de lo que percibía su mirada indagadora, por detrás de tan amplio arbolado, estaba un horizonte cercano, remate de colinas y poblados. Y él no podía nunca llegar allí, vivir aquel ambiente que tan hospitalario parecía y formar parte del general conjunto.

Y, vencido por la pena y su fracaso, lloró. Lloró con fuerza incontenible. O eso era lo que creía el árbol. Porque una espesa lluvia caía sobre él hasta dejar su aguda copa cuajada de liquidas estalactitas, puras y cristalinas.

Cesó la lluvia repentinamente. Contesto un fragor de trueno al pretendido llanto del árbol dolorido. Y detrás, rasgador como alfanje en la batalla, se abatió sobre él un rayo convulsivo.

Todo lo destrozó. Originó su caída un pavoroso incendio que fue, también, el fin del árbol prepotente.

Hasta el confín de las colinas cercanas, sobre terrazas y balconadas de la urbanización que en ellas se asentaba para placer y descanso de sus residentes, llegaron tres días después las últimas cenizas del incendio.

Mezcladas entre ellas, iban, también, las del árbol que, tan fervorosamente, había deseado alcanzar aquel lugar.






 

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