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Resulta, al final, que en la vida hoy, gracias a Dios, hay
tiempo para todo. Hasta para ser madre.
Era Roux el que nos decía «quien ama menos, no ama». Y yo,
cuantas y cuantas veces me acuerdo de ello, sobre todo cuando
acuden a mi mente las razones de Peipper afirmando que la
maternidad es la única profesión que la naturaleza ha concedido
a la mujer.
Claro que otras profesiones, cada vez más, también las consiguió
la mujer, pero no fueron de la naturaleza sino de su esfuerzo,
de sus capacidades psíquicas, mentales e intelectuales,
importantes precisamente en ellas. Rojas y Guijarro afirman
rotundamente: «nunca han sido creados dos seres tan para sí como
la madre y el hijo».
Ya sabía y lo repetía López Ibor «el hombre es un inmaduro
biológico al nacer en un estado de precocidad menesterosa».
Con el hospitalismo los niños se quedan alejados de sus madres
en las cunas de los servicios hospitalarios, lo que les produce
ese cuadro clínico terrible que es la DEPRESIÓN ANACLÍTICA DE
SPITZ.
Esta la comprendemos leyendo a Peipper, cuando describe la
visita que hizo al Hospital Pediátrico a la hora vespertina,
cuando a los niños les tocaba dormir y quedarse solos para
hacerlo.
Horroroso le resultaba ver cómo más de la mitad de los niños
sufrían temblores en la cabeza. Y hasta en toda la mitad
superior del cuerpo. Movimientos iterativos, muy parecidos a los
de los animales en cautividad... De soledad, de abandono, de
falta de seguridad en sí mismo, de busca sin lograr, la tristeza
interminable de una angustia ilimitada irresoluble.
Peipper lo interpretaba como consecuencia del miedo a la soledad
que les espera la noche entera, por faltarle contacto físico y
psíquico de la madre que no va a llegar en toda la noche. Es la
fractura total de aquella unión niño-madre que la naturaleza
impone los primeros meses.
Ya lo creo que hay tiempo para viajar, para ejercer cualquier
profesión, ya lo creo... tiempo sobrado, siempre mejor que el
que se le pueda robar a los hijos en esos primeros años de su
vida inmadura. Y para los que se enfrenten impacientes creyendo
que el tiempo se acaba, aceptando como capital la huida del
hogar, el marchar fuera dejando los hijos en manos ajenas, pese
a todas las razones expuestas y hechos clínicos irrefutables
vividos por tan importantes investigadores y por nuestra misma
experiencia profesional, nos vemos en la necesidad de
recordarles las sensatas palabras de CLEMENTE XIV que nos dejan
en la duda de conseguir nuestro deseo: «Es imposible el hacer
entender la razón a aquellos que han adoptado una forma de
pensar conforme a sus intereses».
Que ya lo creo que hay quien sabe y tiene el poder de
convertirlo todo en utilidad propia.
Para ratificar nuestras pretensiones a favor del niño, sólo
podemos añadir que Múller describe casos de retrasos de varios
meses para un desenvolvimiento motor y una madurez intelectual
en niños desatendidos por las madres y permanentes huéspedes de
centros de reclusión. Niños sin apenas inquietudes de atención,
afectos a una postura indiferente y callada que no responden a
su perimundo con las ganas naturales que todo niño tiene de
jugar. Al fin y al cabo, como dice Hall: EL JUEGO ES LA
EXPRESIÓN DE LA HERENCIA MOTORA, además, tantas cosas necesarias
y muy importantes, que así se llamaba aquella conferencia que
dimos en CALIBO y que se titulaba ESA PREPARACIÓN para LA VIDA
QUE SON LOS JUEGOS y los JUGUETES EN LOS NIÑOS.
Que el niño lo aprende todo jugando y madura su cerebro y su
sistema motor y su experiencia para vivir gracias a él, al
juego, sin él no sería nada, apenas maduraría su cerebro ni se
desarrollarían sus reflejos todos y sus contactos con el mundo
que lo rodea...
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