Página anterior. Volver Portada gral. Staff Números anteriores Índice total 1999 ¿Qué es Arena y Cal? Suscripción Enlaces

Lope de Vega, fecundo y soberbio escritor de nuestro Siglo de Oro, nos dejó un hermosísimo soneto religioso incluido en sus Rimas sacras que comienza así:

¿Qué tengo yo que mi amistad procuras?
¿Qué interés se te sigue, Jesús mío,
que a mi puerta, cubierto de rocío,
pasas las noches del invierno oscuras?

Admiro la ternura de Lope, el asombro emocionado que en él produce la insistente llamada de Dios, cuando él apenas hace nada por proporcionarse tal interés. Y es que realmente, la amistad, cuando se goza de ella, sea cual sea su naturaleza, puede convertirse en una de las experiencias más reconfortantes y placenteras.

Sobre la amistad mucho ha sido lo que se ha hablado y aún se sigue hablando porque, no lo dudemos, todavía hoy, a pesar de tanta tecnología y de tanto progreso material, seguimos inevitablemente haciéndonos falta unos a otros. Nos necesitamos; ésta es la gran verdad, pues en el fondo, y a qué negarlo, todos somos islas, islas de cuerpo entero y de alma hecha con los retazos, ilusiones o fracasos del día a día. Por ello me interesan esos puentes, esas alargaderas que nos conectan unos a otros salvándonos de la soledad, del dolor de sentirnos islas olvidadas por quienes no tienen el más mínimo interés por acceder a ellas.

Lope de Vega nos hablaba de una relación divina. Pero cómo olvidarnos de esas otras amistades inmortalizadas por el milagro de la literatura, como la de Miguel Hernández y Ramón Sijé, o la que hubo entre Lorca e Ignacio Sánchez Mejías. Con sus versos y con su sentir, ambos poetas nos dejaron como herencia la prueba de ese palpitar entrañable que nos hace vivir generosamente en el otro y con el otro. Y así, en la poesía se refugia Miguel Hernández para apasionadamente cantar a ese amigo perdido por el brutal hachazo de la muerte:

No hay extensión más grande que mi herida,
lloro mi desventura y sus conjuntos
y siento más tu muerte que mi vida.

Creo que nada realzó más la humanidad y la grandeza de este poeta que estas palabras bañadas de auténtica pena. «No hay extensión más grande que mi herida», dice, quizás porque también su capacidad para amar fue infinita.

Afirmaba Gorki: «Procura amar mientras vivas: en el mundo no se ha encontrado nada mejor». Ojalá hiciéramos nuestra esta sentencia. Sólo así entenderíamos que nada hay mejor que hacer de cualquiera un amigo. Que nada hay mejor que hacer de la Creación entera nuestra definitiva amiga. Sólo así sería posible comprender que la realidad de ser islas sólo puede remediarse con la santa medicina de la amistad y el amor.







 

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