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Que precisamente sea un estupendo presentador de televisión, que trata con niños y lo hace pero que muy bien, gracias a Dios, y los trata de forma perfecta y sabe hacer con ellos maravillas, sacándoles todo el partido máximo y hasta haciéndoles triunfar... todo eso puede hacer ese buen presentador andaluz de televisión que sabe tener a los niños, desde luego, y sabe, a lo mejor, hacerlos felices y todo, pero que está muy lejos de cumplir con ellos aquella afirmación completa y exacta que hacía Dalí de los poetas cuando afirmaba, con su acento catalán arrastrado y casi jocoso, «los poetas buscan una sola cosa: el ángel.»

Y yo creo que en los niños hay que buscar eso precisamente, el ángel, nada más y nada menos, porque hay mucho de ángel en estas criaturas maravillosas de la humanidad a los que hemos dedicado toda nuestra vida.

Por eso no comprendemos cómo este presentador estupendo, casi perfecto, puede denominar «enanos» a los niños. Cada vez que los denomina empleando esta palabra de enanos sentimos como una sacudida eléctrica que nos molesta y se nos clava corno aquella espinita de la canción, haciéndonos mucho daño, porque los niños para ser enanos tendrían que ser adultos en miniatura, y nada más lejos de esta afirmación del presentador, y lo tenemos que demostrar para salir adelante con esa sensación desagradable de grima triste que nos produce el oír cómo pueden llamar así a los niños alguien y, precisamente, nada menos que un presentador tan estupendo de la televisión, que tanto quiere demostrar y demuestra querer a los niños...

Que no puede ser el niño un adulto en miniatura, es decir, un ENANO por que el niño es un ser en crecimiento y maduración y difiere de los adultos sobre todo en que se encuentra en periodo de crecimiento constante, cambiando, en cada fecha de caracteres morfológicos, con una inmadurez inmunitaria, morfológica y orgánica, con una plena maduración de su sexualidad, teniendo siempre una patología completamente propia que reacciona favorablemente a la terapéutica, de forma que, cuando un niño se pone enfermo, el pediatra acude a su cabecera y resuelve su problema lo antes posible. En unos días el niño vuelve al colegio y a lo mejor queda inmunizado para no volver a padecer nunca la enfermedad que acaba de padecer, por su capacidad inmunológica precisamente. En cambio, el adulto, y sobre todo el anciano, lo normal o casi normal es que caiga enfermo de procesos fatales y cuando lleve unos días de enfermedad se despierte en la UVI, por la categoría de su proceso y por su poca capacidad de recuperación en una gran cantidad, por desgracia, de muchos de los procesos que suele padecer el adulto y el anciano.

También al niño hay que tratarlo según su edad y su peso, y hasta según su superficie corporal y, también, acorde a muchas de sus características psicológicas, propias de un ser que está en pleno desarrollo. Este crecimiento del niño y esta capacidad de cambiar morfológicamente, son precisamente el hecho principal que diferencia al niño del adulto y que hace que sea absurdo el que estos seres maravillosos para nosotros puedan considerarse como adultos en miniatura y, por lo tanto, ENANOS.

Su inmadurez orgánica da lugar a que todos los órganos, o casi todos, respondan de forma propia y distinta a las enfermedades y a toda la vida entera del niño.

La inmadurez digestiva hace que responda con diarrea y trastornos intestinales a muchas agresiones patológicas y con facilidad para padecer alergias alimenticias.

Su sistema nervioso, también inmaduro, con alteraciones del sensorio y del que se puede afirmar que, en un proceso febril agudo, un escalofrío del adulto pueda desencadenar una convulsión en un niño con fiebre; sin que por eso su cerebro padezca etiológicamente un proceso convulsivo específico, de cómo no es una epilepsia y que el pediatra tenga que afinar en diferenciar el diagnóstico de una convulsión y aclarar si la misma es epiléptica o consecuencia propia de su proceso febril simplemente.

El recién nacido tiene procesos propios de su edad y de su entrada en este mundo nuestro, tan distinto al que llevaba en el claustro materno, como son la ictericia del recién nacido, fisiológica la mayoría de las veces, y los procesos umbilicales.

Enfermedades propias y casi exclusivas de la infancia son las enfermedades exantemáticas y las propias de sus malformaciones congénitas, a veces, por desgracia, demasiado frecuentes.

Procesos que enlazan con la patología infecciosa, como son las reacciones de hipersensibilidad, entre los que están, en estos primeros meses de la vida, la alergia a la leche de vaca, con manifestaciones patológicas que pueden ser graves algunas veces.

Otro de los procesos cada vez más frecuentes y más atosigante de la patología pediátrica, sobre todo entre los 2 y los 5 años, es las laringitis estridorosas por inmadurez de su sistema laríngeo, y que aparece de madrugada, como el proceso que llamaban nuestros antepasados, el de la «salida de teatros», porque se presenta en los niños cuando termina la noche precisamente, con un estridor laríngeo asfixiante que exige un tratamiento urgente y rápido que, muchas veces, si así no se hace, nos lleva a la necesidad de practicar, a la mañana siguiente, una traqueotomía precisa para evitar que el niño pueda fallecer asfixiado, nada menos.

También lo es el inicio del asma entre los dos años y los 5 años, que precisa un estudio a fondo para evitar que aquel niño pueda llegar a ser asmático, con todas sus fatales consecuencias, ya toda su vida...

Las intoxicaciones accidentales y la aspiración de cuerpos extraños por esta circunstancia accidental, también es preciso tenerlas muy en cuenta en este ser estupendo, maravilloso, inexperto, que es el niño.

Un capítulo muy importante a tener en cuenta, y que no podemos descuidar de ninguna forma, son la frecuencia de traumatismos por juegos, deportes o accidentes de tráfico, habituales sobre todo en los adolescentes, como nos confirma con sus estudios y afirmaciones Martín Mateos.

Por último, no nos olvidemos de las alteraciones del crecimiento, sobre las que podríamos escribir un libro entero, de tantos como se han escrito ya, y los trastornos alimenticios propios, entre los que destaca actualmente la anorexia idiopática de Gull, que padecen hoy las adolescentes con más frecuencia de las que sería deseable por desgracia y que tanta trascendencia tiene...

Característica de la infancia es que su Historia clínica no la podemos hacer directamente con el mismo paciente, sino a través de otra persona, generalmente madre u otros allegados, lo que modifica nuestra actitud en este sentido, los que interpretan subjetivamente por lo que describen muchas veces despistando al pediatra mismo con su ideas propias, no siempre acertadas.

Por fin diremos que explorar a un niño no es nunca como hacerlo con un adulto, que se presenta y es colaborador; necesitamos utillaje propio adaptado a la edad de cada infante y ganarnos su colaboración con paciencia y entrega, de forma que podamos llegar a consecuencias positivas, que no siempre son eficaces en cuanto a nuestras pretensiones y actuación perfecta y capaz.

En fin, que nos quedamos bien satisfechos aclarando este hecho capital de que estamos ante un ser que no es precisamente un defecto de la naturaleza, como lo es un enano, sino un ser propio e importante como lo es un niño, llegando a la conclusión sensata y estupenda del pensador que afirmaba que nunca se desea ardientemente lo que siempre se desea por razón, y, en este caso, consideramos que la razón forma parte importantísima de nuestra afirmación, esperando que no volvamos a tener que pasar por el mal rato de tener que soportar que se les llame enanos a una cosa tan estupenda y tan natural e importante como lo es un niño, nada menos. .




 

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