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El 6 de abril de 1814, Cádiz se ha despertado confiada y alegre.
Un tierno sol de abril despereza el corazón de la gente, bulle
en el pulso de jóvenes y veteranos, de los que entonces
anduvieron en batallas por la independencia y de quienes
estuvieron en aquel inolvidable y feliz 19 de marzo del doce,
viviendo absortos y esperanzados la Gran Proclamación, con la
devoción de quienes están ante el sagrado altar de la Nación
libre y soberana.
Todos, unos y otros, llevan en el alma un sueño de país que el
futuro -y ellos- irán construyendo día a día, piedra a piedra,
como un hermoso templo. La libertad -piensan- es aún joven, pero
ya se ha aprendido a saborearla con el empuje de la ley y el
freno de todo lo que espolea la discordia y el rencor. El futuro
es un mundo por venir, la «tierra prometida» a la que nunca se
llega, pero sobre la que siempre se camina, sobre la que se hace
camino, la que es presente y a la par futuro. Ahora es tiempo de
cosecha, de nombrar a las cosas por su nombre, de olvidar los
fantasmas del pasado, de verlo alejarse como una sombra que huye
hacia atrás para perderse por la Historia. La ciudad amanece
confiada y alborozada.
Ayer, 4 de abril, la noticia del regreso de Fernando VII a la
Patria acaba de llegar a Cádiz. Sus más fieles adeptos han
asistido, al atardecer, a la función solemne de un Tedéum en
acción de gracias por la vuelta del «Deseado», rehén en Valencey
del Tirano. Al anochecer, los oficiales de la Guardia, con
música y hachas encendidas, habían paseado el retrato del Rey
por las calles de Cádiz. Nada hace pensar que este 6 de un abril
primaveral, lleno de luces y gratos olores a marismas , va a ser
un día preñado de revelaciones y siniestros augurios que tendrán
su hora y su lugar: el «Duende de los cafés» trae en su primera
un exaltado artículo contra el absolutismo real que se avecina.
Por calles y plazas corre la noticia como un reguero de pólvora,
terrible e imparable. El periódico liberal, de quien son
redactores Jacinto María López, Tiburcio Campo y el militar
vallisoletano Cabrera de Nevares, interpretando una carta del
Rey a la Regencia, considera al Monarca instrumento de Bonaparte
para su política imperial. «El Duende...», encendido liberal, ha
querido alertar de lo «posible» a un pueblo, al que supone, como
no era menos de esperar, suspenso en una peligrosa ignorancia
del devenir político...
La denuncia del «Duende...» parece confirmarse: a lo largo de la
mañana, un grupo de enfurecidos oficiales del Cuarto Batallón de
«Guardias españolas», al grito de ¡Viva Fernando VII Soberano!,
se dirigen al periódico para incendiar la redacción y los
ejemplares no vendidos todavía. Pronto, convocados por el rumor,
una muchedumbre «revolucionaria» de gaditanos rodea la sede de
su periódico para evitar el anticonstitucional asalto de los
militares serviles. La Constitución del doce, defensora de sus
libertades y derechos, está en peligro... Se reclaman armas y
palos... Sólo los alcaldes constitucionales logran apaciguar los
ánimos. El miedo, olvidado en el «cajón del pasado», vuelve a
anidar en el corazón de los gaditanos. ¿Se va a proclamar
nuevamente el Estado absoluto? ¿Suprimir los derechos
fundamentales? ¿Restaurar el Santo Oficio?
El pueblo -dicen las autoridades constitucionales- debe
confiar... La Junta de Censura no ha prohibido el impreso. Cádiz
puede dormir tranquila. Incluso, va a salir una nueva edición
del «Duende de los cafés», esta vez con anuncios donde se hará
mofa de los oficiales incendiarios. Cádiz puede descansar
tranquila la dulce siesta de la Libertad... Don Cayetano Valdés,
Capitán General, Gobernador militar y político, no sólo es un
gran marino sino un sincero liberal, valeroso defensor de la
Constitución de todos.
El 6 de abril de 1814 la trama de la reacción absolutista no
haría más que empezar: la sucesión de decisiones
anticonstitucionales no tendrá fin hasta que no quede vestigio
alguno de las libertades que la Constitución había dado a la
Nación.
El 10 de mayo Fernando VII (los augurios se cumplían) se
proclamaba Rey absoluto de España y las Indias hispanas. Ese
mismo día, Valdés, sometía al imperio de la Constitución a la
cercana Sanlúcar, que ha seguido los pasos absolutistas de
Sevilla. El «blando» marino de la Expedición «Malaspina» es
destituido y encerrado en el castillo de Alicante, donde
preferirá ser prisionero que pedir perdón al Monarca. El
Ayuntamiento gaditano -inútilmente- se resiste como puede al
absolutismo y al sucesor de Don Cayetano, Juan Mª de
Villavicencio.
La defensa del constitucionalismo se hace por día más imposible.
El poder es de quien tiene las armas, de los militares anti
constitucionalistas. La lápida en recuerdo de la Constitución
será retirada de San Antonio ante un pueblo lleno de ira y de
lágrimas. Por entre los constitucionalistas se pasean con
insolente regocijo los absolutistas. El 18 de mayo se decreta la
abolición de la libertad de imprenta; el 19 un Tedéum en San
Antonio desagravia al monarca por haber tenido en sus muros la
placa constitucional desgajada. Desde el templo, las esposas de
los serviles portan bajo palio el retrato de Fernando. Sostienen
las varas altos oficiales, a los que acompañan vecinos
condecorados, militares y religiosos, iluminando la noche con
hachas encendidas. Los cabecillas del absolutismo, ocultos desde
el triunfo de la libertad con la proclamación de la Ley de
leyes, se desenmascaran ante un pueblo que observa, ora
asombrado, ora irritado, la traición que se ha forjado a sus
espaldas, con ese aprovechamiento que el engaño hace de la
ingenuidad y la ignorancia. El pueblo, que ayer sentía en sus
arterias el goce de la libertad, hoy ve como un déspota, con la
terrible vara de un decreto, va borrando la legislación
gaditana.
El país vuelve a la Edad Media. El «blando» de Villavicencio es
sustituido por el «invulnerable» O’Donell, conde de Abisval. El
pueblo de Cádiz se tiene por humillado, acorralado en su isla
por un mar de temores y rabias contenidas. Es el exilio para
muchos... El pueblo de Cádiz contempla con una indescriptible
tristeza cómo el Ayuntamiento absolutista quema el libro de la
Carta Magna liberal; cómo el 21 de septiembre, la Compañía de
artillería y el Batallón de cazadores, entregan sus banderas en
la Casa Consistorial; cómo la lápida mortuoria del que fue
diputado de la mayoría liberal, don Antonio Capmany, es
arrancada de su nicho para ser destrozada en mil pedazos; cómo
el conde mostraba su arrogancia absolutista en cada uno de sus
actos; cómo hacía baldón de los que defendían la libertad,
sujetándolos con una argolla a las puertas del Ayuntamiento.
O’Donnell es el hombre del que decían quienes le conocían, que
«la risa en sus labios no era afabilidad ni regocijo, sino
desprecio y odio»; él fue quien bautizó a su batallón de
voluntarios gerundenses con el significativo nombre de Cruzada y
quien envía al castillo de Sancti-Petri a los que no oyen misa
con devoción... Quien se haya significado por sus ideas
liberales y no logre huir será detenido y encarcelado. Los
presidios de Alhucemas y Melilla conocerán a muchos liberales
españoles.
Quintana, Argüelles, Muñoz Torrero y Martínez de la Rosa,
sentirán en sus almas y en sus cuerpos la abyección de las
rejas. Goya emigraba a Francia, mientras de las Universidades se
expulsaban y desterraban a los «contaminados de liberalismo».
Mas la ilusión por recuperar la libertad perdida se mantendrá
intacta, alimentando rumores sin cesar sobre el restablecimiento
del gobierno de la Constitución.
Ocurrió con la llegada a Cádiz, en septiembre de 1816, de la
infanta Mª Isabel de Braganza para desposarse con el Rey. A la
nueva Reina se la creyó adicta a la Constitución y que influiría
en el esposo para restaurarla. Los festejos para agradarla
alcanzaron tal magnificencia que la misma desposada pidió que
cesaran.
Ocurriría a la llegada de las tropas expedicionarias que habían
de trasladarse a la América Meridional para someter a Buenos
Aires. ¿No deberían constituirse mejor en un ejército
restablecedor de la Constitución -reflexionan los liberales
gaditanos- que represor de los revolucionarios patriotas
americanos? Allá encontrarían la muerte y la humillación; acá,
la gloria de salvar a la Patria del tirano. En su tertulia, D.
Francisco Javier de Istúriz, preparaba y fomentaba una
conspiración constitucional, preparando el alzamiento de los
coroneles D. Antonio Quiroga y D. Rafael de Riego. Los liberales
ponían en manos del general de la Expedición, D. Enrique
O’Donnell, Conde de Abisval (harto conocido por los gaditanos),
la reconquista de la Libertad. Las ambiguas promesas de
contribuir con sus hombres y sus armas a la restitución de la
Constitución liberal tendrían, como era de esperar, un final
comprensible: el engaño y la traición. Una vez más, la esperanza
fallida.
El 6 de abril de 1814 se iniciaba el regreso de las «cadenas».
La Libertad, conculcada por «El Deseado» y sus serviles, se iba
de Cádiz y de España para ausentarse durante un horroroso
sexenio. La ilusión de los gaditanos por un mundo feliz había
enmascarado siglos de absolutismo que se negaban, con todas sus
fuerzas a morir a manos de la Libertad y de la Ley. La
cristalización de dos Españas, gemelas y enemigas, no había
hecho mas que empezar...
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