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A
pesar de haber decidido no componer más música para la escena,
después del fracaso de «Margot», de nuevo colabora con el
matrimonio Martínez Sierra en la obra titulada «Navidad», a la
que el maestro catalogará con el Opus nº 16. El estreno, se
realiza en Madrid, en el Teatro Eslava, llegando a la suma de 55
representaciones. Como dato anecdótico diremos que a una de
estas representaciones asistió el Rey Don Alfonso XIII, que
quiso conocer personalmente a Turina.
El 28 de enero de 1917, aparece un nuevo acontecimiento en la
familia, motivado por el nacimiento de su tercer hijo, una niña
a la que se le pondrá por nombre Concepción.
Turina sigue escribiendo música, aunque este año de 1917 no es
muy pródigo en composiciones. «La Adúltera Penitente» y el
«Poema en forma de canción», Opus 18 y 19, son sus únicas obras
nuevas y que vería estrenadas dos años después en el Teatro Real
bajo la dirección de D. Enrique Fernández Arbos, (Titular de la
Orquesta).
Entrando en el año 1918, su amigo Manuel de Falla, junto con el
director de la Orquesta del Ballet Ruso, Diaghilow, le proponen
una tourneé, como director del Ballet; propuesta que acepta
después de mucho pensarlo, dado que la profesionalidad de la
plantilla de los músicos era excepcional.
Turina, en una de las cartas que escribe a la familia, le dice
así: «Fue todo un éxito en las 47 representaciones que se
realizaron durante la gira.»
Desembarazado de toda atadura de compromisos, recupera su
estabilidad, dedicándose nuevamente a la composición, aunque se
vuelve a repetir la escasa producción. Solamente una obra
aparece en este año de 1918, «Cuentos de España» recogida como
su Opus nº 20.
LAS DANZAS FANTÁSTICAS Y LA ORACIÓN DEL TORERO
Pero es el año de 1919 cuando la luz musical y la del amor hacen
presencia en la familia, dejando los regustos del éxito en el
espíritu de Turina. El nacimiento de su cuarto hijo y la
creación de las «Danzas Fantásticas» van a poner en el conjunto
de la familia el punto óptimo de felicidad. En el primer caso,
se le pondrá por nombre José Luis y unos padrinos de lujo, su
abuela materna y Manuel de Falla.
Para el segundo acontecimiento, las «Danzas Fantásticas», Opus
22, las divide en tres partes y las bautiza con los nombres de
Exaltación, Ensueño y Orgía. Cuando esta obra se presentó por
primera vez, en el Teatro Price de Madrid, en el programa de
mano decía: El autor ha querido traducir por medio del ritmo la
sensación del movimiento humano en todo lo que él tiene de
espiritual y expresivo, buscando, en cuanto al colorido, el
mayor contraste posible.
Tendrían que pasar unos meses para que el público madrileño
pudiera escuchar la obra, considerada como la más importante
hasta la fecha. En uno de los comentarios publicados en el
periódico «Dígame», Turina evocaría la idea del argumento que le
inspiró el segundo movimiento diciendo: «Vamos hacia el mar en
un vaporcito por el río Guadalquivir, ruido de máquinas, cantos
y bailes en las riberas, cabeceo del barquito, tufaradas de aire
salino: es la mar. En el fondo, nubes fantásticas anaranjadas,
rayos luminosos a modo de ráfagas... ¿Puede el espíritu humano
crear en sonido algo tan maravilloso?»
Ante tanto romanticismo tenemos que decir que no es todo luz y
bienestar, pues, por estas fechas, Turina tendrá que aceptar el
cargo de Concertador en el Teatro Real para cubrir sus
necesidades económicas.
Este trabajo que le ocupa toda la tarde, y a veces hasta altas
horas de la madrugada, le produce un agudizamiento de los
dolores de reuma que en aquella época se le están despertando.
Con el nacimiento de su quinta hija nos vamos a situar en el 29
de abril de 1921, y ésta se llamaría Obdulia, como su madre.
Ya con cinco hijos Turina tiene que hacer grandes esfuerzos de
trabajo para sacar adelante a su familia. Terminado su
compromiso como Concertador en el Teatro Real, hizo una serie de
giras por toda España con el Quinteto Madrid, asistiendo a
concursos y tomando parte en jurados en calidad de presidente.
Entrando el año 1923, conseguiría una de sus mayores ilusiones,
estrenar su ópera «Jardín de Oriente» en Madrid. Haciéndonos eco
de sus comentarios, transcribimos algunos que quedaron impresos
en su diario: «Día pesimista, inquietísimo y preocupado. Estreno
de «Jardín de Oriente» con éxito. Salgo cinco veces a escena.
Desfile de amigos...» Esta obra le produjo a Turina, a pesar de
su gran éxito, unos beneficios de sólo 600 pesetas, por lo que
pensó no volver a escribir más música de este género.
El 20 de julio de 1924 estrena en el Teatro Victoria de Sanlúcar
de Barrameda «El Poema de una sanluqueña». Esta obra está
inspirada en los comentarios que le llegan al maestro sobre las
relaciones amorosas de las sanluqueñas y el poco aprecio que
hacen de ellas los sanluqueños; Turina, como hijo adoptivo, sale
en defensa de las sanluqueñas y le dedica este poema musical.
En el catálogo de las obras turinianas, aparece el Opus nº 34,
que es nada más y nada menos que «La Oración del Torero». Sobre
esta obra hay infinidad de comentarios, de interpretaciones y de
transcripciones.
Creo que lo más justo y lo más real, sobre los motivos que
condujeron al maestro a escribir esta obra, sería leer las notas
que nos dejó escritas. «Una tarde de toros en la plaza de
Madrid, en aquella plaza vieja, armónica y graciosa, vi mi obra.
Yo estaba en al patio de caballos. Allí, tras de una puerta
pequeñita, estaba la capilla llena de unción, donde venían a
rezar los toreros un momento antes de enfrentarse con la muerte.
Se me ofreció entonces, en toda su plenitud, aquel contraste
subjetivamente musical y expresivo de la algarabía lejana de la
plaza, del público que esperaba la fiesta, con la unción de los
que ante aquel altar lleno de entrañable poesía venían a rogar a
Dios por su vida, acaso por su alma, por el dolor, por la
ilusión y por la esperanza que acaso iban a dejar para siempre
dentro de unos instantes en aquel ruedo lleno de risas, de
música y de sol.»
Turina escribiría esta obra a instancia del Cuarteto de Laudes
de los Hermanos Aguilar. Estos le ofrecen una primera audición
en privado, el 7 de junio de 1925, para pasar a su estreno en
versión orquestada el 3 de enero de 1927, interpretada por la
orquesta Filarmónica de Madrid.
Con motivo del fallecimiento de D. Vicente Arregui (crítico
musical y compositor), se crea una vacante en el periódico «El
Debate», que Turina ocupa, tomando posesión de ella el 12 dc
abril de 1926, y que como dato curioso diremos que en algunas
crónicas se firmaba con el seudónimo de Miguel Ardán. Asiduo
colaborador de los diarios «Ya» y del semanario «Dígame», hace
una labor de crítica muy acertada, animando a los jóvenes
músicos y felicitando a los veteranos en cada momento.
En este año de 1926 va a recibir tres distinciones con gran
satisfacción y alegría. La primera, el Premio Nacional por su
«Trío en Re»; la segunda, el estreno del «Canto a Sevilla», y la
tercera, el nombramiento de hijo predilecto de Sevilla. El «Trío
en Re», fue dedicado a Su Alteza Real la Infanta Doña Isabel de
Borbón, persona que respetaba y que protegía a los amantes de la
música clásica.
El nombramiento de «Hijo Predilecto de Sevilla» lo recibe en
documento fechado el 15 de junio de 1926, y en él le informa el
entonces alcalde, Conde de Bustillo, de la decisión adoptada por
la Comisión Permanente de aquel Excelentísimo Ayuntamiento, y a
la solicitud de la Sección de música del Ateneo, de la Sociedad
de Conciertos y de la Sociedad Económica de «Amigos del País».
ÚLTIMOS AÑOS
No sólo son tiempos difíciles los que se le avecinan a la
familia Turina, sino más bien para España, desencadenándose una
guerra civil y motivando nuevas paralizaciones en la creatividad
de nuestro músico.
En este año de 1936, Turina conoce al Cónsul Británico en
España, hombre amante de la música de cámara y persona generosa,
de quien Turina recibió beneficios sustanciosos, llegando a
aliviar las nuevas calamidades económicas por las que estaba
pasando la familia. Con tal motivo de contacto y amistad, se
formaría un quinteto compuesto por Conrado del Campo, Juan Ruiz
Casaux, Julio Francés, Lola Paladín y Joaquín Turina. Y que como
él bien decía, haciendo muestras del buen humor que le
caracterizaba, le llamó el «Quinteto del Repollo» como
reconocimiento a la ayuda alimenticia.
En la Navidad del 1937, Turina le dedica al Cónsul el manuscrito
incompleto de la obra «El Cortijo». Más tarde se lo completó,
recibiendo el agradecimiento del Cónsul.
Nuestro músico va ha pasar toda la guerra en Madrid y sin
escribir nada de música, como decíamos anteriormente; los
bombardeos y los consiguientes continuos abandonos dcl hogar,
creaban en Turina, una serie de inestabilidades que no le
permitían la inspiración.
A pesar de su mal estado físico, una vez concluida la guerra,
comienza una nueva etapa queriendo recuperar el tiempo perdido.
Lo primero que hace es ponerle música a un libreto de los
Hermanos Álvarez Quintero, titulado «Pregón de Flores» (ópera de
ambiente sevillano). Sólo terminaría de esta obra, el preludio.
En la segunda mitad del año 1941 recibe una serie de
invitaciones, de las que podemos destacar como más interesante
la que le hace la embajada de Alemania en Madrid para asistir a
los Festivales de Salzburgo, y otra, la que le hace el gobierno
alemán, invitándole a la fiesta del 150 aniversario de la muerte
de Mozart. En este segundo viaje fue acompañado por sus amigos
Federico Sopeña, Joaquín Rodrigo y José Forus.
Los recaimientos de su enfermedad le van a proporcionar una
serie de retrasos en sus actividades que ya no recuperaría,
aunque, a pesar de todo -una nueva experiencia- nos hace gozosos
con sus colaboraciones en el cine. Esto se produce cuando es
solicitado para colaborar en los documentales del «Frente de
Juventudes» y en la obra que titulaban «Campamentos». Más tarde,
esta experiencia le valió para seguir en otros documentales
como, «Primavera en Sevilla» y en cuatro películas más; «El
Abanderado», «Eugenia de Montijo», «Luis Candelas», «Una Noche
en Blanco» y «La Hermana San Sulpicio».
Metidos en el año 1943, recibe una gran alegría cuando del
Ministerio de Educación Nacional le otorgan la Oran Cruz de
Alfonso X el Sabio. Esta condecoración le avala un
reconocimiento por toda una vida dedicada a la música y a la
composición. A esto le van siguiendo otros homenajes e
invitaciones, a los cuales, debido a la precariedad de su salud,
le es imposible asistir.
De nuevo comienzan los cargos, los trabajos periodísticos y
renace su gran actividad de compositor, creando y revisando
otras obras. Uno de los primeros encargos que recibe sería el de
formar una comisión para organizar los Conservatorios de Música.
Como Comisario General de Música, y junto a Federico Sopeña
(secretario), le da impulso a la música, y una de sus ideas
importantes fue la de aglutinar en una sola las dos orquestas
madrileñas, la Orquesta Sinfónica y la Filarmónica. El resultado
terminó con una sólida orquesta compuesta por más de 160
músicos. Esta decisión fue producto del buen sentimiento que
Turina tenía por los demás, ya que, de no ser así, algunos
músicos hubieran tenido que ser despedidos.
Nuevamente recibe un homenaje en Barcelona por la Asociación de
Cultura, y también, por fin, en el Instituto de España de San
Sebastián. Toma posesión de su cargo como Académico de Bellas
Artes de San Fernando, para el que fue nombrado el 6 de mayo de
1935 y que por motivos de la guerra fue aplazado.
Entrando en el año 1949, y después de haber estado ingresado en
un sanatorio sin resultados positivos, Turina regresa a su casa
por la festividad de los Reyes Magos para pasar todas las
fiestas. De regreso al sanatorio, el Doctor López Ibor le
comunica a la familia la conveniencia del traslado definitivo a
su casa en situación desesperada. Nuestro maestro, nuestro
músico, nuestro paisano universal, se fue apagando poco a poco,
hasta que a las tres y cuarenta minutos de la tarde del viernes
14 de enero de 1949 entregó su alma a Dios.
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