Página anterior. Volver Portada gral. Staff Números anteriores Índice total 1999 ¿Qué es Arena y Cal? Suscripción Enlaces


Han transcurrido ya quince años desde que nos dejó, para siempre, uno de los funcionarios de la Armada más geniales y simpáticos que he conocido, buen amigo y compañero, tanto en actividades militares como en funciones periodísticas. Era alto, serio, honrado, sentencioso, de una gracia singular y sabía catalogar a las personas desde el primer momento, sin escatimar elogios o expresiones contundentes. ¡Se las sabía todas! En la Marina estaba vinculado a dos oficinas, distantes entre sí más de un kilómetro y, casi siempre, "se hallaba en el camino", cuando requerían su presencia, ya que sus funciones profesionales las simultaneaba con la organización de viajes y actividades periodísticas. Había caído simpático a sus jefes, que le daban toda clase de facilidades. Cierto día un coronel le llamó la atención por su falta de puntualidad.

-¡Don Manuel! -le increpó con cierta energía-. Observo que Vd. llega a la oficina más tarde que su jefe, y eso no debe ser.

-¡Cierto, mi coronel! -contestó en posición de firme-; pero me permito decirle, con todos mis respetos, que V.S. dispone de coche oficial y yo tengo que utilizar el autobús de servicio público, que casi siempre llega con retraso, ya que mis piernas averiadas no me permiten venir andando.

La cosa no pasó a mayores y todo siguió igual, hasta que se produjo otra simpática situación, que también quedó solucionada a su favor. En la organización interna del edificio, en que radicaba una de las oficinas, requirieron la colaboración de don Manuel como oficial de guardia cada cinco días, y en ese sentido se lo hicieron saber.

-No tengo inconveniente en prestar tan importante servicio y colaborar con otros compañeros -dijo con expresión sincera-; pero debo informar que, dada la enfermedad que padezco y la exigencia médica del cuidado nocturno de familiares, necesito la presencia de mi mujer en el edificio después del arriado de bandera hasta el toque de diana.

Lo que expuso pudo acreditarlo con un parte médico y se libró de las guardias, continuando su vida normal sin más "papeletas".

En un libro autobiográfico que publiqué hace algún tiempo, hago alusión a este hombre excepcional, con el que tomé parte en cursos de la Armada. Con referencia a la clase de Religión que nos daba el P. Galindo, preguntó un día a don Manuel que le explicase "qué entendía por milagro".

-¡Milagro... milagro...! -titubeó el alumno-. Por ejemplo, que Vd. se muera ahora mismo.

-Eso no es un milagro, don Manuel, no es un milagro... Eso sería un hecho natural. Pero precisamente tengo que ser yo el que se muera y no Vd... ¡Vamos, esto es el colmo!

En otra ocasión, que hizo un viaje por España en representación de una cuñada que era presidenta de la empresa "Viajes Haro", visitó en Madrid la sucursal regentada por un chileno, al que para que conociera datos complementarios de su actividad en otras funciones dio su tarjeta de visita con los datos castrenses. En ella, además de su nombre y apellidos ponía: "Teniente C. de Oficinas de la Armada". El chileno, al conocer su condición militar, exclamó: -¡Parece mentira, don Manuel, que con lo que Vd. vale, sólo haya llegado a "teniente coronel".

El chileno no llegó a enterarse de la picaresca de la tarjeta, ya que el "Teniente C." no era teniente coronel, sino "Teniente del Cuerpo de Oficinas". Y don Manuel le agradeció la delicadeza.

Esto es todo, lectores amigos. Continuaré en la brecha con las cosas de la Isla, todo el tiempo que Dios quiera. Terminaré cuando deba reunirme con aquel amigo y compañero de toda la vida, al que no he olvidado ni olvidaré nunca.






 

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