Llegaron las tardanzas
-frígidas, desnudas, incoloras-
posándose en mi cuerpo.
Llegaron envueltas en tinieblas
sin pálpito ni aliento,
igual que aves heridas.
Llegaron acalladas, únicas, exhaustas,
hundiendo las horas y la imagen.
Llegaron sin saber de su llegada,
trágicamente eternas,
como un dolor errante,
como un alba
surgida del abismo.
Llegaron infecundas, fantasmales,
sin ojos y sin labios,
exentas de formas y deseos.
Llegaron deslizantes y encubrieron
-con esa noche larga de la ausencia-
la ya agónica espera.