He de confesar que, si hay algo que me conquista completa y
tiernamente, ello es la música. Es más, creo que gran parte de
lo que he logrado escribir se lo debo a ella. No sé qué clase de
magia cautivadora es ésta, capaz de embriagarme y de hacer
rescatar de mis adentros cuanto inconscientemente llevo. Me
imagino que todo tiene mucho que ver con la sensibilidad,
cuestión también difícil de analizar, pero que nos transporta al
mundo de lo intangible e inmaterial.
Hay un poema precioso de Fray Luis de León que ilustra a la
perfección lo que estoy diciendo: me refiero a la «Oda a
Salinas» (*). En él, nuestro poeta describe minuciosamente la
sublime sensación que sus sentidos experimentaron ante las notas
del músico Salinas, notas que fueron incluso las causantes de
que su alma se elevara desde el suelo hasta el cielo, hasta la
misma morada del Creador, gozando así mejor de la belleza de la
Creación entera.
El aire se serena
y viste de hermosura y luz no usada,
Salinas, cuando suena
la música extremada,
por vuestra sabia mano gobernada.
Grande es la experiencia de sentir esa «luz no usada» a la que
se refiere Fray Luis en estos primeros versos de la composición.
Luz no usada que tiene que ver sin duda con ese saber especial
que da el conocimiento de la verdad. Y porque es grande la
experiencia, nos dice más adelante:
¡Oh, suene de contino,
Salinas, vuestro son en mis oídos,
por quien al bien divino
despiertan los sentidos,
quedando a lo demás adormecidos!
Curioso es, por otra parte, el estudio de José Manuel Blecua
sobre Juan Ramón Jiménez, en el que reflexiona sobre la
influencia en el poeta de los pájaros y su canto. «El éxtasis de
Juan Ramón Jiménez- dice Blecua- al ver el vuelo del pájaro o al
oír su canto, no está lejos, por otra parte, del éxtasis del
alma de nuestros místicos al unirse a Dios». Leamos sin más lo
siguiente:
Soledad y calma;
silencio y grandeza.
La choza del alma se recoge y reza
De pronto, ¡oh belleza!,
canta el verderol.
Su canto enajena
-¿se ha parado el viento?-
El campo se llena
de su sentimiento.
Definitivamente, siempre permanecerá la esperanza mientras quede
la música, y mientras ésta pueda hacer vibrar las cuerdas de
nuestra alma. Al fin y al cabo, puede que todo sea música, en la
tierra y en el cielo, en el hombre y en las estrellas. Y puede
que nuestro único mérito esté en descubrirlo.
(*) Fray Luis de León dedicó este poema a Francisco Salinas,
organista y teórico musical que, a pesar de ser ciego desde su
infancia, estudió el órgano y humanidades en la Universidad de
Salamanca., donde más tarde sería catedrático de música. (Nota
del editor:)