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LA VOZ DEL PETRARQUISMO |
Petrarca en esa especie de testamento literario que nos dejó
con su tratadito De ignorantia sobre su propia ignorancia y la
de otros muchos, nos revela el secreto misterioso del
petrarquismo; la profunda virtud de su estremecedora permanencia
de amor. La filosofía del petrarquismo es esa que se decía en el
Renacimiento filosofía moral y que se ha denominado
posteriormente frontera de la poesía. En alguna parte de este
tratadito nos dice Petrarca que en esa reflexión -no reflejo-
que hace el hombre al volver sobre sí («tal que en sí mismo, al
fin la eternidad lo vuelve»), nace la poesía. A esto mismo, le
llamaba su contemporáneo secular, nuestro infante don Juan
Manuel se sentir (lo peor que le puede suceder al hombre -decía-
es no se sentir).
Se ha dicho que Petrarca es el primer hombre moderno (creo que
quien lo dijo fue Renán) y el primer poeta moderno, por esa
conciencia, por esta peculiar modalidad de su naturaleza
reflexiva de buscar en su propio ser, de hacer, con su poesía,
del amor, como había hecho San Agustín del hombre, cuestión de
sí mismo; y al interrogarse íntimamente de ese modo, encuentra
la poesía.
Francesco Petrarca nació en Arezzo, en 1304. Su padre fue un
instruido notario florentino, compañero de partido y amigo de
Dante, que será expulsado de Florencia, tras confiscarle sus
bienes. Petrarca se traslada con su familia a Ancisa, y después
a Provenza. Allí conoce a Guido Sette que será su entrañable
amigo hasta la muerte.
Petrarca durante cuatro años estudia leyes en la universidad de
Montpellier. En 1318 muere su madre y Francesco escribe una
elegía en latín, que serán sus primeros versos latinos, para
exaltar las virtudes de esta «elegida» mujer. Con Sette continúa
Petrarca los estudios de leyes en la universidad de Bolonia.
Petrarca llegará a ser un gran conocedor del derecho civil. Al
morir el padre, regresa a Aviñón, sede papal entonces, donde se
entrega a los versos de amor en lengua vulgar. El 6 de abril de
1327, en la iglesia de Santa Clara de Aviñón, ve a Laura de
Noves por primera vez. A partir de entonces, Laura estará
siempre presente en su memoria en ese recuerdo de su belleza y
de su actitud que le conmueve y nos conmueve en los distintos
pasajes de Canzoniere, los Triumphi, el Secretum, etc. Poco
tiempo después, ante dificultades económicas, Petrarca entra en
religión, dedicando su tiempo sobre todo al estudio. Fue
coronado poeta por la universidad de París y el Senado de Roma.
Aunque influyera efectivamente su copiosa obra latina en la
literatura contemporánea y posterior (pretendiendo resucitar el
clasicismo, intentó una epopeya virgiliana Africa, poema
inacabado en memoria de Escipión el Africano), debe su jerarquía
a sus poesías italianas: 300 sonetos, 29 canciones, 9 sixtinas,
7 baladas y 4 madrigales reunidos en un Cancionero que
rapidísimamente se difundió; en ellas ofrece una concepción del
amor que influirá en los poetas posteriores. De este Cancionero
cuyo título exacto es Rerum vulgarium fragmenta, son cualidades
características la sinceridad de la confesión, la profundidad
del análisis psicológico y la belleza de la forma, cuidada hasta
el virtuosismo. Está dividida en dos partes: la primera,
anterior a la muerte de Laura, y la segunda, posterior a su
pérdida.
En 1369, Francesco da Carrara le regala un pequeño terreno en
Arquá, a pocos kilómetros de Padua, en un bello rincón donde
Petrarca hace construir su nueva casa. Francesco Petrarca muere
en la noche del 18 de julio de 1374 y será sepultado en la
iglesia parroquial de Arquá, en la tumba de mármol encargada por
su yerno. Padua y sus herederos serán, pues, los depositarios de
su biblioteca, de sus escritos, de las copias y ejemplares
acumulados durante tantos años de amor a los libros. Y desde
Padua sus obras irán difundiéndose hacia los distintos puntos de
Italia y las diferentes partes de Europa que heredarán y
reanudarán el estímulo renacentista de sus páginas.
El petrarquismo de Petrarca es una voz melodiosa como la de la
muerte, porque, como la de la muerte, se trasciende de música
inaudita, de invisible luz. Al encanto de lo sensible no ha
renunciado nunca ningún poeta. Porque sin la magia musical de
las palabras, como sin trascendencia mística, no puede haber
poesía. Una idealización absoluta será siempre imposible en
poesía. Tan imposible como un hedonismo exclusivo. Pero entre
ambos extremos se nos centra y equilibra el verdadero poeta.
«El petrarquismo fue un delirio, una epidemia en todas las
literaturas vulgares», nos dijo Menéndez Pelayo. Delirio,
epidemia, que duró en su apogeo de mayor virulencia más de dos
siglos. ¿Epidemia poética, generadora de una fiebre amorosa y
literaria delirante? ¿Pero el petrarquismo de los petrarquistas
era el petrarquismo de Petrarca? Este desatado idealismo
lírico-erótico, epidémico y delirante, cuyo febril contagio se
extendía por Europa, de norte a sur, tomando forma con los
siglos, contaminado de neoplatonismos reminiscentes, ¿qué
guardaba efectivamente, del poeta admirable del que se reclama
su fiebre, su delirio erótico y tan retóricamente subversivo?
Mucho más que el microbio, el virus filtrable de una enfermedad
líricoamorosa, epidémica y febrilmente delirante, nos parece que
lo que la poesía petrarquista de Petrarca trajo al mundo fue el
descubrimiento o invención de otro: quiero decir, su hallazgo;
la invención, descubrimiento, hallazgo del mundo específicamente
literario de la poesía. Y del mismo modo que el mundo nuevo que
descubría Colón no tenía de nuevo sino sólo su descubrimiento, y
de viejo, lo que tenía de mundo, pues lo que Colón descubría era
la totalidad, nueva o vieja, de un mismo mundo, el
descubrimiento de ese mundo específicamente literario de la
poesía, que hizo Petrarca, descubría la totalidad (antigua y
nueva) de la poesía misma.
Humanismo, modernidad, son los dos términos en que se nos sitúa
habitualmente el petrarquismo. Precisarlos, me parece cosa más
fácil desde la íntima lectura -relectura- de Petrarca que fuera
de ella.
Y es que, como dijo el poeta: «Una hoja que tiembla / (en el
libro, en la rama) / es toda la poesía / y su nombre es
Petrarca».
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