En
química, las sales son cualquier compuesto que pueda
considerarse el producto de una reacción entre un ácido y una
base. El término común de sal de cocina es el producto de la
reacción del ácido clorhídrico con la base del hidróxido de
sodio. A la reacción ácido-base, que tiene lugar comúnmente con
la formación de moléculas de agua, se le da el nombre de
neutralización.
La sal de cocina se denomina propiamente cloruro de sodio y se
extrae, como bien se sabe por estas tierras isleñas, del agua
del mar, pero también de las cuevas o minas de sal gema (cloruro
de sodio en estado mineral).
La sal predomina ampliamente entre los componentes salinos de la
sangre. La importancia del cloruro de sodio en la alimentación
diaria es tal que, durante siglos, en ciertos pueblos que se
encuentran lejanos al mar y, por tanto, exentos de salinas, y en
los cuales la naturaleza del terreno es capaz sólo de producir
pequeñas cantidades de sal gema, el cloruro de sodio se ha
tenido como un elemento precioso, representando incluso la
moneda utilizada en los intercambios comerciales.
La cantidad de cloruro de sodio que debe formar parte de la
dieta diaria varía grandemente. En líneas generales, teniendo
presente que el ion sodio (por su presencia en los líquidos
extracelulares) favorece la retención de agua en el organismo a
nivel de los tejidos, se puede decir que en todos aquellos casos
fisiopatológicos en los cuales el aumento del contenido hídrico
tisular (obesidad, estados edematosos por insuficiencia renal y
cardíaca) puede ser un elemento grave en el curso de la
enfermedad, la cantidad de cloruro de sodio que forme parte de
la composición de la dieta cotidiana debe ser mínima, o en
algunos casos nula (a este fin existen alimentos como el pan,
leche y otros oportunamente privados de su componente salino).
Por el contrario, existen casos patológicos en los cuales se
presenta la necesidad de reconstituir el patrimonio mineral y,
consecuentemente, el de cloruro sódico, que se ha depleccionado
a consecuencia de estados de deshidratación; en estos casos el
empobrecimiento mineral se acompaña de un empobrecimiento
hídrico análogo, por lo cual el reequilibrio de este estado
anormal no se puede efectuar a través de una corrección con la
dieta diaria sino de forma inmediata, es decir, con las
hipodermoclisis o fleboclisis denominadas cloruroglucosadas (es
decir, mediante la administración de un «gotero» de contenido
salino y azucarado).
Los estados de deshidratación que conducen a estas normas
terapéuticas son, en línea general, aquellos consecuentes a
vómitos intensos o diarreas (cólera, disentería, intoxicaciones
alimenticias); a hemorragias profusas, sean éstas externas o
internas; a heridas extensas, debido a la intensa pérdida de
plasma que suelen tener lugar en estos casos; a estados
comatosos, etc.
Las necesidades diarias de cloruro de sodio se hallan entre los
quince y los veinte gramos, siendo ésta la cantidad de sales que
suele ser eliminada diariamente por la orina y el sudor. La
insuficiente y prolongada nutrición exenta de cloruro de sodio
comporta, junto al empobrecimiento de las reservas del organismo
en iones sodio y cloro, la aparición de una fenomenología
caracterizada por vértigos frecuentes e intensos, estado de
debilidad general, excitación nerviosa, fenómenos paralíticos,
etc., sintomatología ésta reversible apenas se administre en el
aporte externo la cantidad de iones cloro y sodio que
normalmente deben estar presentes en la sangre y en los líquidos
extracelulares.