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Ya terminaron, en su afán de conseguir votos, los esfuerzos
electorales de comunicaciones, muchas veces de mal gusto,
convirtiendo la propaganda en insultos desabridos de unos para
con otros. No han faltado buenos periodistas que han sabido
corregir la desagradable mala plana y recordado las propagandas
de aquellos padres de la política de otros tiempos, con una
exhibición de buen gusto y de mejor léxico y la más perfecta y
envidiable literatura, como lo fueron, sin necesidad de llegar a
Castelar, incluso políticos tan recientes, padres de la
gramática, del buen decir y del mejor hacer, como Gil Robles y
hasta Romanones. Así lo hemos leído estos días con los
recordatorios hechos por estos buenos periodistas de buena y
sabia memoria de unos tiempos que no hemos llegado a vivir
nosotros por haber nacido después...
Ya terminó todo y en ese todo no había precisamente una buena
lección de Preceptiva literaria ni de gramática y, sobre todo de
buena y exquisita educación propia de quienes deben darnos
ejemplo del buen decir y del mejor respeto mutuo.
Estos días hubo programas de televisión, que tanta gente ve, en
los que se repiten con insistencia frases malsonantes y
desagradables, por su carácter soez y chabacano, que hubo quien
dijo y no le importó repetir una y otra, vez recogidas por la
película o el vídeo de las noticias últimas de la hora
televisiva que más espectadores tiene...
Por lo visto estamos ante un alarde de malas palabras, como
también solemos encontramos ante el abuso de los malos modos,
que van desde el griterío alucinante y desagradable de los
campos de fútbol hasta la forma de actuar alucinante y agresiva
de muchos conductores que, muchas veces, se reduce a repetir una
y otra vez el toque del claxon para que se pueda recibir a
través de su sonido el insulto que no se pudo dar por boca, de
boca a boca, como se maneja ahora como frase común y repetida.
Muy lejos de darnos cuenta de que la educación debe ser al alma
lo que el aseo al cuerpo. No nos debe sorprender, entonces, ese
progresivo peor hablar cada vez más de nuestros infantes. Los
niños son, al fin, el alma, el espejo, el eco del adulto y de su
ambiente.
Ya lo creo que, para muchos, cada vez más mayoría, el abuso de
los tacos malsonantes, del vocabulario de mal gusto, es lo
normal y, naturalmente, incluso por una prevalencia del mal
gusto y una moda de las malas maneras, les puede llevar, y este
es el colmo y el desiderátum del mal gusto, a considerar como
mojigatos y hasta cursis a los que tengan el buen gusto de
emplear el lenguaje más correcto y más inteligente, con la
réplica mas chispeante y hasta más lúcida.
Resulta difícil poder saborear una prosa literaria cualquiera
con el rigor del más perfecto buen gusto, llevando la maestría
aceptable de una belleza literaria digna de la más estupenda
alabanza y del mejor saber.
Forma parte del respeto a los demás y, sobre todo a los niños, a
nuestros hijos, el proporcionarles un equilibrio en nuestros
contactos verbales con la correspondiente falta de chabacanería
en los mismos y hasta una elegancia de la que nunca podremos
arrepentimos.
Confiamos en que resulte al final cansado y crispante, y a lo
mejor desolador, el continuar por este camino que llevamos de
hablar cada vez peor y proyectar sobre nuestros hijos este peor
hablar y hasta ese desastroso escribir de algunos, de bastantes.
Claro que hay que hablar como lo hace el pueblo, pero sin
olvidarnos, desde luego, de aquella afirmación, sabia como todas
las suyas, de SÉNECA: «ESTUDIAR, PERO NO PARA SABER MÁS SINO
PARA SABER MEJOR QUE LOS OTROS».
Y, así las cosas, si nos fijamos en el léxico de los niños, nos
encontramos con que suelen darse cuenta de sus tacos, de sus
palabrotas, cuando tienen alrededor de los 4 años, que es cuando
tienen un sentido del humor especial, gozándola con el efecto
que les produce a los demás el abuso de palabras que se pueden
llamar «sucias».
Lo peor es que el niño, que se da cuenta de su «travesura», se
decide a emplear este idioma malsonante, y hay adultos que
fomentan este mal gusto, considerándolas como «gracias». Esto es
lo peor y lo de pésimo gusto.
En esta época es raro que intervenga el sexo, a no ser que algún
familiar adulto haya fijado su atención en estas partes del
cuerpo.
Son pequeñas bromas escatológicas, desde luego, con poca gracia.
Cuando, por fin, llega el niño a los 6 a 7 años ya empieza a
fijar su lenguaje malsonante en los genitales, influyendo en
esto una represión progresiva que encuentra en su entorno,
estimulando su deseo de hacerse el «gracioso» y destacar en este
sentido.
Este lenguaje malsonante se incrementa conforme el niño va
llegando, cuando llega a los 12-14 años.
Llega, entonces, a un momento en el que ya no intervienen las
bromas paternas y familiares, sino que influyen en el niño los
contactos con amiguetes y golfillos que forman parte de su
entorno social y que pretenden darle una educación sexual que
ellos tienen erróneamente aprendida, seguramente autodidacta.
Los padres entran entonces en la necesidad de intervenir
directamente, demostrándole al niño que desaprobamos su mala
actuación y procurando aclararle la cantidad de errores en que
ha caído, procurando corregirlos con la mayor seriedad y
formalidad, sin la sonrisa pícara ante lo que no debe ser gracia
alguna, que se puede llegar a la gracia, desde luego, de la
forma más agradable para todos, sin necesidad de pasar por el
taco ni la grosería, aunque, por desgracia, a veces, son los
mismos familiares los mejores profesores de su mala forma de
hablar.
Es entonces cuando nos toca la peor y más dificultosa parte: el
razonar con el niño todo lo que haga falta, perdiendo todo el
tiempo necesario, que estas cosas son para perder tiempo si se
quiere conseguir algo. Y, desde luego, jamás coaccionar ni
prohibir tajantemente nunca, perdiendo, como no nos cansaremos
de decir, todo el tiempo necesario, porque es importantísimo
para convencer al niño cada vez que surja el taco de que aquello
es desagradable y, desde luego, nunca es bello, porque hablar
bien es tan importante que nadie tuvo que arrepentirse jamás de
seguir este buen camino.
Un buen camino a conseguir en el niño pequeño es no aceptar su
deseo, si no se pide, por él mismo, con los buenos modos que
exige la buena educación que debe prevalecer por encima de todo.
Que si bien es verdad que la educación actúa en el espíritu con
esa moderación tan necesaria en estos tiempos de exaltada
agresividad, también lo es que saber y sentir puede ser el
secreto de todo...
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