Página anterior. Volver Portada gral. Staff Números anteriores Índice total 1999 ¿Qué es Arena y Cal? Suscripción Enlaces


A veces, los pobres mortales tenemos que aguantar cada flete que pone a prueba la solidez de nuestros nervios, amenazando con hacerlos estallar en mil pedazos; y, sin embargo, por cortesía, delicadeza o por respeto, hemos de "barloventear" si no nos da tiempo a ponernos discretamente a sotavento, en un cambio rápido de rumbo, al ver que se nos acerca algún pelmazo. Porque la verdad es que los "rollistas" se multiplican diariamente para abordarnos en cualquier parte y contarnos "su caso", con esa cachaza y parsimonia escalofriantes.

Pero lo curioso es que, como sería de desear, un pelmazo no busca a otro pelmazo, sino que en ellos se refleja la ley de atracción newtoniana. El "rollista" busca al hombre activo que pueda "resolverle" su papeleta, darle alguna orientación o, al menos, compadecerle en la supuesta desgracia. Yo conozco algunos isleños que me han contado más de diez veces hechos y milagros, y esto ya es desesperante. Cada vez que me los encuentro, mis músculos adquieren la máxima tensión y amenazan con desintegrarse en justa, razonable y humana explosión.

¿Quién no conoce, por ejemplo, a "don Policarpo" con sus andares de camello y su cara bonachona, que siempre va a la busca y captura de su "víctima" de turno?

¿Quién, después de escuchar su historieta por enésima vez, no le ha dado una palmadita en el hombro para que se resigne y sobrelleve con energía su supuesta desgracia?

El "rollista", por lo general, no es mala persona. ¡No!, al contrario. Es sencillamente un pelmazo, que vive para mortificar a los demás, quizás sin él pretenderlo, pero sí ante el deseo, muy humano a veces, de expansionarse.

Durante la guerra del 14, parece ser que los pelmazos adquirieron un auge extraordinario, y hubo un humorista que tuvo la idea (que se extendió como reguero de pólvora) de colocar un letrero debajo de la solapa, que decía: "No me hable usted de la guerra"... Y cuando alguno colocaba la consabida papeleta, la contestación quedaba limitada a dar la vuelta al paño.

Pues a mi modo de ver y de entender, esa debiera ser la táctica a emplear con esos hombres que nos persiguen por la calle, en el casino, en el café, en la casa (ordinariamente en los momentos más inoportunos) para colocarnos discos consabidos y sin trascendencia. Desde ahora pienso adoptar tan eficaz sistema, y debajo de mi solapa figurará un cartelito alusivo a los discos archisabidos y sin trascendencia.

¿Cuándo van a enterarse los pelmazos que en la vida de relación no cuentan los casos particulares sino los que de verdad interesan a la colectividad, o aquéllos que en determinado momento o circunstancia requieren nuestra personal colaboración o consejo?

Me decía en una ocasión un viejo amigo que él clasificaba a las personas en tres grupos: sedantes, excitantes y pólizas. Los primeros, los que siempre cuentan cosas agradables, amenas y de interés general; los segundos, los malintencionados y criticones; los últimos, los rollistas y pelmazos. De los segundos, ya nos libraremos nosotros, como de la peste. Pero, ¡quién nos libra de los "pólizas"?

Otras facetas conocidas de "don Policarpo" (viudo desde hace algunos años) son las de ser un gorrón, tacaño y supuesto protector de mujeres. De gorronear, todo lo que puede; de pagar, nada... Y de envalentonarse dándoselas de protector, de las muchachas que le ayudan, mucho, pero sin desembolsar dinero en la medida de las necesidades perentorias, a pesar de ser un ricachón conocido. Él asegura, con cara durísima, que es más feliz ahorrando que gastando, sin pensar que cuando emprenda el "viaje definitivo" todo lo va a dejar en este mundo a merced de personas más despiertas.

Los pelmazos, gorrones y tacaños han existido y existirán siempre. Los sobrellevamos con resignación, como elementos de la vida ordinaria, pero con la cautela propia de las personas dinámicas, de aguante y resignadas.

¡Creo que no hay otra solución, amigos!






 

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