Nos ha mentido el ángel.
Los ríos no regresan,
se prolonga indefinidamente el llanto,
mueren los encuentros
y han roto a golpes las semillas
quebrando el nacimiento de la estrella.
Ya no podemos recuperar la orilla.
Dormimos en cenizas siempre blandas
con los cansancios nuestros, apretados,
formando un cuerpo enorme
incansable vigía de esa noche
que esconde el sonido y los asombros.
Nadie viene a buscarnos.
Ha huido el recuerdo con el viento,
el surco se indefine
y no alcanza ni el tacto ni el latido,
la sangre se ha hecho piedra
e ignoramos la lágrima y las tardes.
¿Quiénes han desgajado los mensajes?
Está hundido el árbol
donde el ansia y el sueño reposaban,
y existimos, aún, sí, dejados en las tierras,
terriblemente solitarios,
como una ofrenda más a los misterios.