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En la Edad Media pensaban que el hombre es la más digna de
las criaturas. Había dos fundamentos de esta creencia: a) somos
los hijos de Dios, estamos hechos a su imagen y semejanza y
tenemos un alma inmortal que nos diferencia del resto de la
creación; b) la tierra está en el centro del universo al ser el
escenario de la historia humana y de la acción divina.
Ya en la modernidad, dos acontecimientos científicos dinamitaron
estos pilares, dando al traste con la supuesta dignidad del
hombre: a) la astronomía mostró que la tierra es un planeta
entre otros, en un sistema solar entre otros, en una galaxia
entre otras; b) la selección natural mostró que el hombre es un
animal evolucionado a partir de otras especies animales. A
partir de estos hechos, la supuesta dignidad del hombre se
volvió problemática. Nietzsche (en la segunda mitad del s. XIX)
resumió esta situación de crisis diciendo que «Dios ha muerto» y
pregonando la necesidad de una reforma de los valores humanos y
del concepto de dignidad humana.
¿Qué nos ha pasado? ¿Ya no somos «especiales»? La protección
ideológica que nos aislaba del mundo exterior se ha
desintegrado. En el nuevo mundo tras Galileo y Darwin hay que
encontrar otro fundamento a la supuesta superioridad del hombre
sobre el resto de los objetos y criaturas naturales. ¿Qué será
lo que nos hace dignos señores de la tierra y hasta del
universo?, y ¿realmente lo somos?
Una respuesta negativa se insinúa peligrosamente. Nos vemos
tentados a pensar que la vida humana no es más digna que
cualquier otra forma de vida, e incluso, que es bastante
despreciable. Después de todo, la sangría bélica del siglo XX,
la destrucción del medio ambiente y la costumbre de acabar con
especies enteras de seres vivos nos da que pensar. Si es verdad
que el movimiento se demuestra andando, apaga y vámonos, pues la
especie humana ha probado de sobra que merece nuestro más
encendido desprecio.
Sin embargo, se impone una respuesta positiva. ¿Por qué? Pues
porque nos da la gana. Realmente no hay otro motivo. A los
hombres nos gusta tener un poco de esperanza en lo que somos.
Puede que la especie humana sea una plaga y que la vida de sus
individuos sea una mierda, pero, como sólo se vive una vez, hay
una tendencia a pensar que tenemos algún valor después de todo.
Así es como se termina suponiendo que nuestra dignidad se
fundamenta en que poseemos un cerebro altamente desarrollado y
en que nuestra conducta es extraordinariamente compleja en
comparación con otras conductas animales. Somos unos inútiles en
términos puramente biológicos, pero nuestra hermosa inteligencia
nos ha colocado muy por encima de los peligros y vaivenes de la
naturaleza. Sí, señor. Por eso somos especiales ¿Fin de la
cuestión?
Ojalá, pero la cosa no acaba ahí. Una nueva revolución, como la
de Galileo o Darwin, está muy próxima. Hoy asistimos a una nueva
amenaza al dogma de la «superioridad del homo sapiens». Su
nombre es CIBERNÉTICA y se define como la ciencia o arte de
construir y manejar aparatos, dispositivos y máquinas que,
mediante procedimientos electrónicos, transforman ciertas
señales o «información» que se les suministra en un resultado,
de modo semejante a como lo hace la inteligencia humana (el
nombre es reciente y ha surgido con la creación de máquinas
electrónicas de calcular y los SERVOMECANISMOS -dispositivos que
controlan automáticamente el funcionamiento de cualquier
instalación-).
El peligro cibernético se viene anunciando con una serie de
hechos aislados que, de momento, apenas despiertan nuestra
curiosidad: que un ordenador gane al ajedrez al campeón humano,
que todas las empresas dependan del buen funcionamiento de sus
computadoras, que en todos los campos industriales cada vez
hacen falta menos obreros y más servomecanismos, etc. Dirán que
soy un catastrofista y que me paso un poco. Bueno, es posible;
hoy en día todo parece controlado. Pero, ¿qué pasará en un
futuro a medio y largo plazo? Las perspectivas pueden no ser
tranquilizantes.
En efecto, mis temores no tienen que ver con el presente. Los
reservo para cuando las máquinas puedan obtener información por
sí mismas y para cuando alcancen la capacidad de «autoprogramarse».
Ese día puede que tomen conciencia de sí mismas. Ese día puede
que la vida humana deje de ser «superior». ¿Qué demonios? Puede
incluso que nuestra especie se encuentre en peligro.
La CIENCIA FICCIÓN es el modo como nuestra época reflexiona
sobre el futuro y, cómo no, también sobre la posibilidad de una
rebelión de las máquinas.
Generalmente sus conclusiones son que las máquinas no son
peligrosas de por sí, que el verdadero peligro está en el hombre
tras la máquina. Otras veces se nos cuentan historias de
máquinas que adquieren autoconciencia y que siguen siendo
inofensivas, como es el caso C3PO y R2D2 (Guerra de las
galaxias). Y algunas veces más se habla de una verdadera guerra
entre hombres y máquinas, guerra total y de supervivencia en la
que, milagrosamente, siempre son los hombres los que ganan (¿se
acuerdan de Terminator?).
Cambiando de tema, la gente no prevé esta última posibilidad y
de momento se limita a ocuparse de averiguar si las máquinas son
más o menos inteligentes que los humanos. Cuestión que es
bastante ridícula si pensamos que la INTELIGENCIA no consiste en
la capacidad de resolver problemas que tienen una respuesta
determinada (aquí los ordenadores nos ganan), sino en la
capacidad de resolver problemas que admiten más de una respuesta
(reino de la libertad) y, sobre todo, en la asombrosa capacidad
de los humanos para encontrar esos problemas. Dicho de otro
modo, el supuesto debate sobre si la máquina es más inteligente
que el hombre se resuelve distinguiendo entre inteligencia
computacional e inteligencia humana.
Así de simple. De momento.
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