Hay noticias que te desconcojonan, que te funde los plomos de tu
capacidad de comprensión, que te repatean el raciocinio, que te
dejan con la boca abierta, y, aún más allá de sorprendido,
atontado, alelado, bobo...
Que políticos de distinto signo se compren, sobornen y se
intercambien los collares, no nos sorprende; que se tiren de los
pelos y se digan de todo menos bonito con elecciones y sin
ellas, no nos sorprende; que metan las manos en las arcas del
dinero público, amasen fortunas allá donde no lo sabe ni Dios y
saluden desde el tercio con carita de tonto, no nos sorprende;
que se suban los sueldos a capricho y que a los demás, incluido
jubilados, viudas y huérfanos, les den por el sitio, no nos
sorprende... Como tampoco nos sorprende que un juez, un señor a
quien la sociedad le confía la sagrada misión de aplicar y
mantener la justicia, se líe la manta a la cabeza y prevarique,
es decir, que, a sabiendas, con plena conciencia de causa, dicte
una sentencia contraria a la Ley librando de culpas a un
delincuente o favoreciendo a un litigante que no lleva razón. Ya
no nos sorprende nada.
Y, hete aquí que, cuando ya creíamos que nada es capaz de
sorprender a nuestros ojos, cuando creíamos que ya ninguna
actitud dimanante de políticos o personas encargadas de regir y
administrar nuestros fundamentales derechos como ciudadanos era
capaz de pintarnos interrogantes en el rostro, leemos en la
prensa la salida a la palestra de un señor, responsable máximo
de una formación política con identidad y peso a nivel nacional,
que, desconcienciado de que existe una Justicia y que ésta se
aplica y tiene que estar por encima de afectos, intereses u
otros criterios de razón particular, pasándose por la bragueta
la opinión que pueda merecerle a sus miles de electores, se
erige en una especie de adalid seráfico, recauda dinero entre
sus allegados y pretende abonar la multa impuesta por la Ley a
un delincuente.
Nada tengo en contra del ex juez de la Audiencia Nacional, señor
Gómez de Liaño, pero, si el Tribunal Supremo lo ha encontrado
culpable del delito de prevaricación -y supongo que, al tratarse
de un colega, habrán mirado todo con lupa-, lo ha condenado a
quince años de inhabilitación y expulsado de la carrera
judicial, el caso es claro: tal señor no es sino, simple y
llanamente, un delincuente más.
Y aquí las preguntas: ¿Qué coño hace el señor Anguita en este
asunto? ¿Qué argumenta para erigirse en salvador de éste y no de
otros delincuentes? O, sin suspicacias: ¿Qué habrá entre el
señor Anguita y el señor Gómez de Liaño?
Me esfuerzo y no lo sé, pero me recuerda la copla de “La Parrala”
o la "Zarzamora"... Algo así como, “...por qué llora en los
rincones, si no se le ha muerto nadie...”
Me temo que nunca tendremos respuestas. Pertenecen a la
intimidad.