Se ha celebrado recientemente el día mundial del Alzheimer,
esa enfermedad de la memoria, ese estado de catatonia física
donde se borra el pasado y ya nada importa porque la vida entera
del enfermo se convierte en niebla, pierde coherencia y se
desmantela.
Es la memoria lo que nos forma como entidad, lo que nos hace
libres o sabios o necios. Recordando, sabiendo de dónde venimos,
conseguimos reconocernos en nuestros errores, salvaguardar
nuestra dignidad, llamarnos con nombre y apellidos entre el
marasmo y la multitud. Es la memoria lo que nos justifica, nos
da genealogía y nostalgia. Es la memoria el tesoro de lo
aprendido y aprehendido, el álbum con las mejores fotografías,
la reminiscencia de lo que fuimos capaces de hacer, del antaño
que vivimos milagrosamente.
Cuando la memoria enferma sin remedio, la enfermedad ya es
mortal. Alguien sin recuerdos, sin precisión en su pasado, es un
ser casi inerte, desconectado de familias y herencias vitales,
absorto en un naufragio en medio de la nada. Sin memoria, la
persona sufre una deriva de oscuridad, donde faltan certezas y
fermentan los miedos. El Alzheimer, por ello, es una enfermedad
tenebrosa.
Quienes la padecen ignoran su edad y condición, sucumben al
vacío, pierden señas de identidad, dejan de reconocer a los
seres más cercanos, los datos más cotidianos y diarios. Lo que
fueron queda convertido en pulpa insalobre, en nada. El vacío es
lo que hay detrás de una perdida de memoria: Un hueco en el
buzón de correos lo mismo que en la agenda de las amistades. Sin
memoria no hay vida; sólo una supervivencia refleja, animal, que
siente la necesidad inmediata y aislada, sin vincularla con
armonía a otras variables vitales. Sin memoria, el enfermo vive
a bandazos, incapaz de concretar una explicación lógica al hecho
de su vida. Nada se tiene sin memoria. Por eso la enfermedad de
Alzheimer es acaso más sórdida. No queda la tabla de salvación
de una remembranza, no hay un gesto señalado que resarza del
dolor. No hay nada sin recuerdos.
El presente se nutre de la memoria, conociendo el camino andado,
sabiendo que se crece a base de aprendizaje, recogiendo la luz
de los días y la sombra de la experiencia, recolectando piedras
y frutos, calles y fotografías. La memoria nos forma y conforma.
Sin memoria sólo se es un hueco orgánico.
Incluso del Alzheimer, sólo pueden acordarse quienes tengan
memoria.