Hay golpeteo de lluvia.
La sombra crece a vetas
de césped y jardín y se me olvidan
las horas que la luz me dejó en el espejo, hiriendo a ráfagas negrura;
cortando las esquinas de no verte.
Recuerdo que dijiste
palabras que duraron tan sólo algunos días y no me diste tiempo y vino
el frío,
sin compasión, con vórtices y aludes,
bebiéndome de noche o madrugada,
cuando más me sabía abierta de abandono.
Ahora remo hacia atrás. Probablemente,
la realidad sea otra si se mira de espaldas.
Acorto la distancia que debiera
mantenerme segura; tiemblo un poco
en la tensa verdad de este minuto
que a veces tanto cuesta atravesar
La luz, de pronto, deja
de ser tan blanca a fuerza de costumbre
y mis ojos retornan a la niebla del cuarto
donde siempre te tengo de regreso
en amarillos-kodak para burlar olvido.
¡Qué lástima tener que desterrarte
también de los retratos
donde tan prisionero te sentía!
Pero esta lluvia terca,
que me va entumeciendo los sentidos,
ha inundado esta tarde mi taza de café,
la proa de tus ojos
donde por mucho tiempo,
náufrago fui, desfavorablemente
a mi propia marea.
Y lo que son las cosas,
cuando tu nombre era la tristeza final
que podría darme muerte,
llega esta lluvia tonta a estropearlo todo
y me ofrece el deshielo de un libro sin abrir;
una última noche
para que prenda fuego a tu memoria.