Imagen primera de... es una obra del insigne poeta portuense,
como todos sabemos. Mi primera imagen de Alberti, allá por los
diecitantos años, es la de un poeta envuelto en un halo de mito,
como Lorca o Miguel Hernández. Me llegó este primer conocimiento
por medio de la célebre antología de Gerardo Diego «Poesía
española contemporánea», que me prestó Pilar Paz Pasamar en la
primera visita que le hice.
En esas páginas descubrí la atmósfera de la poesía de Rafael
Alberti; por cierto, una atmósfera luminosa en la que los
blancos y los azules me sedujeron como guiños que me han
acompañados siempre. Pero esta influencia no tenia nada de
sorprendente: el paisaje era familiar y los versos del poeta no
hacían otra cosa que traer a un plano lingüístico unos
referentes casi pictóricos, pues la poesía inicial del poeta es
un «testimonio» de su experiencia inmediata, los sentidos como
receptáculos primitivos de esa invasión sensorial. La afición
por la pintura no se queda en el papel o en el lienzo, sino que
se metamorfosea en la comunicación con otros signos más
convencionales, pero no por ello menos representativos y
eficaces.
Miguel Posada, crítico literario, declaró en TV el día del
fallecimiento del poeta que había una primera etapa en la obra
de Alberti en la que a la autenticidad se sumaba una alta
calidad. Personalmente yo hubiese manifestado la misma opinión,
si bien es cierto, como añadía el critico aludido, que en otras
etapas posteriores había que contar otras obras relevantes como
Sobre los ángeles, Baladas y canciones del Paraná y Retornos de
lo vivo lejano.
La primera de las obras mencionadas, estimo que no es
precisamente la musa genuina de Alberti. Un hombre nacido y
criado en la luz de la bahía no se presta al juego de
abstracción (es un error creer que el onirismo y el automatismo
son auténticos) que es, en definitiva, el superrealismo o
cualquiera de las manifestaciones de las vanguardias.
Al Alberti espontáneo y luminoso hay que buscarlo en sus
primeros libros y en otro que considero escrito con toda la
nostalgia de sus años en largo y duro exilio: Retornos de lo
vivo lejano.
Ahora bien, no voy a entrar en una reseña -que sería, por
supuesto- subjetiva y obedecería a móviles entrañablemente
impresionistas. Estas líneas solamente son deudoras de un
recuerdo, uno de esos recuerdos que han sido vividos en una
época en que la memoria poética aún está virgen y en ella se
imprimen experiencias que luego serán determinantes en los
modelos de futuras creaciones.
Así pues, el Alberti que yo degusté en la mencionada antología
es muy variado; pero de esa variedad a mí me llegó el poeta que
aún paladeaba el postmodernismo, por ejemplo, su soneto en
versos alejandrinos: «A un capitán de navío», con cita de
Charles Baudelaire y otro soneto, éste en endecasílabos: «A Rosa
de Alberti, que tocaba, pensativa, el arpa.» Entre esta poesía,
todavía clásica, y los «Tres recuerdos del cielo», en un
delicado y evanescente superrealismo, había para mí un gran
abismo, que en aquellos años yo no sabía salvar. Esa primera
imagen del poeta portuense me llegaba con una sospechosa neblina
de lejanías entre la política y la leyenda, como el enigma de la
muerte de García Lorca, ya que en ningún manual de Literatura se
decía que había sido asesinado.
Es la edad en que se saborean con fruición las primeras
impresiones, hasta el punto de que nos sirven de faros
orientativos en el lejano puerto del que un día partimos hacia
los más prometedores rumbos literarios...