![]() |
Portada gral. | Staff | Números anteriores | Índice total 1999 | ¿Qué es Arena y Cal? | Suscripción | Enlaces |
En
1788, y en la Isla de León (San Fernando), será donde cristalice
la idea de realizar la más maravillosa expedición
náutico-científica que dos marinos ilustrados pudieron imaginar:
los Capitanes de Fragata D. Alejandro Malaspina y D. José
Bustamante y Guerra, a quienes el destino uniría en el enclave
naval más estratégico de la España sur atlántica, el Arsenal de
La Carraca, al fondo de ese óvalo perfecto que forma la bahía
gaditana, muy cerca de un Cádiz, todavía «señor del mar», joya
de la Corona y de la política naval de los Borbones.
No era un viejo sueño de quimeras lo que animaba a los dos
marinos españoles a circunnavegar la Tierra a través de océanos
y mares: lo que ambos se proponían -y el tesón y sus hojas de
servicio lo posibilitarían- era formar toda una expedición a
través de las inmensas planicies oceánicas, islas y tierra
firme, minuciosamente estudiada hasta el más ínfimo detalle y
perfectamente organizada, sabiendo qué se proponían, cuáles eran
las limitaciones, imposibilitando, en definitiva, que nada
quedara al albur en tan largas e imprevisibles singladuras y
derrotas, «corriendo temporales» o sufriendo calmas por las
indefinidas sendas de los mares o de las vírgenes tierras de la
América española. Cada milla de mar, cada legua de tierra,
serían estudiadas por los expedicionarios con los más avanzados
conocimientos del siglo; se determinarían las latitudes, por las
alturas meridianas del Sol y de los relojes se deducirían las
longitudes; se haría ciencia hidrográfica en mares, estrechos,
radas, bahías y enseñadas, levantando de todos los más exactos
planos, las concretas y detalladas cartas para la navegación y
se adjudicaría un lugar preferente para las Ciencias de la
Naturaleza, en especial para la Botánica, la más querida por los
naturalistas de un siglo eminentemente botánico. Malaspina -en
nombre de España- sería émulo de Magallanes y Elcano, de La
Pérouse, de Cook y Bouganville... Una gesta pendiente, pese a
sus glorias, para la Marina española.
El «Plan» de los dos marinos, dirigido al Ministro de Marina D.
Antonio Valdés, el 10 de septiembre de 1788, sería aprobado con
celeridad inusitada el 14 de octubre de ese mismo año: la
propuesta de Alejandro Malaspina y Bustamante y Guerra había
merecido la aprobación de Carlos III, dos meses exactos antes de
su muerte.
Inmediatamente se cursaron órdenes para la construcción de dos
corbetas en el Arsenal isleño, ambas iguales, con un
desplazamiento cada una de ellas de 306 toneladas, una eslora de
33,6 mts. y un puntal de 4,20 mts. Su obra viva quedaría
cubierta con chapa de cobre para impedir la acción de la «broma»
(un molusco que se fija a las maderas sumergidas y las perfora)
y sus fondos tendrían doble casco para ponerlas a cubierto de
cualquier posible varada. Recibieron los nombres de
«Descubierta» y «Atrevida», correspondiendo el mando de la
primera a D. Alejandro Malaspina, Jefe de la Expedición, a quien
acompañan a una dotación de 102 hombres (como en la «Atrevida»)
entre jefes, oficiales, tropas de marina y de brigadas,
artilleros de mar, grumetes, todos «robustos, capaces, leales y
gratos al comandante... gente subordinada y hábil. Entre los
oficiales figuraron D. Cayetano Valdés, quien en 1812 sería
nombrado gobernador, Capitán General y jefe político de Cádiz,
formando en 1812 parte de la Regencia durante la «incapacidad»
de Fernando VII. Perseguido por el absolutismo, se exilió en
Inglaterra hasta la amnistía de la Reina Gobernadora Dª María
Cristina. Y D. Felipe Bauzá, Oficial Director de Cartas y
Planos, a quien España debe que se salvaran los fondos
cartográficos de la Dirección de Hidrografía, trasladándolos a
Cádiz para que no cayeran en manos del ejército francés. Murió
exiliado en Londres por sus ideas liberales. Entre los
naturalistas, el Teniente Coronel Encargado de Historia Natural,
D. Antonio Pineda, muerto en las Filipinas a los tres meses de
su llegada a las mismas.
La «Atrevida» tuvo como Comandante a D. José Bustamante y
Guerra, embarcando en ella el oficial D. Dionisio Alcalá
Galiano, que moriría heroicamente en Trafalgar; el botánico
francés Luis Née y algo más tarde, en Santiago de Chile, el
naturalista bohemio Thaddeus Haenke.
La mañana del 30 de julio de 1789, la ciudad de Cádiz parece más
alborotada que de costumbre, hay un inusitado movimiento de
tropa y marinería a lo largo y ancho de muelles y fondeaderos,
donde se aprestan, con rigor de detalles, dos corbetas de la
Real Armada de S. M. Carlos IV, proclamado rey de los españoles
apenas un semestre antes, el 17 de enero de 1789. La
«Descubierta» y la «Atrevida» van a iniciar una fabulosa,
siempre inquietante navegación, en derrotas por mares hispanos,
sabedores, desde hace ya más de dos centurias, de hombres y
velas de la Corona de España.
En la Bahía, naves de alta arboladura esperan vientos propicios
al igual que las corbetas expedicionarias. Todo ha de quedar
presto para la derrota; los pilotos repasan sextantes, agujas y
escandallos; marineros y hombres de tropa, cirujanos y
capellanes ponen en orden aparejos y artillería, hierbas y
altares... Las velas se hinchan con suaves brisas de la mañana;
las anclas se levan a bordo y las dos proas, seguras del rumbo
marcado por sus Comandantes, se alejan lentamente del fondeadero
gaditano, para irse desdibujando, irremediablemente, en la
lejanía de la tierra. Banderas en la torre de Tavira dan un
último adiós a los marinos españoles. A la salida de la canal
multitud de botes y faluchos acompañan a las naves en un abrazo
para quienes van a realizar la más grande hazaña expedicionaria
que el siglo les iba a deparar.
Con buen tiempo y viento del Nordeste, al alcance de la voz, las
dos corbetas pusieron rumbo a Montevideo. Tras 62 meses a bordo,
por tierras y mares del Mundo, la «Descubierta y la «Atrevida»
-dos «arcas» de la ilustración española- realizarán un viaje
hecho por navegantes españoles -siguiendo las trazas de los
Sres. Cook y La Pérouse- para enriquecer la Historia Natural y
construir «las cartas hidrográficas para las regiones más
remotas de América y de derroteros que puedan guiar con acierto
la poca experta navegación mercantil.» Conocer el comercio de
cada provincia y reino e investigar el estado político y militar
de la América... Estuario del Río de la Plata, Patagonia, las
Malvinas, Chile y Perú, Guayaquil, Panamá, Acapulco, San Blas
California, búsqueda del paso del N.0. hasta alcanzar el
paralelo 602, Glaciar de «Malaspina», las Marianas, Filipinas,
Nueva Zelanda... España.
El 21 de septiembre de 1794, Cádiz recibía a quienes, bajo el
mando de Malaspina, habían desarrollado uno de los más preciosos
trabajos científicos del siglo, corrigiendo las situaciones
geográficas establecidas por los navegantes franceses e
ingleses, acumulando al propio tiempo una rica colección de
minerales y levantado mapas de las costas Suramericanas, pilar
básico para la creación del Instituto hidrográfico español.
Como réplica a sus juicios sobre la política que España debía
seguir en su América en las postrimerías del siglo (leyes y
gobierno con amplias autonomías, dentro de la unidad del sistema
religioso, legal y militar con la Metrópolis), con una buena
dosis de intrigas palaciegas, valieron la cárcel, en el Castillo
coruñés de San Antonio -y su posterior destierro a su Italia
natal- al gran navegante ilustrado: era el pago que el Príncipe
de la Paz daba a quien más gloria expedicionaria y
científico-naval dio a España en todo el curso del siglo XVIII,
siglo de la Razón y de las Luces.
Pulse la tecla F11 para ver a pantalla completa