Enséñame Tu nombre, Señor, que yo lo vea
escrito sobre el alma y en mi cuerpo también.
Pon tus letras de oro fijas en mi desvelo,
como un hierro candente traspásame la piel.
Deja después tendido, Señor, mi sufrimiento,
caliéntame de pájaros y flores mi agonía,
por un sueño de tardes en mis ojos cerrados
y que sienta un momento, Señor, que el alma es mía.
Que es mía y que tu nombre conozco, que he sabido
deletrear Tu forma y unirla a mi canción,
que estoy muriendo en mí para nacer más Tuya,
que estoy quedando muda para escuchar Tu voz.
Hoy, en pleno silencio, tu recuerdo me llega
tendida bajo un cielo que apenas tiene altura.
Toda la vida, entera, en mí se me deshace
y todo recupera la belleza del mar.
Oh, momento de oro, soledad encantada,
prisionera en mi mano como una mariposa.
Enséñame tu nombre, única luz del campo,
enséñame tu nombre y el nombre de mi entrega,
pon tu mano en mi frente mojada por la aurora
y en mi andar vacilante sobre el surco y la arena.