Cuánto me faltas... Cuando miro los sofás vacíos de tu
siesta, cuando arrojo a la basura los periódicos con sus
crucigramas en blanco, y ya nadie va el domingo a buscar tu ABC,
y a todos los señores les falta tu capa y tu sombrero, y no es
tu silbido el que llama a los perros...
Cuánto me faltas, cuando vago por el mundo y sólo hallo
interrogantes sin respuesta; cuando busco tu consejo por el
laberinto de calles del viejo Madrid y sólo encuentro cientos de
recuerdos enmarañados. Cuánto, cuánto..., cuando me siento
perdida y todos los caminos se muestran confusos, porque ya no
existe oriente para mi caminar ni guía para mis pasos.
Cuánto me faltas cuando más te necesito. Cuando nadie más que tú
oiría mi más profundo y callado silencio, tan lleno de ti y tan
vacío de todo. Cuánto, cuánto..., cuando pregunto quién soy y de
dónde vengo y ya nadie me contesta; cuando sólo son mis manos
-un calco dé las tuyas- las que en su gesto largo y pausado me
cuentan que vine de ti, que siempre seré tu hija y siempre serás
mi padre; siempre, aunque la muerte quiera convertir mi siempre
en nunca más.
Cuánto me faltas, tú que ya no estás, ya nunca estás y, sin
embargo, no te has ido... Cuando recorro la Isla, la que te vio
nacer, la que me enseñaste a amar, la que hiciste mía y siento
que ya no es de nadie. Te veo por todas partes, sentado en la
plaza, saboreando un tocino de cielo en la pastelería de la
calle Real, pero para mí un cartucho de bienmesabe ya sólo es un
envoltorio de papel con pescado frito, y sé que nunca, nunca me
sabrá igual.
El dramatismo de la vida añora tu sentido del humor y tu visión
práctica del mundo dejó sin pies a mi idealismo.
Alma Mater de una familia que quedó descabalada y sin pilar que
la sujete; el día que te fuiste te llevaste contigo el eslabón
de cierre que nos mantenía encadenados, y contigo también
desapareció el respeto hacia la vida y la muerte. Cuatro días
después desvalijaron tu armario, tus cajones, y se repartieron
lo que aún permanecía impregnado de tu aroma; aquel día murió
contigo la familia que creaste, la que intentaste fundamentar
sobre principios incorruptos.
Para mí -y tú lo sabes-, lo que eras, aún pervive más en los
estanques con sus patos y sus peces, y en las bolsas llenas de
pedacitos de pan; mucho más que tras las puertas ciegas de un
armario. Lo que tú me has dejado, y que me importa, no se guarda
en un cajón ni aumenta el saldo en la cuenta de un banco. Me
dejaste mil recuerdos esparcidos por mi vida, como flores
eternas: cuentos, paseos, anécdotas, enseñanzas... y mis manos,
papá, que silenciosamente me dicen quién soy y de dónde vengo,
aun cuando la vida parece haberlo olvidado.