El diccionario define el Tiempo como «Medida del devenir de lo
existente», y también como «El mismo devenir como sucesión
continuada de momentos», o como «El existir del mundo
subordinado a un principio y un fin, en contraposición a la idea
de eternidad»... Y aún nos da otras muchas acepciones.
«El tiempo es un niño que juega al ajedrez», aseguraba
Heráclito. La naturaleza del tiempo es aún un misterio imposible
de resolver hoy por hoy con nuestros conocimientos. Por ello,
dejemos que los científicos, abordando ya el s. XXI, nos vayan
aportando conclusiones sobre la misma. Nuestra idea aquí es
exponer sus misterios y curiosidades.
Veamos algunas de ellas.
Contemplar las estrellas en una noche clara, impone. Casi todo
el mundo ha visto las tres estrellas de la Constelación de
Orión, así como Betelgeuse y Rigel. Sin embargo, pocos saben que
la luz de Betelgeuse emplea doscientos setenta y cinco años para
llegar hasta nosotros. Dicho de otro modo, ahora la vemos como
era cuando el zar de Rusia, Pedro el Grande (1672-1725), daba
sus últimas boqueadas en San Petersburgo. La estrella Rigel está
todavía más lejos, a quinientos cuarenta años luz. Ahora mismo
la observamos, no como es en la actualidad, sino como era en los
días en que Enrique el Navegante colonizaba las islas Azores y
Cabo Verde (1460).
Cierta noche, un astrónomo de Greenwich estudiaba la estrella
polar. Eran cerca de las cuatro de la madrugada cuando se
decidió a telefonear a su colega del observatorio de Monte
Palomar para verificar sus observaciones. Eran las ocho de la
tarde en California y su colega americano estuvo de acuerdo en
observar la estrella. Pronto los dos astrónomos estuvieron
preparados para estudiar la estrella «al mismo tiempo», aunque
uno de ellos estuviera en las últimas horas de la noche y el
otro en su principio. Todavía hay más: los dos sabios iban a
estudiar la estrella polar tal como era en 1950, puesto que la
luz de esa estrella tarda cincuenta años en llegarnos.
El anillo de la Vía Láctea está compuesto de millones de
estrellas que están alejadas de nosotros por miles de años-luz.
En el hemisferio sur se pueden ver las Nubes de Magallanes,
extenso manto de estrellas situado «cerca» de la galaxia de
nuestra Vía Láctea, a una distancia de la Tierra del orden de
ciento cincuenta mil años luz. Ello significa que si la
observamos esta noche se nos aparecen igual como eran cuando el
hombre primitivo del Paleolítico descubrió el fuego.
La galaxia 3C-295 en Boötes está a cinco mil millones de años
luz del sistema solar. Sencillamente, el astrónomo estudia la
antigua imagen de esta galaxia, o sea, una imagen que procede de
un tiempo en que la Tierra no existía.
Naturalmente, tampoco es instantánea nuestra percepción del Sol
en el cielo: lo que vemos y sentimos ahora mismo son unos rayos
emitidos por el astro ocho minutos antes. La misma centelleante
Venus es una representación de aquel planeta como era hace dos
minutos.
No hay ningún objeto en el espacio que pueda ser visto
instantáneamente. Por rápida que sea la velocidad de la luz
-300.000 km. por segundo- necesita de un tiempo para llegar a
nuestro mundo.
La estrella más próxima a la tierra, Alfa de Centauro, está a
4,3 años luz. Puede explosionar en este instante y aún la
seguiríamos viendo como si existiera durante más de cuatro años.
Así, pues, muchas estrellas en el cielo no son más que
«fantasmas de estrellas».