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Como casi todos los viernes, Encarna y Luis fueron al
supermercado. Cuando aparcaban el coche, simultáneamente y junto
al de ellos lo efectuaba unos viejos amigos a los que hacían
bastante tiempo que no veían. Después del efusivo saludo de
rigor, nada más entrar en al «Súper», acordaron las dos mujeres
quedarse en la cafetería para hablar de sus cosas, mientras
ellos cogían los carritos para hacer sus respectivas compras, ya
que ambos manifestaron encantarles esta matinal misión.
La amiga de Encarna, Pepi, tenía un gran sentido del humor, el
cual puso de manifiesto cuando las dos amigas comenzaron a
enumerar sus achaques. Al comentar Encarna los dolores de sus
piernas, que según su médico era por falta de riego, le contesta
Pepi con su picante «chispa»: -Mujer, qué me vas a decir tu a mí
de falta de riego, si hasta le compuse a Julián unas sevillanas
para la feria de abril.
Y para hacerle una demostración, le cantó por «bajini» sólo los
primeros versos «Olvídate de los males, / que estamos en
primavera, / abre la llave de paso / y conecta la manguera. /
Porque si no riegas pronto / a tu robusta maceta, / no te
olvides maridito, / se seca la hierbabuena...
Después de la risa que le había provocado la letrilla, le
pregunta Encarna si habían ido este año a la feria de Sevilla.
-Naturalmente -le contesta. Y entonces, con respecto a este
alegre evento, le cuenta una serie de anécdotas a cual más
graciosa. A Matilde le dolían las tripas de reírse, porque Pepi,
era mucha Pepi. A su lado se olvidan las penas. De todas las
peripecias que vivió en la feria, una de ella se «salía de madre
tanto que a Encarna le hacía dudar si sería verdad o era sólo un
chiste. Le cuenta que, después de ingerir unas cuantas jarras de
cerveza, su vejiga estaba a punto de reventar, por lo que buscó
con premura un servicio que le habían indicado a no mucha
distancia de la tómbola en la que estaban probando suerte. Pepi
entra en el servicio de señora, y, cuando comenzaba a dar salida
al «manantial» acumulado, por error y ante la premura que quizás
le exigiese algún problema «prostático», hizo su aparición de
forma precipitada un señor bastante mayor con el «pinganillo» ya
preparado para la urgencia que requería el caso. Cuando ella lo
ve da un grito, más que de susto, de indignación, expresándose
más o menos con estas palabras: -¡Oiga usted, no se ha fijado al
entrar que esto es sólo para las mujeres! A lo que contesta el
vejete, con la lengua un poco trabada por el «mollate» y no
exento de ángel: -¿Y esto, para quién cree usted que fue, mi
«arma»? El incidente no se atrevió Pepi a contárselo a su
marido, pues afirma que con lo celoso que es, seguro que hubiese
sido capaz de buscarlo por toda la feria para cortársela...
Entre sonoras carcajadas las sorprendieron sus cónyuges, y
después de hacer también ellos su paradita en el bar, se fueron
los cuatros para el aparcamiento. Para darles salida, estaba el
guardacoches, un joven muy moreno y parlanchín que, lamentándose
del día de calor, comentó: -Hay que vé lo que achicharra hoy el
sol, ...y con estos pelos que tengo tan espesos y tan negros aun
me pega más. Y le dice Pepi: -Hijo, ¿por qué no le dan a ustedes
una gorrita? -Qué va, señora, a nosotros no nos dan gorras. Y
continúa Pepi con su fina ironía: -Entonces, ¿por qué no te
tiñes el pelo de rubio? El chico la mira como diciendo para sus
adentros: «Encima de tó cachondeo», mas como quería ganarse su
propina, continúa condoliéndose de su suerte: -¿Y el uniforme
que nos han dao?, vamo a tené que llevá esta chaqueta azul, la
camisa con mangas largas y lo peó de tó, la corbata, ¿sabe usté
eso lo que es, señora? Entonces a Pepi no se le ocurre nada
mejor que decirle: -Hombre, así te acostumbras para cuando
tengas que llevar smoking».
La broma, lejos de caerle mal, le hizo gracia, y mucho más
cuando recibió de las dos parejas una espléndida propina,
detalle éste tan poco usual, que hizo que los ojos se le
agradasen por la sorpresa. Y es que no hay nada para que se
desate nuestra esplendidez como la felicidad compartida.
Debiéramos prodigar con más frecuencia la amistad, no dejarla
reducida, como en este caso, a un “fortuito encuentro”.
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