Aunque ya el médico griego Soranos de Efeso y los maniqueos,
allá por el siglo III, propugnaban ciertos métodos para
controlar la natalidad, fue el economista y pastor anglicano, el
británico Thomas R. Malthus, quien, a finales del s. XVIII,
planteó por vez primera -en términos científicos- la necesidad
de ejercer un control de la natalidad por razones de tipo
económico y demográfico. Más tarde, los adictos al
neomalthusianismo divulgaron ideas y métodos más eficaces y sin
preocupación alguna por la valoración ética o moral de los
mismos.
Pero no sería hasta avanzada la segunda mitad del siglo XX -éste
que vemos dar sus últimos coletazos- cuando el control de la
natalidad se llevaría a cabo con todo tipo de medios -abortos
incluidos- en los países más desarrollados.
Así nos va. La tasa de natalidad en este país nuestro está
considerada como de las más bajas del mundo, siendo la media de
nacimientos de 1,2 hijos por pareja. Un número desacertado e
ilógico que, además, camina a la baja día tras día. Hace ya unos
años que asistimos a un mayor número de defunciones que de
nacimientos, y en vuelta de unos pocos lustros estaremos en un
auténtico país de viejos. Con este sistema la continuidad no
será otra que un paulatino y continuado descenso del número de
habitantes hasta llegar a la total extinción. Mientras tanto, al
otro extremo de la tabla, la India, el país más numeroso de la
Tierra con más de mil millones de habitantes (casi una quinta
parte del total), crece cada año en unos sesenta millones de
personas, o sea, que su población aumenta cada año en casi dos
veces el número total de individuos de la España actual. También
nuestro vecino Marruecos, aunque con una población sensiblemente
inferior, continúa aumentando su número de habitantes a un ritmo
creciente.
De esta situación, en lo que a nuestro país respecta, hay un
solo culpable: el Gobierno. Según recientes estadísticas cada
hijo le cuesta a los padres unos veinte millones de pesetas
hasta ponerlo en situación de emanciparse. Es lógico, pues, que
la inmensa mayoría de los matrimonios no tengan más allá de uno
o dos hijos.
Nuestros dirigentes debían tomar conciencia del gran problema
que le van a dejar en herencia a nuestros descendientes y tomar
ya las medidas adecuadas. Medidas que no son otra que incentivar
los nacimientos con ayudas efectivas proporcionadas al número de
hijos y mayores descuentos fiscales a las familias numerosas.
De no ser así, en un plazo de tiempo más o menos largo,
terminaremos todos con turbante o chilaba.