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LA VOZ DE LA
IMAGINACIÓN ROMÁNTICA |
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El trabajo del escritor Edgar Allan Poe ha sobrevivido
brillantemente a la corrosión del tiempo para ocupar un lugar en
la literatura universal. Pero lo más extraordinario en su caso
es tal vez lo que le ha ocurrido en estos 150 años de después de
su muerte, el mito que se ha creado en torno a él, la influencia
que ha ejercido en muchos países, tanto del Viejo como del Nuevo
Mundo, su transfiguración en símbolo de esa clase de genio que,
tras una vida de miseria y frustración, gana una fama
imperecedera. En el caso de Poe nos encontramos menos ante un
hombre que ante una leyenda, menos antes una actuación real que
ante una teoría, menos ante la poesía que realmente escribió que
ante la que hubiera querido o podido escribir. Como escritor en
prosa tiene un puesto asegurado. Lo que escribió en forma de
historias cortas, ya fuesen de horror o de aventura o de intriga
policíaca, es completo y original y no necesita de defensa.
Pero respecto a su poesía, el caso es diferente. Ha sido juzgada
más diversamente que la de cualquier otro poeta de igual
pervivencia. Por un lado, Poe ha sido considerado como el
escritor más creador y original del siglo XIX; por otro, se le
ha conceptuado como una figura menor, que puede haber tenido
ideas interesantes, pero que no supo realizarlas ni dejó ninguna
obra de valor incuestionable.
De su enorme fama no hay duda alguna. La historia de la poesía
francesa del siglo XIX lo testifica plenamente. Es verdad que
Baudelaire, que descubrió, y en cierto modo inventó a Poe,
prestó más atención a sus cuentos que a su poesía, pero sentía
por ésta una verdadera veneración. Era para él «una cosa
profunda y reverberante como un sueño, misteriosa y perfecta
como el cristal». Mallarmé siguió el camino de Baudelaire
traduciendo en su prosa inimitable los poemas de Poe. Para él,
Poe era «el príncipe espiritual de la época». El culto de Poe,
iniciado en Francia, se extendió a todas partes. Adquirió una
especial prominencia en América Latina, donde influyó
marcadamente en el uruguayo Julio Herrera y Reissig, en el
colombiano José Asunción Silva y en el nicaragüense Rubén Darío.
El asombroso prestigio de Poe está fundado, tanto en su teoría
de la poesía como en su práctica. Mientras su teoría incita a
los poetas a emprender nuevas aventuras, su práctica les sirve
de estímulo y ambas son inseparables en Poe. La teoría no es
difícil y la mayor parte de sus fundamentos pueden encontrarse
en El principio poético, conferencia pronunciada por Poe en
Lowel y en Providence, en diciembre de 1848. Puede ser
complementada por ensayos tales como La racionalidad del verso y
La filosofía de la composición, y por varios artículos
publicados en revistas. La teoría poética de Poe está basada en
una simple proposición. Ve el ser humano como dividido
nítidamente en intelecto, conciencia y alma. El primero se ocupa
de la verdad, la segunda del deber, y la tercera de la belleza.
En poesía, sólo entra en acción la tercera.
De aquí se siguen importantes consecuencias. Puesto que la
poesía es el producto del alma y un medio de descubrir la
belleza, no tiene nada que ver con la verdad ni con la moral. En
una época en que los poetas trataban de instruir y moralizar,
Poe hablaba sólo de belleza. La teoría poética de Poe coincide
con su práctica, y puede ser considerada como una descripción
fiel de lo que él pensaba que estaba haciendo. Su ars poética
es, a su modo, la última palabra de la doctrina romántica. Los
románticos buscaban otro mundo, pero no precisaron ni sus
perfiles ni su carácter. Poe, que sabía de ese mundo, lo situó
más allá de la tumba. Los románticos estaban de acuerdo en que
la poesía se relacionaba en cierto sentido con la belleza; Poe
afirmó que se relacionaba exclusivamente con ella, y que esa
belleza tenía que ser hallada a través de la busca de una
realidad suprema o celestial. En Poe, la teoría romántica de la
poesía alcanzó su clímax.
En Baltimore, entre la densa y desatada multitud del 3 de
octubre de 1849, un hombre yacía en la acera sin que nadie le
prestara atención. Cuando Edgar Allan Poe fue hallado por un
viandante ya era demasiado tarde: le llevaron a morir al
Washington College Hospital, donde falleció el 7 de octubre. Poe
vivió siempre acosado por la pobreza y obligado por ella a
ejecutar tareas que malgastaban su energía creadora. La pobreza
le llevó a la bebida y ésta a la pobreza, por lo que no es de
extrañar que el poeta no pudiera consagrar a la poesía toda la
concentración necesaria. En realidad, considerando lo que hizo
en prosa es admirable que pudiera hacer tanta poesía excelente.
Edgar Allan Poe nació en Boston el 19 de enero de 1809. Fue el
segundo hijo de la actriz inglesa Elisabeth Hopkins Poe y del
actor David Poe. Su padre desapareció en Nueva York, en 1810.
Huérfano de madre a los tres años, fue acogido por el acaudalado
matrimonio Allan, con quienes vivió en Gran Bretaña (1815-1820),
donde comenzó su educación, que continuaría, durante breve
tiempo, en la universidad de Virginia, que abandona antes de
terminar los estudios. A los 18 años publicó su primer libro,
Tamerlán y otros poemas. En 1830 ingresó en la academia militar
West Point, de la que fue expulsado por indisciplina. Comenzó a
publicar cuentos y artículos en el Courier de Baltimore y,
posteriormente, en el Southern Literary Messenger.
En 1836 se casó con su prima de 14 años, Virginia Clemm. En 1838
publicó su única novela Las aventuras de Arthur Gordon Pym, a la
que siguió en 1840 una primera recopilación de sus narraciones
con el título Cuentos de lo grotesco y lo arabesco; en 1845, El
cuervo y otros poemas, y en 1848 el poema cosmogónico en prosa
Eureka. Su vida privada, acosada continuamente por la miseria y
el alcoholismo, entró en franca descomposición a partir del
fallecimiento de Virginia en 1847. Publicó cerca de 70 cuentos,
en los que combina el horror necrófilo, el humor y la
lucubración. Algunos de los más inolvidables son: Ligeia, El
hundimiento de la casa Usher, El pozo y el péndulo, El corazón
delator, El gato negro, El barril del amontillado, Un descenso
al Maëlstrom, El diablo en el campanario, Los hechos sobre el
caso del señor Valdemar y tres que inauguran la literatura
detectivesca, El escarabajo de oro, Los crímenes de la rue
Morgue y La carta robada.
Poe es una figura importante en la historia del movimiento
romántico, porque llevó al extremo ciertas ideas y aspiraciones
que otros sintieron menos intensamente. Tanto en sus éxitos como
en sus fracasos, en la indudable penetración de sus teorías y en
la ambigüedad de algunas de sus prácticas, Poe fue un verdadero
romántico, siempre en busca de otro mundo. El romanticismo
favorecía una enfermedad peligrosa. Al poner sus más altas
esperanzas en un mundo sobrenatural, acabó por romper los lazos
que unen al poeta a la tierra, con lo cual hizo a su vez de la
poesía algo innecesario.
Si lo único que importa es la visión final y si este mundo es
una farsa innoble, no hay necesidad de que el poeta exprese su
experiencia con palabras. Puede vivir más felizmente entre sus
sueños y desdeñar su arte. Tal vez Poe hizo algo de esto. Tal
vez conociera momentos que trascendían de tal modo de las
palabras que guardó silencio ante ellos. O tal vez, lo que más
deseara es la liberación de verse lejos de las perturbaciones de
la vida. Y es que, como dijo el poeta: «Gracias sean dadas al
cielo; la crisis / y el peligro han pasado, / la larga
enfermedad terminó, / y he dominado, al fin, / esa fiebre
llamada vivir».
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